‘King Kong’ o la destrucción de la otredad

1933 es un año fatídico en la memoria de la humanidad. Fue el año en que Adolf Hitler (1889-1945) asume el poder en Alemania y con ello, el nazismo se impone como ideología totalitarista; preámbulo de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo 1933 tuvo también aristas mucho más agradables, entre ellas, el estreno de King Kong, dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack.

1933 también fue el año en que Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia de los Estados Unidos de América. Su política del New Deal buscaba equilibrar la economía y superar la crisis que la caída del Wall Street había provocado en 1929. El colapso de la bolsa de valores es un subtexto histórico fundamental para la historia del cine de Hollywood; el cine de los 30 inaugura nuevos géneros con el fin de ofrecer productos de diverso contenido para que el pueblo norteamericano, en condiciones miserables, pudiera evadir por dos horas su realidad. Cine de gángsters, comedias, monstruos mitológicos y musicales conformaban la gama de entretenimiento en las proyecciones populares de aquellos años. Es necesario decir que si bien los largometrajes de aquella década hacían las veces de placebo y catalizadores de la condición social, no se agotaban en su función distractora; antes, fueron grandes obras cinematográficas y de un contenido crítico de carácter social, ideológico, económico y político. Por falta de espacio, sólo expondremos un breve análisis de King Kong; sin embargo para otra ocasión nos queda en el tintero la importancia de los musicales y las comedias de carácter contestatario como las de Frank Capra (Mr. Smith Goes to Town, 1936) en la década de los 30.

El estreno de King Kong fue un parteaguas en la historia del cine de aventuras y la ciencia ficción: el enorme simio y la estructura de la película han sido copiadas, parodiadas y homenajeadas incontables veces en los años posteriores. El largometraje de Cooper y Schoedsack fundó las bases de la ciencia ficción: efectos especiales inéditos, personajes no-humanos con identidad propia, guiones originales, sexualidad y violencia son algunos de ellos. No podríamos concebir Jurassic Park (Spielberg, 1993), Back to the future (Robert Zemeckis, 1985) o Alien (Ridley Scott, 1979) sin la ternura y la tragedia de Kong.

Analizaremos King Kong a partir de la dicotomía naturaleza-modernidad y cómo esta tensión se encuentra marcada por una clara inclinación a la destrucción irracional que la modernidad conlleva. Cuando Carl Denham (Robert Armstrong) y la tripulación del Venture llegan a la Isla Calavera, no saben con qué se enfrentarán. Un simio gigante (elaborado a escala por el gran animador y técnico de efectos especiales Willis O’ Brien) habita la isla junto con otros animales descomunales de apariencia prehistórica y una tribu que ofrece mujeres a Kong para mantenerlo sosegado. Después de una serie de sucesos en los que no repararemos, ya que no es nuestro interés primario, Ann Darrow (Fay Wray) es ofrecida a Kong como tributo. Inmediatamente la bestia descomunal se enamora de la actriz de teatro. Nos detendremos aquí, en el encuentro de la naturaleza desbordada, irracional y furente (Kong) y la racionalidad, lo moderno (segunda naturaleza) y la técnica (Tripulación del Venture), porque es nuestro punto de partida.

Recordemos que a principios de siglo XX, la humanidad creía que se encontraba en el mejor de los mundos posibles. Avances científicos, tecnológicos y una gran producción cultural permitían una mejor calidad de vida, así como una gran manifestación artística en diversos ámbitos; los más jóvenes de ellos la fotografía y el cine. El hombre “retomaba” su posición dominante frente a las demás especies y frente a la naturaleza, ésta estaba ahí para ser manipulada y explotada. Recursos naturales aparentemente inagotables, una industria en crecimiento y expansión y una ideología del progreso capitalista conformaron las condiciones necesarias para hacer una escisión que permanecerá durante la postmodernidad: el hombre  y la otredad.

La modernidad arrasa con lo distinto, con lo que no conoce y tampoco se molesta en comprender. Kong representa esa divergencia, lo irracional y lo que debe ser explotado. Carl Denham arriesga la vida de su tripulación con la finalidad de llevar su descubrimiento -encadenado y sedado- a  la tierra de la libertad y hacerse millonario con su exhibición. Si la naturaleza por sí sola no es un producto, hay que hacer de ella un producto que se pueda consumir, y qué mejor si es en masa. La película bien pudo terminar con la exhibición triunfal de la bestia enamorada; sin embargo era necesario demostrar que la superioridad racional y metódica es infalible. Kong escala el Empire State, “la erección imperial del edificio más alto del mundo como emblema victorioso del sistema”, para estar a solas con Ann Darrow; su espejo en el mundo moderno. De alguna manera, Kong es una muestra de resistencia frente al avance desenfrenado del progreso cuando trata de defenderse de los aviones que disparan todo su arsenal. En el ámbito literario podemos encontrar determinados personajes que se resisten a pertenecer al sistema homogéneo, de la misma manera que Kong se resiste a permanecer en un lugar en el que no pidió ser incluido: la figura literaria que nos plantea Melville en su cuento Bartleby el escribiente o el abogado Pereda, personaje del Gaucho insufrible, cuento de Bolaño o Simon Tanner, el joven que gusta de vagabundear en los bosques hasta que le sorprendiera la noche. Estas figuras literarias, tienen cada una a su modo, una rebeldía particular. En Melville encontramos una reticencia al proceso de modernidad de progreso con la fórmula que plantea Bartleby: “Preferiría no hacerlo”. Ya nos los dice el escritor inglés: “es un hombre de preferencias, no de presunciones” Es un individuo que resiste de manera silenciosa, su protesta es calmada pero desconcertante, molesta, incomoda. Quienes le quieren echar del edificio del Wall Street no saben si llamar a la policía o sólo encomiarlo. Ya en prisión su alejamiento así como el rechazo a la comida, lo convierten en un ser que fragmenta, escinde a partir de un particular modo de ser, de una subjetividad. Bartleby, Pereda, Simon Tanner o en la esfera cinematográfica Charlot, el alter ego de Chaplin, Mr. Smith en el universo de Capra, Freder (Gustav Fröhlich) y María (Brigitte Helm) en Metrópolis o el mismo Kong son personajes reticentes al huracán del progreso que emprendió la modernidad.

Una muestra de sistematicidad, disciplina, tecnología, técnica y armamento, son las que derrotan a Kong, aunque su captor nos quiera convencer que al final “Fue la bella quien mató a la bestia“. No. La bestia nunca pidió estar en Nueva York, nunca pidió ser capturada, nunca quiso salir de su lugar de origen. King Kong es trágica no porque su amor no haya sido correspondido, sino porque el sistema y la industria nos siguen diciendo que el error es lo distinto a nosotros, que la anomalía debe ser no sólo derrotada, sino aniquilada, que la otredad no puede subsistir en un mundo donde lo homogéneo debe ser impuesto, así se destruya la misma ciudad de Nueva York o sus torres emblemáticas.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna)


1 Entiéndase por otredad aquello inmediatamente distinto del hombre y no artificial, es decir, la naturaleza.
2 Cualquier resabio de discurso hegemónico de la historia del descubrimiento de América es completamente intencional.
3 Juan Francisco Ferré, “El simio expiatorio”
4 “…un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.” Walter Benjamin, “Tesis IX” en Tesis sobre la historia y otros fragmentos
5

    Related Posts

    Godzilla y King Kong se enfrentarán en 2017
    Los estudios Toho revivirán a Godzilla
    ‘Godzilla 2’ ya tiene guionista
    El Rey Kong: La octava maravilla del mundo ha caído
    ‘King Kong’: La tragedia de un simio enamorado