‘Ciudad de Dios’: Mosaico de un paraíso cinematográfico

Una persecución aderezada con disparos inaugura el recorrido a través del cual Fernando Meirelles nos brindará una visita guiada durante poco más de dos horas por la Ciudad de Dios, sitio que a pesar de llevar el nombre de la divinidad ha sido ignorado por cualquier fuerza superior y engullido por las brasas del infierno, en el cual el comportamiento moral es inexistente y los habitantes deben entregarse al calor si no quieren ser devorados por las almas que deambulan alimentándose del miedo de los demás mortales.

Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) es una historia de supervivencia. La historia transcurre día a día en los rincones más marginados y desamparados del mundo, pues es acertado mencionar que todos los países tienen su “Ciudad de Dios” (quizás el equivalente mexicano sea el Barrio Bravo: Tepito), sitios en los cuales las reglas se ven ahogadas por las armas, que siempre tienen la última palabra. El Brasil que veamos en el Mundial 2014 quizás esté muy lejos del país que nos muestra Meirelles en este recorrido cinematográfico. El de la película es más parecido al Brasil que vemos en los noticieros, en los cuales se muestra a una población desamparada siendo devorada por un evento de intereses monetarios muy elevados.

La ironía del filme empieza en que se trata de una superproducción que retrata la vida de una sociedad marginada; cada uno de los integrantes de dicha sociedad traen consigo una historia cuyo efecto es parecido al de la bola de nieve: se van acumulando y entretejiendo hasta formar parte de un todo explosivo.

Esta no es una película en la que el excelente montaje, la ágil edición o la estupenda banda sonora sirven para ocultar una deficiencia en la historia. Todo lo contrario: los cuidados aspectos técnicos realzan la calidad del filme, yendo a la par con un excelente guión que no deja cabos sueltos a pesar de las múltiples líneas argumentales que se van trazando durante el desarrollo de la película.

Además de la prodigiosa dirección a cargo de Meirelles, otro indiscutible protagonista de la cinta es el guionista Braulio Mantovani, que consigue adaptar un complejo libro de más de 600 páginas (y más de 300 personajes) con buen ritmo, sin perder en ningún momento la verosimilitud y ser contundente todo el tiempo. Mantener el interés en una obra que abarca un largo lapso y alberga varios personajes es complicado; sin embargo, Meirelles y Mantovani se encargan de definir a los personajes con unas pinceladas y hacernos cómplices de éstos, de modo que estemos pendientes de su travesía dentro de su ir y venir por la historia.

La influencia del cine de Martin Scorsese es notoria desde los primeros planos, en los que vemos esas tomas a pandillas y gángsters clásicas del cine del director italoamericano. También se puede apreciar una influencia del cine de Tarantino en el desenfrenado montaje y la violencia (no gratuita) y me atrevería a destacar que Meireilles se inspiró en el trabajo que Steven Soderbergh llevó a cabo en el filme Tráfico (Traffic, 2000), al dotar de una tonalidad distinta a cada uno de los fragmentos/periodos que componen el filme.

El protagonista de Ciudad de Dios es un joven perteneciente a este peligroso territorio, que prefiere disparar el flash de una cámara antes que disparar un arma; un chico con aspiraciones artísticas que no encaja en el aguerrido ambiente que se vive en dicha ciudad, y cuyo dilema consta en qué tanto debe entregarse a la violencia de la Ciudad de Dios para hacer frente a los peligros que suceden ahí día con día. El director retrata la vulnerabilidad de dicha inocencia ante un escenario en la que ésta se corrompe fácilmente, y remarca cómo hay unos pocos que están determinados a aferrarse a ella a pesar de que tengan que pagar las consecuencias.

Es destacable el realismo con que Meirelles impregna cada una de las escenas que componen el filme, consiguiendo que por momentos nos olvidemos que estamos visualizando una ficción y que en cambio se perciba como un documental o una crónica televisiva sobre la vida en dicho territorio (de hecho varios de los actores eran en la vida real habitantes de dicha favela). El director empieza la película con ritmo pisando el acelerador y va aumentando la velocidad de manera vertiginosa, por lo que el pulso del espectador termina a disposición de Meirelles, desembocando en un impetuoso clímax en el que la tensión y el suspenso danzan como uno solo.

Ciudad de Dios será por siempre la obra magna de Fernando Meirelles, y aunque ninguna de sus obras posteriores iguala el nivel de la que ahora nos ocupa, es notoria la influencia de este filme para sus posteriores películas; destacando la denuncia social de El jardinero fiel (The Constant Gardener, 2005) (que es similar en muchos aspectos, incluso en el montaje y cronología para contar la historia), y Ceguera (Blindness, 2008), donde visualizamos a una sociedad distópica que hace frente a una enfermedad, así como el formato de historias entrecruzadas en 360 (2011), con un estilo más elegante y que se aleja del montaje de Ciudad de Dios.

Con esta película Meirelles logró impresionar a la crítica y obtener nominaciones al Óscar en categorías donde normalmente no vemos compitiendo a películas foráneas (tales como Guión Adaptado y Dirección), dejando como legado una obra que se erige como una joya cinematográfica del cine latinoamericano y que funciona también como escuela de otros filmes de suspenso o denuncia social.

Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)

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