En plena crisis financiera, Jeffrey (Nikolaj Coster-Waldau) asesina a sus socios, a su esposa y secuestra a sus hijas. Temeroso de que lo encuentren huye de manera errática, hasta que un accidente en la carretera lo obliga a bajar de su vehículo y comenzar a deambular por el bosque con sus dos pequeñas. A mitad de la nada encuentran el refugio perfecto: una cabaña abandonada —ay ajá—.
5 años después, el hermano de Jeffrey, Lucas (Nikolaj Coster-Waldau, dobleteando roles), mantiene la esperanza de encontrar a sus sobrinas. Su novia, Annabel (Jessica Chastain en plan de darketa sexy), lo apoya, pero en el fondo odia la idea de tener niños. Una llamada le informará a la feliz pareja que alguien encontró a las niñas y que después de unas pruebas psicológicas pueden volver a casa, pero no están solas… mamá las acompaña.
Mamá (Mama, 2013) es un clásico cuento de fantasmas en el que un espíritu está atorado en nuestro mundo y aquellos que han percibido su presencia deben completar las tareas pendientes del ente para que éste pueda descansar.
La ópera prima de Andrés Muschietti está basada en un cortometraje homónimo que dirigió en el 2008 —lo pueden ver acá—, escrito en compañía de su hermana. La historia es, básicamente, la misma: un par de niñas son acosadas por una criatura sobrenatural a la que llaman mamá.
El corto funciona gracias a su inmediatez —algo inherente al durar 3 minutos—, característica que Muschietti trató de llevar al largometraje. En las primeras escenas de la película vemos a la criatura en todo su esplendor, eliminando el suspenso y la expectativa por su aparición. A la manera contraria de The Innocents (1961), de Jack Clayton o El espinazo del diablo (2001), de Guillermo del Toro, quien funge como productor en Mamá.
No existiría pecado en mostrar el monstruo y después seguir si el desarrollo de personajes avanzará con claridad. El primer acto de la película plantea las fobias de Annabel por ser madre de manera creíble, gracias a que Jessica Chastain es capaz de darle matices a cualquier papel —no así sus compañeros de reparto, sobre todo Lucas de Coster-Waldau—.
Después el director se olvida de la creación de personajes y se recarga demasiado en las apariciones de la criatura, que, extraño en una producción de Del Toro, luce bastante mal hecha. Aún menos atemorizante que los extraterrestres oligofrénicos de La última noche de la humanidad (The Darkest Hour, 2011). Se entiende que el presupuesto sea poco pero no la necedad de enfocar el relato en un ente que no será creíble bajo ninguna circunstancia.
Hace poco vimos como Gareth Edwards le daba un giro al cine de monstruos en Zona infectada (Monsters, 2010), creando una historia de amor que le quitaba el enfoque a las criaturas y lo ponía en los personajes. Incluso, el terror ya tuvo su depuración minimalista en El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999), cinta culpable de la moda por el found footage que nos ha inundado los últimos años.
Sin estar llena de litros de sangre, Mamá carga con el mismo pecado que el 80% del cine gore que se hace hoy día: se olvida que lo más importante es la creación de una atmósfera y el desarrollo de los personajes. Asustar a la audiencia requiere más que efectos especiales.
Por Rafael Paz (@pazespa)