‘La vida de Calabacín’ y la sensibilidad de la arcilla

No se confundan: La vida de Calabacín (Ma vie de Courgette), nominada a Mejor Película Animada en los premios Oscar 2017, podrá tener a un grupo de niños como protagonistas y haber sido realizada con la técnica de animación conocida como claymation (la combinación de figuras de arcilla y stop motion), pero los temas que toca son verdaderamente duros y cercanos a la realidad de incontables infantes alrededor del mundo.

Icaro, el personaje central, tiene que sobrellevar la notoria indiferencia de su madre, quien solo ve televisión y bebe cerveza, y la total ausencia de su padre, una figura que necesita y añora. El diseño azulado del personaje –su cabello y grandes ojeras son de este color– bien podría interpretarse como algo relacionado con su tristeza inherente, sin embargo, también lo vemos jugar como cualquier otro niño, creativamente encontrando una distracción en los desechos de su mamá (las muchas latas de cerveza que tira).

En un giro trágico al inicio del relato, esta inocente diversión de Calabacín, como le gusta que lo llamen, da pie a un accidente en el que su madre pierde la vida. Su soledad, entonces, se torna aún más crítica cuando es obligado a vivir en un orfanato.

La vida de Calabacín es un acercamiento concreto, de solo una hora de duración, a los pequeños que son relegados y consecuentemente invisibles. Ellos son inocentes pero producto de la naturaleza de una sociedad adulta corrompida y derrotada, y aquí en ningún momento se pretende estar lejos de la realidad.

Lo que inicia para Calabacín como su incorporación a una micro sociedad donde el bullying es normal (el orfanato es a primera vista similar a una escuela común), rápidamente se convierte en un conmovedor despliegue de empatía. Un hostil compañero pelirrojo, por ejemplo, pasa de burlarse por su apodo a mostrar simpatía ante el deseo de Calabacín de volver a casa. A pesar de su corta edad, la violencia, las drogas y los problemas mentales son cuestiones cercanas a estos huérfanos, quienes poco a poco encontrarán entre ellos mismos a la familia que tristemente les fue negada.

Como un filme coming-of-age en el que nuestro protagonista experimentará la amistad y el primer amor (esto último cuando arriba la niña Camille al orfanato), La vida de Calabacín no es condescendiente pero sí cálido, rescatando las pequeñas grandes acciones – de adultos y niños por igual – que traerán algo de esperanza ante la brutalidad de la vida misma.

Por Eric Ortiz (@ElMachoBionico)

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