Distrital | ‘The Fireflies’: Del barrio, pero no discreto

El voguing, según la internet, es un estilo de baile estilizado basado en la revista Vogue, no en la canción de Madonna con el mismo título, caracterizado por movimientos rectilíneos y poses parecidas a las de los modelos. Este baile está en constante evolución, se sigue expandiendo, cambiando, y en ciertas comunidades ha encontrado un nicho que la he permitido crecer y evolucionar.

Pero el voguing no se trata sólo de hombres bailando en leotardos y tutús. Hay algo de eso, pero no es todo. Se trata de un lenguaje y modo de vida, con reglas, tradiciones, escuelas. Sobre todo, es una manera de expresarse. No sólo por el simple hecho de bailar, sino por le hecho de que en ciertos entornos se necesita ser muy valiente para ponerse maquillaje dorado en los ojos, brillantina en el cuerpo y salir a la calle.

El director Fréderic Nauczyciel vivió dos años en la ciudad de Baltimore, salvaje, llena de delincuencia y pobreza. Ésa podría haber sido su película: un retrato del día a día de las personas en los ghettos de esta lastimada urbe. Sin embargo, el fotógrafo francés fue aún más profundo, retratando en una pieza experimental y cruda, que al principio era una instalación de museo,  varias historias que se entrelazan por el baile, la competencia y la necesidad de expresarse.

The Fireflies, Francesca, Baltimore no es un documental en el sentido estricto de la palabra. Por ello muchas veces las imágenes se sienten sin conexión, sin ningún tipo de narrativa o historia. El enfoque estético es muy grande para ser ignorado. Sin embargo, cumple con uno de los objetivos de cualquier pieza documental: mostrar realidades que muchas veces pasan desapercibidas, pero con las que, probablemente, estamos constantemente en contacto.

La pantalla dividida es un elemento que se repite. La sobreexposición de la calle, la pobreza, la basura, en paralelo a un grupo de hombres que hacen pasos barrocos y espasmódicos al ritmo de música clásica es accidental, según palabras del propio director, pero, como muchas cosas en la película, tiene una carga estética que rebasa por mucho su función dentro de la inexistente trama. Es puro contraste visual.

Los antros de Baltimore, las batallas de baile entre travestis y homosexuales, los pasos angulosos y el sonido a todo volumen no es para todos. La falta de trama puede hacer que los 42 minutos que dura la película se sientan cansados, sin un objetivo claro. Y tomando en cuenta la concepción de está cinta como una instalación de arte, tal vez nunca hubo uno en mente, más que mostrar a estas personas con todos los elementos estéticos que los acompañan, por raros que nos parezcan.

Por Xavier R. Vera (@SoyXavito)

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