‘El perfume de la papaya verde’: La serena fascinación de la inocencia

Durante algún tiempo posterior a la Reunificación de 1975 – específicamente, hasta mediados de los años 80– , cintas exaltadoras del espíritu y el heroísmo revolucionario, recuentos (por lo general, excesivamente dramáticos) de las desgracias y el sufrimiento de diversos sectores de la población, provocado por los aún recientes conflictos bélicos con el gabacho, y los consecuentes problemas sociales derivados de la reconstrucción del país durante la postguerra, dominaron la práctica totalidad de la producción cinematográfica vietnamita. Si bien es cierto que el cambio de modelo de una economía subsidiada a una economía de mercado desde 1986 pareció traer consigo retos y oportunidades para los realizadores fílmicos de esa nación, lo es también el que su industria fílmica, como la de muchos otros países “subdesarrollados”, se vio tremendamente afectada por el crecimiento desmesurado de los sistemas de televisión (visiblemente apegados a las políticas gubernamentales) y del mercado del video durante las dos últimas décadas del siglo XX. Viéndose obligados en la necesidad de trabajar con fondos inadecuados, con equipamiento técnico por demás obsoleto, trabas político-ideológicas y sorteando cuanta jodienda y media se pueda imaginar, no han sido pocas las dificultades que los productores estatales y los realizadores de aquel país han sobrellevado para competir de un modo (apenas) rentable y discreto tanto en el mercado interno como en aquel fuera de sus fronteras.

Mermado el número de films producidos en Vietnam, y avasallada la demanda por cintas importadas de otros rincones de Asia, Europa y (paradójicamente) de Estados Unidos, buena parte de los actores, técnicos y cineastas con algún renombre rentable, económicamente hablando, no dudaron en posar sus esfuerzos en la pantalla chica, mientras una reducida contraparte (aquellos aferrados que, afortunadamente, nunca faltan) siguió llevando a cabo un modesto número de producciones cinematográficas, aprovechando cierta apertura traducida en algunos cambios en lo que a regulaciones gubernamentales sobre subsidios, producción, distribución y exhibición se refiere, con la finalidad, quizá no tanto de explorar nuevos temas, pero sí, como lo demuestra El perfume de la papaya verde, (ópera prima del cineasta Trahn Anh Hung, y seguramente uno de los más importantes films rodados en la década de los 90) de dar fe sobre los buenos resultados que se pueden obtener gracias a la mutua cooperación internacional (en este caso, entre Vietnam y Francia) y el ánimo de emprender la búsqueda de innovadoras propuestas, en el caso que nos ocupa, al lograr un equilibrado balance entre lo tradicional y lo abstracto.

Con el acento puesto en un aspecto visual naturalmente minimalista (espléndido el trabajo en la dirección de fotografía por parte de Benoit Delhome), Trahn Anh Hung consiguió una cinta pletórica en matices de efectiva sutileza, en la que prevalecen los sonidos ambientales como el croar de los sapos, el volar de las aves e insectos, o el armónico flujo de la lluvia al caer mientras el agua corre sobre las paredes; esto es, más que por diálogos (de los que el guión prescinde casi por completo) o por acciones, la cinta apela hacía los sentidos del espectador y en su propia capacidad de evocación, en la cual las aparentemente pocas acciones mostradas y la tranquila cotidianeidad del entorno, terminan dando la certeza de haber presenciado mucho más de lo mostrado en pantalla.

Ubicado a contracorriente de los clichés ultraderechistas comunes del cine estadunidense (léase, la visión caótica, racista y violenta de un país “subdesarrollado”), el film muestra la “otra” faceta de Vietnam, el rostro entrañable de un país profundamente ligado a su cultura y tradición, todo desde el punto de vista y la enorme capacidad de asombro de Mui, la pequeña protagonista que arriba a la ciudad de Saigón para emplearse como sirvienta en un hogar de clase media, la cual es vista como la encarnación viva de la gracia, la curiosidad y la inocencia infantil, pero en su etapa adulta, de la belleza, la bondad y la determinación nata de todo un pueblo, para el que cada amanecer es un agradable descubrimiento, y trivialidades como el lento goteo de la savia blanca salpicando la hoja de una planta, una hormiga cargando una pequeña traza de pan, el brincar de los grillos durante la noche, o la sensación producida por manipular las semillas de una papaya verde, representa un acontecimiento excepcional. Al igual que el vínculo entre el olfato y la memoria, esta sucesión de imágenes evoca sutiles sensaciones, la mayoría, de serenidad en el ánimo del espectador durante el visionado de la cinta.

