En la película Copycat (Jon Amiel, 1995), un asesino comienza a recrear crímenes de famosos asesinos seriales, como David Berkowitz, Jeffrey Dahmer o Ted Bundy, con la intención de alcanzar la fama de quienes le precedieron. El actor y cineasta Osgood Perkins, hijo del icónico actor Anthony Perkins (Norman Bates, ni más ni menos) sigue un método similar al de aquel asesino en Longlegs (2024), su cuarto largometraje y el de más reconocimiento hasta la fecha.

En la película una joven agente del FBI llamada Lee Harker (Maika Monroe) investiga una serie de crímenes en los que un hombre asesina a su familia, se suicida y deja una nota con símbolos satánicos. A medida que la investigación avanza, Lee descubre que su vínculo con el asesino es mucho más estrecho de lo que imagina. Perkins parte de una premisa que en toda su “extrañeza” resulta reconocible para presentar de manera más mecánica que disruptiva una serie de tropos y secuencias que no carecen de calidad más que de originalidad.

Actuando más como un diligente y obediente artesano que como el virtuoso artista que pretende ser, Osgood Perkins y su dirección en Longlegs condensan un problema que ha aquejado al género del horror, y en cierto sentido, a toda la producción cinematográfica contemporánea: la irrefrenable necesidad de apelar a lo ya visto para darle seguridad a la audiencia, incluso cuando el asunto es, precisamente, descolocar y perturbar.

En Longlegs predomina una sensación de control tan rígida que las oportunidades para generar miedo se neutralizan y se disuelven en un esteticismo que pretende compensar deficiencias narrativas y que se limita a replicar estilos y temas de otras películas. Por ahí pasan El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991), Zodiac (David Fincher, 2007), Eso (Tommy Lee Wallace, 1990) o Cure (Kiyoshi Kurosawa,1997) entre varias otras. Así como las tendencias más recientes salidas de redes sociales cubiertas con una pátina noventera que articulan lo que hoy entendemos como “terror”. En todo caso, Longlegs es un depredador de estilo, solvente y elegante pero al mismo tiempo carente de cualquier asomo de riesgo, hueco y artificioso como los muñecos que fabrica Longlegs.

La perversidad y el horror de Longlegs se concentran en la presencia de Nicolas Cage, más que en su ausencia y su aspecto, tan celosamente conservado durante meses previos al lanzamiento de la película, se convierte en una imagen recurrente a lo largo de la película, al punto que su efecto se desdibuja. En una entrevista reciente, Perkins decía que se desgastaba tratando de hacer que Nicolas Cage se apegara al guión que finalmente le permitió que hiciera lo que le viniera en gana, quizá la mejor decisión que Perkins tomó en la silla de director: renunciar al control y permitir que la fuerza de los manierismos e improvisaciones de Cage se apoderen de la película, pero en lugar de ocultarlo y construir sobre el aura de misterio que rodeaba a la mercadotecnia de Longlegs.

Para que haya incertidumbre, algo debe permanecer oculto, inexplicable que deje al espectador sin asidero alguno pero la sobreexposición, tanto visual como narrativa, aqueja tanto a la película que se percibe más miedo en quienes la hacen que en quienes la ven.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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