‘The World of Kanako’: El “Alarma” embriagado de sake

Sin importar qué tan progresista, qué tan liberada o sabia se diga una generación, es inevitable que cuando viene la siguiente camada de individuos a ocupar su lugar en este planeta surja un pánico en los primeros. Un rechazo a las nuevas ideas de los segundos, reaccionando igual que lo hicieron previas generaciones ante los cambios en el vestir, en el pensar, en el actuar, de cuando los primeros eran jóvenes. Sin embargo, este es un ciclo que se volverá a repetir, y las nuevas generaciones entrarán en pánico con sus vástagos, y así sucesivamente. Ninguna logrando demostrar realmente esa sabiduría y aprendizaje que presumían haber obtenido.

Hay una buena dosis de este pánico de una generación viendo a otra en The World of Kanako (Kawaki, 2014), la nueva cinta de Tetsuya Nakashima. Las historias de juventud descarriada no son precisamente algo nuevo para el realizador, quien ya había explorado temas similares en Confessions (Kokuhaku), de 2010. Aquella historia, sobra una madre cobrando venganza por la muerte de su hija a manos de jóvenes estudiantes, poseía esos elementos que han caracterizado a varias historias reales del Japón contemporáneo. La apatía y desenfado de una juventud chocando constantemente con la desaprobación de hombres y mujeres que trabajaron por años, haciendo de su país una potencia; entregando a sus hijos todo en bandeja de plata, para ver cómo estos inexplicablemente arrojan todo en señal de desprecio, decidiendo encerrarse del mundo, o en los peores casos cometiendo atroces crímenes. Una sociedad que exige demasiado a sus miembros, incluyendo renunciar a su propia individualidad. Ser un bloque más en el muro, o renunciar a formar parte del gran colectivo.

Lamentablemente, Nakashima vuelve a cometer errores similares a los que cometería en Confessions, y con Kanako, lo que al principio pareciera una exploración de la unidad familiar hecha añicos termina siendo más un relato de nota roja alarmista que nunca intenta comprender las motivaciones de sus personajes. Así como en su anterior cinta, el director se pierde en el espeso brebaje de su estilo narrativo, propio del videoclip musical, con rápidos cortes y una edición hiperactiva que asalta los sentidos, mas nunca se compromete a explorar el alma. 

Koji Yakusho, sin duda uno de los grandes actores de Japón, y del mundo fílmico actual, lleva en sus hombros buena parte del peso de la historia. Un ex detective tirado al alcohol, vagando errante por la vida luego de que su matrimonio se viniera abajo, Yakusho tiene que investigar el paradero de su hija Kanako (Nana Komatsu), desaparecida en circunstancias misteriosas. Así como George C. Scott en Hardcore (1979), nuestro protagonista tendrá que ir destapando poco a poco una lata de gusanos que pareciera no tener fondo. Cada nueva pista involucra hojear una página más en el sórdido pasado de una hija a la que apenas conoce. Esta última, producto de un hogar destruido, con una madre igualmente distante y ajena a la vida privada de una joven que oculta muchas cosas bajo su sonrisa.

El submundo de la juventud en un país desarrollado como Japón oculta varias caras desagradables. Conforme más sabemos de la vida de Kanako, menos entendemos sus motivaciones. No entendemos qué puede estar pensando y sintiendo un personaje que ya en la segunda mitad queda reducido a uno de estos tediosos clichés del “niño genio malvado” del que tanto abusan los guionistas. Para el acto final queda claro que esto es más una nueva versión de The Omen que un híbrido de historia detectivesca y conflictos generacionales, con Kanako actuando más como un emisario del inframundo, contaminando a todos los que toca cual si fuera un demonio vendiendo sonrisas a cambio de almas. 

A primera instancia pareciera que la espinosa vida familiar de Kanako ha contribuido a formar su personalidad. Sin embargo, la cinta abandona todo intento de conciliación. Cualquier aproximación real a los personajes es desechada a favor de absurdas escenas llenas de ridículas situaciones, una a media cinta involucrando a Yakusho peleando con la policía, convencida de su culpabilidad en la desaparición de su hija. Esta escena involucra una persecución y una secuencia con autos que se siente totalmente fuera de lugar.

Siempre es bienvenida una cinta que no ofrece respuestas fáciles a la audiencia, que no pretende jugar a la psicología express al vapor. Definir el subconsciente de un individuo sólo con uno o dos sucesos se antoja muchas veces frívolo en los guiones de muchas películas. Sin embargo, la cinta no hace muchos esfuerzos al respecto, favoreciendo más el shock y la víscera. Escenas de brutales golpizas, violaciones y derrames de sangre abundan. El enfoque de nota roja está siempre presente, ahogando a los personajes y haciendo que el relato caiga fácilmente de lo angustiante a lo banal. La cinta no cree en nada ni nadie. Salvo por un par de figuras, la mayor parte del reparto de personajes exhiben diferentes niveles de malicia y cinismo, haciendo que todo esto se vuelva otra enfadosa historia sobre cómo los seres humanos somos de lo peor y nos merecemos cosas nefastas. La edición de videoclip sólo contribuye a esta atmósfera de frialdad y horror superficial. Alguien por ahí quizá me querrá decir que la cinta no lo promociona, pero lo acepta con los brazos tan abiertos que si en algún momento trató de ser critica al respecto ese aspecto se perdió y se confundió fácilmente. Todo al ritmo de escenas de chavitos drogándose y acostándose, al ritmo del punchis punchis lo más hueco posible.

Temas como la prostitución juvenil, los hogares descompuestos y otros tantos tópicos relevantes en el mundo actual lanzan gritos desesperados en este relato. Pero gritan a un abismo que nunca les contesta. Nakashima tiene que entender que el mundo no es blanco y negro: hay muchos tonos de gris que nos definen como humanos, con nuestras virtudes y defectos. Tiene que entender que sin importar lo atroces de los actos de una jovencita, ésta sigue siendo una persona carente de la experiencia de un adulto. La naturaleza no convierte a los hombres en máquinas así nada más. Los procesos para que esto pueda ocurrir son complejos y merecen una disección más comprometida, no un video musical de dos horas hecho para espantar a padres e hijos por igual. El cine puede ayudarnos a entendernos mejor, e incluso un viaje al corazón de las tinieblas debe dejarnos algo más que un pseudonihilismo valemadrista arrogante que se antoja ya obsoleto y risible.

Por Rubén Martínez Pintos (@SartanaDjango)

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