Tran Anh Hung muestra en su ópera prima una sutil y muy singular descripción costumbrista del ámbito familiar y social por el que transitan los personajes, mediante una meticulosa recreación de los usos y costumbres de aquel país, y aunque la anécdota transcurre en un crucialmente tormentoso momento de su historia (la década de los 50-60), el realizador procura no hacer énfasis alguno sobre los sucesos y el caótico entorno exterior (salvo lejanas sirenas anunciando algún toque de queda, o el fugazmente atronador ruido de aviones caza surcando los cielos) y sí, adentrar a las audiencias al interior de los protagonistas mediante la subrepticia expresividad de un gesto, de una mirada, de los sonidos, las melodías de Liszt, Chopin y los acordes de la música tradicional vietnamita, e incluso, la del sabor y los olores; es en este sentido que la comida juega una parte fundamental en el guión, siendo los alimentos el hilo conductor que determina el estado de ánimo de los personajes durante el desarrollo de la trama. Podría ser que la noción manejada por El perfume de la papaya verde sobre la naturaleza coexistiendo en armonía, resulte a los ojos de aquellos espectadores cínicos una mera utopía ecologista al servicio de una anécdota puramente romántica y efectista; sin embargo, su disimulada complejidad la hace alcanzar, durante sucesivos momentos, alturas de verdadera poesía cinematográfica (especialmente en la recta final) de manera modesta, sencilla, pero sublime y contundente.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos (@venimosjodimos)

Cómo preparar… Pad thai

Ingredientes

  • 250 gramos de fideos de arroz (anchos)
  • ¼ taza de salsa de pescado
  • 3 cucharadas de concentrado de tamarindo
  • 3 cucharadas de aceite de cacahuate
  • 650 gramos de camarón grande
  • 4 dientes de ajo
  • 2 echalot
  • 1 huevo batido
  • 1 taza de germinado de soya
  • 1 taza de cacahuates sin sal
  • ¼ taza de cilantro
  • Chile de árbol al gusto

Procedimiento

Remojar los fideos en agua tibia por aproximadamente 30 minutos o hasta que se suavicen pero que queden firmes (terminan su cocción después al saltear), escurrirlos y reservar.
Rostizar los cacahuates en una sartén hasta que desprendan un ligero aroma y reservar.
En un pequeño recipiente mezclar la salsa de pescado (la pueden encontrar en los negocios orientales como Nam Pla), el concentrado de tamarindo (el que se usa para preparar bebidas sabor tamarindo) y reservar.
Pelar los camarones dejando las “colitas” y reservar. Picar finamente el ajo y reservar, filetear el echalot y reservar. Por último filetear el chile de árbol deseado y también reservar.
Calentar un wok (si no tienes uno, cualquier sartén grande puede servir) y agregar una cucharadita de aceite de cacahuate y calentar hasta que suelte humo, saltear los camarones rápidamente, aproximadamente 2 minutos, retirar del wok y reservar.
Agregar el resto del aceite al wok/sartén y saltear rápidamente el ajo, el echalot y el chile, aproximadamente 30 segundos, y llevar a las orillas del wok (si es sartén retirar de este). Agregar el huevo batido y, literal, hacer un huevo revuelto. Agregar los fideos y mezclar con la mezcla anterior, agregar la mezcla de salsa de pescado y tamarindo, procurando cubrir los fideos.
Continuar salteando los fideos para evitar que se peguen pero con cuidado de no romperlos, agregar el germinado de soya y los cacahuates rostizados y regresar los camarones al wok/sartén para calentarlos.
Para servir,  pasar a un platón extendido, decorar con el limón rebanado y el cilantro.

Receta por Haute Cuisine Cooking School

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