Discutiblemente, ni Truffaut ni Godard ni tampoco Chabrol fueron los pioneros de la Nueva Ola Francesa. El primero, creemos muchos, fue Jacques Rivette. Con París nos pertenece (Paris nous appartient, 1961), Rivette inauguró una nueva forma de hacer cine que desafiaba el cine de los maestros anteriores, que no lograba salir del realismo poético desde los años 30.
Más adelante Rivette creó obras esenciales como La religieuse (1966), que resucitó a Diderot y sus preocupaciones liberales; la visionaria Céline et Julie vont en bateau: Phantom Ladies Over Paris (1974) y la obra maestra La bella latosa (La belle noiseuse, 1991), que exploraba la mente del artista y la noción de verdad.
Hoy, tristemente, se nos ha ido una de las grandes figuras del cine internacional pero siempre recordaremos sus valiosísimas aportaciones a la historia del cine y la magia que emanaba de todos sus proyectos. Descanse en paz.