‘La Misión’: La reconciliación con la fe

La Misión es de aquellas películas en las que el diálogo escasea. Quizá porque las actuaciones de Robert DeNiro y Jeremy Irons dicen más que un discurso de redención; tal vez se deba a que su fotografía es capaz de retratar la belleza que puebla nuestro planeta, o puede que la banda sonora de Ennio Morricone sea la mejor narradora de una historia en la que se muestra lo mejor y peor de la condición humana, así como su inevitable debilidad.

A pesar de que la religión esté presente en gran parte del argumento de la película, no sería correcto catalogarla como una historia de esa índole, pues el guión sólo se apoya en la religión para diseccionar el tema a partir del cual girará toda la trama: la fe humana y lo fácil que es quebrantarla.

Un implacable Jeremy Irons une fuerzas con un extraordinario Robert DeNiro (entrañable época en la que ambos actores sabían escoger buenos papeles) para retratar este viaje de autorredención en el que se erige un discurso en el cual se discute la naturaleza del ser humano, capaz de destruir todo lo que encuentre a su paso con tal de saciarse de poder.

Mientras Irons asume el papel que retrata la bondad y el perdón, DeNiro borda un rol que representa la ira y desesperanza de un personaje que pasará a expiar sus culpas en una de de las escenas más emblemáticas del filme. Los caracteres de estos dos hombres serán el cimiento de una de las travesías más esperanzadoras del cine.

Así es como el Padre Gabriel (Irons) se hace cargo de liderar la misión evangelizadora de San Carlos, a la vez de lidiar con la falta de fe de Rodrigo Mendoza (DeNiro), un alma culpable que divaga por su vida traficando a indígenas de las tierras latinoamericanas y que se tortura por el asesinato de su hermano, un evento que dejó su vida hecha pedazos.

El padre Gabriel se dará a la tarea de encaminar dicha causa perdida y es así que a través del contacto con esta nueva cultura Rodrigo podrá liberar los rencores y culpas que lo tenían atado a una vida carente de significado y de ese modo renacer bajo el manto de las tradiciones de este nuevo mundo que sana su dañado espíritu.

Se podría acusar que la película es pretenciosa tanto en su argumento (en esa constante necesidad de evocar frases y reflexiones sobre la fe y la existencia humana que tanto encanta a La Academia), así como en su cuidada estética, pero es precisamente este tratamiento lo que hace que la cinta alcance pasajes poéticos que precisamente son un diálogo interno con el alma de los espectadores.

Varias secuencias, además de poseer una auténtica belleza, pueden dar lugar a distintas lecturas según la interpretación que decida darle el espectador y ahí es cuando quizá la religión pueda darle un significado mayor o menor a cada una de las metáforas planteadas en el filme. La relación entre el Padre Gabriel y Rodrigo Mendoza es tan sincera, que ambos terminan convirtiéndose en personas cercanas a la audiencia, además de dejar frases que por momentos podrían funcionar como la moraleja de una fábula.

A la par de una puesta en escena deslumbrante, el guión igualmente remata cualquier emoción a través de un logrado desarrollo de la psique de los personajes; así podemos evolucionar junto con ellos y vivir la experiencia como si también nosotros fuéramos parte de la misión.

Además de la notable dirección de Roland Joffé, la maravillosa fotografía y las grandes interpretaciones, si hay algo que hace de esta película inmortal es la partitura que se fusiona con las portentosas lágrimas de DeNiro y dota de voz a ese paisaje, haciendo que esta película sea algo más que un simple largometraje, sino más bien un viaje en el que nos reconciliemos con nuestra fe.

Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)

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