Mórbido 2019: In Fabric de Peter Strickland

Un vestido tiene la capacidad de incidir profundamente en la psique de quien lo porta, quizá por el pacto tácito que existe entre su diseñador y su usuario final, pacto que ha sido abordado, por ejemplo, en Prêt-à-Porter (1994), de Robert Altman; o El hilo fantasma (2017), Paul Thomas Anderson. Dicho pacto encuentra un nivel de resonancia mucho más oscuro en In Fabric, la más reciente película del cineasta británico Peter Strickland.

Desde que hizo Berberian Sound Studio (2012) y The Duke of Burgundy (2014), el giallo, el soft porn y demás géneros que habitan en los márgenes del gusto y la clase, han marcado la filmografía del cineasta y esteta británico, quien expone en cada una de sus películas una relación con los objetos que rebasa el mero utilitarismo, sea el sonido o la ropa, elementos mucho más vívidos y complejos que los seres humanos a su alrededor. El humano, en el cine de Strickland, es un mero accesorio de pulsiones y fuerzas que podrían venir del mismísimo averno o de los rincones más tenebrosos del alma.

La ambigüedad presente en la obra de Strickland se mantiene en In Fabric, dividida en dos episodios cuyo protagonista es un vestido rojo que provoca infortunios, a través de una bizarra maldición, a toda aquella persona que lo use. En el primero, muy superior al segundo, Sheila (Mary Jeanne Baptiste) llega a una peculiar tienda departamental en la que la dependiente, Miss Luckmore (Fatma Mohamed) con una elaboradamente histriónica rutina de venta, la convence de adquirir un vestido que actúa con voluntad propia y mayor audacia que cualquiera de sus portadores.

Trayendo a mente a entes como Christine (1978), de John Carpenter; o Rubber (2014), Quentin Dupieux, In Fabric funciona como una estilizada pieza de horror cómico, tan finamente bordado y diabólicamente diseñado como el ahora emblemático vestido rojo. En la película, el fetichismo asociado a la tela se ironiza y es llevado a un punto casi paródico –como en la interpretación de Gwendoline Christie– permitiendo que el absurdo se imponga con orden propio. Si la tela es capaz de erotizar, entonces es capaz de matar.

Trabajando en clave satírica, pero sin denostar los géneros a los que hace alusión –en forma similar a la abstracción que caracteriza la obra de la dupla Hélène Cattet y Bruno Forzani (Amer, 2009; Laissez bronzer les cadavres, 2015)–, Strickland crea una película que tanto los escépticos como los devotos seguidores de Dario Argento y Lucio Fulci pueden disfrutar enormemente, obligándonos a reconocernos como incurables fetichistas de lo absurdo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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