Hay veces, varias veces, en donde el salto de un artista de música contemporánea hacia la pantalla grande resulta fallido. Ese salto no precisamente se refiere a uno directo, sino más bien transversal. Componer canciones específicas para una película es algo complicado, todas deben conjuntarse con las imágenes para crear escenarios perfectos que viajan directo a la memoria del espectador. Es una navaja de dos filos que se mueve en péndulo hacia el fracaso o el éxito con la misma intensidad y que tan sólo un poco fuera del guión puede favorecer a cualquiera de los dos lados.

Para ejemplos hay muchos. Alguna vez Belle & Sebastian se encargó de hacer un soundtrack que parecía hecho a la medida en Storytelling y sin embargo resultó siendo algo que el subconsciente prefiere guardar en el cofre más profundo para no hallarlo tan seguido. O Daft Punk haciendo lo propio para la secuela de Tron, que si bien funcionó en el contexto de un disco, en una película que no fue tan buena como el propio soundtrack nunca se sintió tan cómodo.

En contraste se encuentran composiciones tan eufóricas como la de James Murphy para Greenberg, en donde Noah Baumbach alcanzó niveles más viscerales que The Squid & The Whale, o el bellísimo cuento musicalizado por Karen O de la mano de Spike Jonze en Where The Wild Things Are. La distancia entre un éxito y un fracaso en este terreno es casi nula y se necesita de ambas partes para lograrlo.

Hanna fue una de mis películas favoritas del año pasado. En ella se cierran muchos círculos y se elevan muchas carreras. Es una película  de acción que parece talada del mismo árbol que las películas de Bourne pero que se mueve en un panorama más sincero y mucho mejor trabajado. Una película que parece contar la historia de aquella niña preparada para asesina ser en Leon: The Professional.

Joe Wright, joven director conocido por dramas como Pride and Prejudice o Atonement explora su paleta visual y en lugar de entregarnos una película más humana, se encarga de darle forma a una cinta de acción de la más alta manufactura. Una película que explota el lado más salvaje de Saoirse Ronan, el lugar más peligroso de Eric Bana y los corajes más escondidos de Cate Blanchett. Hanna es una película bañada en adrenalina y que necesitaba música de esteroides similares.

Y para dárselos estaban los Chemical Brothers. Un dúo que venían de recibir elogios y aplausos por Further, su mejor disco en años, y que guardaban bajo la manga truculentas sorpresas para enmarcar una cinta de ese tamaño. El soundtrack por sí solo se encuentra dentro de lo más memorable del grupo, con canciones que se escuchan más como una carrera que como una pista de baile.

El triunfo de los Chemical Brothers está precisamente ahí. Escuchar el disco después de haber visto la película es recordar en tiempo real. Las canciones ahí dentro parecen haber sido maquiladas específicamente para cada secuencia. Ya sea para Ronan escapando entre miles de obstáculos para no ser asesinada, o para Bana en una golpiza frente a un grupo de asesinos, en conjunto es un trabajo que se sostiene de imágenes y las propias imágenes encuentran asilo en cada nota, cada golpe y cada sonido.

Si no han visto Hanna se están perdiendo de una de las películas más infravaloradas de los últimos años. Discreta pero explosiva, salvaje pero humana, intuitiva pero veloz. Wright es uno de los directores más prometedores hoy día ahí afuera y el término se lo debe a Hanna, lo que viene de su parte parecen ser pastiches de dramas en los que se ha visto involucrado, pero esta película es una extraña rareza en su catálogo. Y en el de los Chemical Brothers queda como uno de los ejercicios más precisos que hayan hecho; uno en donde las imágenes van de la mano con el sonido y que juntas son más poderosas que un recuerdo de la infancia y más profundas que cualquier beso de la pubertad.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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