Algo muy particular en el placer culpable, en nuestros gustos difíciles a los convencionalismos y en nuestro lado más bizarro es que gestamos de a poco una inclinación por los excesos. Ya sea en los paisajes sonoros en canciones sin variación de media hora, o en las proporciones irreales de Scott Pilgrim, el gusto bizarro adquiere especial demanda por llamativo, pero también porque pone a prueba nuestra paciencia y limitación interpretativa de las cosas. A veces uno se lleva sorpresas.
En ese sentido, los japoneses están en primera fila de las desproporciones tecnológicas y estéticas. Son extremos con madre, y lo vienen haciendo desde hace décadas. Takeshi Kitano, Takashi Miike, las animaciones de Miyasaki, y un largo, poco comercial y retorcido etcétera son la delicia de los amantes de los colores, las inconexiones y excesos más surreales. Son refrescantes ante la gama de cine que hay en cartelera y pequeñas proyecciones del país.
He visto muchas películas en casi cerca de tres décadas, y he visto cosas atípicas, extremas, de bajísimo perfil, raras. Y también vi hace poco Symbol (Shinboru, 2009) de Hitoshi Matsumoto (Big Man Japan, 2007). Película a la que hay que darle mucha paciencia y entrar en conflicto con el personaje que estamos viendo en pantalla.
A saber: Un luchador enmascarado de Tijuana está a punto de tener un combate con alguien más joven que él. Luego vemos a un hombre que despierta en un cuarto blanco y enorme, sin saber por qué. Es un argumento que hemos visto en distintos filmes de paranoia y encierro como El Cubo (Vicenzo Natali, 1997) o la primera Saw (James Wan, 2004), pero que aquí de pronto juega con el absurdo del manga adolescente, o los programas de concursos japoneses, pero a la vez con un humor y dramatismo que se dosifica de manera sorpresiva sin terminar por cansar la atención de quien en apariencia ve pero no percibe un rumbo fijo de la misma.
La lucha por la sobrevivencia está expuesta en capítulos con un nombre especial cada uno que bien nos puede ayudar a ver el concepto de este filme que si un calificativo se merece es versátil.
La película es un exceso de posibilidades, un remolino de imágenes y situaciones, hay drama, hay ridículo, hay comedia, hay filosofía y más allá. Hay una película que juega con la percepción de la vida del ser humano, poniéndolo en controversia con el mismísimo creador.
Symbol es una película a la que hay que tenerle temple y paciencia con los excesos que ésta lleva, despojarnos de todo ángulo estético se recomienda porque entonces podemos ver que el filme es rico y variado, y que nos está diciendo cosas. Quizás no nos dice algo nuevo, pero el resultado a mi parecer es una pieza única con una solidez y tino, que se burla de sí misma y toma de toda la experiencia y tradición narrativa de los japoneses para tener un lugar digno de referencia.
Una película introspectiva, larga, con momentos memorables, que se puede abordar a distintos niveles. A veces el temor, prejuicio o pereza ante las películas simbolistas de gran aliento son comprensibles. Pero a quien le guste el post rock o la música de videojuego nipón, ésta es una buena apuesta.
Por Ricardo Pineda (@PinedayAguilar)