FICUNAM | Un repaso a la Competencia Internacional

Saltando de las favelas brasileñas hasta el apacible mar, la Competencia Internacional del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM) ofrece este año una selección de títulos que, como es costumbre, resultarán un agudo desafío para los espectadores, quienes encontrarán gratificación o frustración, pero que definitivamente permitirán seguir ampliando la conversación.

Aquí comentarios sobre tres títulos:

BARONESA

¿Qué relación existe entre el nombre de un lugar y las características que el mismo tiene? En ocasiones el nombre parece tener una cualidad que determina destino, un legado inherente que se otorga en bautizo aleatorio que en algunos casos llega a parecer hasta irónico. En las afueras de Belo Horizonte, Brasil, las favelas reciben nombres femeninos y muchas de ellas son pobladas por mujeres que, cuales modernas y marginales amazonas, buscan sobrevivir en contextos paupérrimos y violentos usando empatía y calor como recursos.

La documentalista Juliana Antunes, junto a un equipo compuesto en su mayoría por mujeres, documenta la vida de dos amigas en un vecindario llamado “Juliana” para filmar el cotidiano de ambas mujeres: Juliana y Andreia, quien esta a punto de dejar a su amiga para mudarse a una favela vecina llamada “Baronesa”, título del documental que es parte de la competencia internacional del FICUNAM.

Sin condescendencia, afanes explotativos u oportunismo, Antunes filma a sus protagonistas en clases de zumba, hablando de los goces terrenales de la masturbación –hazte el amor con tus cinco dedos– así como el riesgo latente de perder a sus hijos ante una rapaz ola de violencia y criminalidad, el retrato de Antunes comparte el tono de jubilatoria melancolía que tiene El proyecto Florida de Sean Baker, equilibrando la femineidad y contrastándola con la cruda e innegable violencia que se vive en las favelas. Sensible sin ser evasiva, Baronesa captura la majestuosidad en su faceta más terrenal.

MILLA

Una película como Milla podría parecer demasiado simple y sin ninguna de las cualidades narrativas que gran parte del público busca en una película, pero lo que la cineasta Valerie Massadian logra construir pacientemente aquí es la transición de una joven (Severine Jonckeere) de nómada vardiana (Vagabond, 1988) a trabajadora digna de Kaurismaki (Ariel, 1989) para finalmente convertirse en una afectuosa madre en el contexto de una Francia anónima, empobrecida y no muy diferente de la marginalidad que se vive en otros países del mundo.

Fungiendo como secuela espiritual de Naná (2011), su poderosamente sútil retrato de la infancia, Massadian expande el lenguaje de la soledad y desde el bello cuadro inicial nos presenta a sus protagonistas a través de cristales o ventanas que los encuadran y los hacen componentes orgánicos de los espacios que habitan, sea un destartalado automóvil o una gran y vacía casa. Massadian, libre de toda vanidad, no impone nada como “directora” a sus personajes, sino que los impulsa a simplemente ser y presentarse de la forma más ordinaria, buscando no solo la supervivencia al margen de la depredación económica actual, sino un discreto goce, como lo dice el novio de la joven (Luc Chessel): “tu risa es un escupitajo a la cara del mundo”.

Evocando la inmersión de cineastas como los Hermanos Safdie (Heaven Knows What, 2014) o Harmony Korine (Gummo, 1997), Massadian presenta una obra de sincera parquedad y modesta ambición que nos permite presenciar en escasas dos horas lo que algunos nunca logran a alcanzar en una vida entera: madurez.

DRIFT

En películas de inspiración estructuralista como Hotel Monterrey de Chantal Akerman o en Five (2002), el homenaje a Ozu realizado por Abbas Kiarostami, objetos inertes y espacios toman vida propia al ser capturados por los cineastas y toman el control de la narrativa, llevándola a lugares inesperadamente poéticos. En su bella opera prima Drift, la cineasta alemana Elena Wittman presenta a dos mujeres que pasan un fin de semana juntas; una de ellas regresará a Argentina mientras que la otra cruzará el Océano Atlántico.

Pero la historia no es necesariamente sobre ellas, sino sobre todo lo que esta alrededor de ellas, contexto y objetos, particularmente el suave oleaje del océano que toma un rol central en la toma más larga de la película. Con un prefacio de 20 minutos en el que las mujeres discuten, entre otras cosas, sobre mitos de creación de Papua Nueva Guinea, Wittman, cual turista inocentemente curiosa se detiene en tomas que podrían parecer poco importantes o incluso irrelevantes, como lo vería un infante que lo ve por primera vez.

El gran mérito de la película de Wittman, cuyo cuadro final es un gentil guiño a la enorme Wavelenghts de Michael Snow, es compartir la impresión de una mirada nueva, inundada de curiosidad e ingenuo asombro por lo más simple y majestuoso: el vaivén del agua.

 Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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