Batman: Return to the Batcave (2003)
En el botadero la encuentras como: Regreso a la Baticueva
Pregunta por ella así: “¿Ya tiene algo nuevo de Adam West?”
Valor agregado: Cameos de Betty White (¡!) y JulieNewmar (la Gatúbela original).
El estrellato es especialmente cruel con aquellos que ganan la fama de manera fortuita. El starsystem está diseñado para la alabanza efímera de dioses tambaleantes que se deshacen en poco tiempo para abrir paso a la fugaz frescura de otro ídolo. Cada Dios derrocado nutre el botadero, alimentándose ferozmente de los tiempos de gloria y alabanza, haciendo de la nostalgia su nicho de adoración.
Esta vez, nuestra sucia plegaria llega a la cúpula habitada por el camp sesentero, específicamente por la absurda colorización del mito gótico de Batman. Adam West y Burt Ward protagonizan un híbrido basura. Por una parte, una cinta que relata la historia de la serie de Batman en los años 60 y por otro, la historia del robo del batimóvil en el 2003 desencadena una patética historia digna de un reportaje del noticiero de Jorge Zarza, en el que los septuagenarios West y Ward recuperan el emblemático Lincoln 55 tuneado de la serie original, robado por un enigmático ladrón (pista: no es Jim Carrey).
Adam West siempre abogó por la esencia artística del programa original de los 60. De cierta manera, el programa buscaba un crossover cultural que abarcara todos los campos de las artes en un ambiente de escenarios de cartulina, el toque shakesperiano que West daba a cada entonación, el inherente subtexto homosexual de la relación entre Bruce Wayne y Dick Grayson (un nombre más gay que Elton John), los diálogos y la acción que aspiran a sobrepasar la pobre dimensionalidad que la televisión puede ofrecer.
El personaje de West en los 60 menciona que Batman es un gran personaje ya que se comporta como un sujeto inteligente que no sabe que es un imbécil. En esta cinta ocurre algo diferente, estamos tratando con imbéciles que se saben imbéciles, pero se quieren comportar como personas inteligentes. Ni el mismísimo Sartre sabría qué decir ante tal dilema.
El bati-woosie (el pinche bailecito que hacía Adam West a cada oportunidad) es el símbolo inequívoco de la opacidad humana, la incapacidad de afrontar el conflicto y crear una digresión que se convierte en evasión. En la película, como en la serie de TV, la violencia era llevada a un punto más pueril que el de los Power Rangers mediante la musicalización retro de las escenas de pelea y el uso de la onomatopeyización del golpe, en la que acompañado de un puñetazo mal acomodado vemos volar expresiones multicolor en la pantalla como Boof!, Slam!, Whoosh! o el clásico Ka-Powww!! De esto surge una regla cardinal de la violencia en pantalla: mientras más signos de exclamación tenga tu película, más violenta es.
Se dice que de momento, Adam West se dedica a dar cursos de baile sobre el bati-woosie en reconocidas academias de baile en Delaware.
El camp es característico por su mal gusto y tendencias kitsch, y afrontemos el hecho de que no hay cosa más kitsch (u homosexual) que hombres en mallas (lo lamento, fans de superhéroes, pero sus impulsos homosexuales están siendo sublimados si prefieren a Superman que a Loise Lane).
La censura es manejada de manera cómica en la película, es el choque de dos grandes mitologías, aquella de la religión y aquella del cómic, ambas generadoras de una ferviente devoción entre sus seguidores. La adoración de estos dioses, uno, el de la decencia y las túnicas holgadas y el otro de obscenas proporciones ataviado de un entallado uniforme que daba cuenta de su exagerada figura, este dios del cómic es trasladado a la televisión, restándole su dimensión teológica y dejándonos únicamente con un enclenque que molesta a La Liga de la Decencia por que se le ve un bultito que parece una barra de TínLarín en el disfraz. A eso se reduce una discusión religiosa que usa su única arma, la censura.
Como un pedófilo en un concierto de Justin Bieber, el recuento de los años gloriosos de la serie de TV se entusiasma de más con su uso provocativo del doble sentido en la composición de la imagen, en el uso de ciertas frases picositas o hace gala de la sofisticada misoginia por la que era conocido Adam West. La sexualidad barata se presenta más como un medio de atacar a un grupo de mercado determinado que elevar la calidad de la serie televisiva. Basta recordar qué fue lo que hicieron en la serie de TV para que el programa jalara más gente: la inclusión de Batgirl, un paroxismo del sexismo.
Entre la basura siempre solemos encontrar figuras de acción que nos recuerdan los retorcidos días de nuestra infancia. Al encontrarlas nuestra mente se llena de memorias y episodios asociados a este tótem. Esta deidad caída nos recuerda que alguna vez amamos algo que hoy llena las repisas de la oficina de John Waters, los contenedores de basura o protagonizan una acalorada subasta en Ebay dependiendo de su suerte. Miramos a veces con desprecio ese pasado, pero cuando el entretenimiento actual es incapaz de darnos algo entrañable, siempre voltearemos a ver esa pila de basura sexista y campy llamada infancia a través de algo que hoy se explota, la nostalgia trash.
Por JJ Negrete