Ciudades de papel (Paper Towns, 2015) es una película que cumple lo que promete. Un filme que brinda a su público target todo lo que uno podría esperar en un largometraje de esta naturaleza. Claro, no va más allá ni pretende reinvindicar el género, aunque cuando menos se pude percibir un brote de frescura al abordar el clásico y mil veces visto enamoramiento entre dos adolescentes.
Esta cinta basada en la novela del mismo nombre de John Green (autor de la también exitosa Bajo la misma estrella) toma un poco como precedente las bases de su antecesora y procura retomar el exitoso discurso de la película protagonizada por Shaileene Woodley, dotándolo de un aire más indie y experimental, pero a la vez cuidando que todo el ambiente melancólico/teen esté presente en todo momento.
Aunque el guión no puede dejar de percibirse calculador y no se ocupa en ocultar su afán de querer despertar ciertos suspiros de aquellas espectadoras que disfrutarán el espectáculo prendidas del brazo de sus acompañantes (vamos, la película prácticamente fue prefabricada con ese objetivo), el dinamismo de ciertas secuencias procura dotar de cotidianeidad lo que transcurre en pantalla, de modo que alguna sonrisa tonta se escapará de aquellos que incluso acudieron a ver el filme a la fuerza con tal de cumplir con el papel de buen mozo.
Entre las virtudes de la película, podemos notarla muy segura al momento de pisar los terrenos del “drama teen” con respecto a otros largometrajes similares. Es como si el filme mismo se reconociera cursi y se pusiera con orgullo la camiseta de la cursilería, ya que incluso el guión se muestra mesurado en ese aspecto y sabe cuándo debe frenar el tono romántico, de modo que la experiencia es llevadora para el público en general. En cuanto a las actuaciones, se puede reprochar que Carla Delevigne no tiene el encanto de Shaileene Woodley, aunque afortunadamente el carismático y acertado Nat Wolf se ve cómodo en este registro.
Asimismo, la película alberga un puñado de momentos que logran que la emoción que flota en pantalla sea palpable para la audiencia, al conseguir emocionar en más de una secuencia. Al final, el filme deja un buen sabor de boca a aquellos que se entregaron a su encantador espíritu.
Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)