Bye Bye Brasil: Las lágrimas del más fuerte

¿Qué es exactamente lo que despide el título de la película Bye Bye Brasil (1979)? Quizá sea una forma específica de filmar a quienes se ven marginalizados, evitando explotar el sufrimiento y exaltando el goce, junto a un sentido de sexualidad profundamente lúdico, en absoluto tremendista o decadente. Bye Bye Brasil está dedicada al pueblo brasileño del S. XXI, lo cual da pie a indagar qué es lo que la película sabe –o intuye– de una audiencia que para ese momento aún no existía o, más bien, no sería la misma cuando el mentado siglo llegase.

La película presenta a Salomé, Lorde Cigano y Andorinha, tres artistas itinerantes que recorren el país con la Caravana Rolidei haciendo espectáculos para los más pobres que no tienen televisión, cuyo avance amenaza con liquidar cualquier otro tipo de entretenimiento. El acordeonista Ciço y su esposa Dasdô se unen a ellos mientras viajan a través del nordeste brasileño rumbo a la capital.

Una de las tradiciones más arraigadas del cine brasileño es mirar al futuro: desde Mário Peixoto con Límite (1931), pasando por las famélicas distopías de Glauber Rocha que ha derivado en los trabajos de Adirley Queiroz o Kleber Mendoca Filho, películas mucho más preocupadas por recalcar su simbolismo metafórico esperando que de ahí surja la narrativa a trabajar a la inversa, que es justamente lo que hace el director Carlos Diegues en Bye Bye Brasil. La sensibilidad de Diegues es cercana a la de los italianos Pier Paolo Pasolini o Federico Fellini en sus primeras películas, donde su cercanía, tanto con los personajes como con su contexto, es orgánica y tangible en una forma que conserva cierto misterio.

Su simbolismo viene de un lugar tan orgánico y auténtico como el supuesto surrealismo de Luis Buñuel en películas como La ilusión viaja en tranvía (1954) o Subida al Cielo (1951). Se da la impresión de que Diegues, como Buñuel, no pone elementos que no existan en los espacios en los que filma, o al menos, la aparición de esos elementos se percibe casual, casi azarosa. Sostener el onirismo antes que el simbolismo. Un sueño se sostiene por su atmósfera, mucho más que por su significado.

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Hay tres valores en los que se basa la gira carnavalesca de los protagonistas: belleza, fuerza y magia, en este caso, todos hermanados por la noción de espectáculo. La naturaleza eminentemente popular de la atracción montada por Lorde Cigano (José Wilker) emana la melancolía de una forma de ver y entender el mundo que la devoción al orden y al progreso eliminan con lujo brutalista mientras suena la música del gran Chico Buarque, lamentándose por lo que Brasil pierde en aras de “crecer” en todos los sentidos, incluyendo el entretenimiento.

La postura de la película parece ser más de escepticismo frente a las promesas progresistas que la de una simple nostalgia reaccionaria. Diegues da lugar también a la ironía y deshecha toda solemnidad en guiños tan discretos como la presencia de juguetes que aluden al coito, los ingenuos trucos de magia de Lorde Cigano, las cada vez más provocativas danzas de Salomé (Betty Faria) y las proezas de fuerza de Andorinha (Príncipe Nabor), que en una de las escenas más sutiles de la película, condensa el sentido de derrota de la troupé de artistas callejeros.

Tras haber demostrado su imbatible fuerza en otras ocasiones, venciendo a un camionero en un duelo de pulso, la Caravana Rolidei llega a un pueblo llamado Altamira, que le han vendido como una suerte de El Dorado, la mítica ciudad pérdida. Al llegar ahí, llevando consigo a un grupo de nativos que ya no pueden sostener su vida en la jungla, se dan cuenta de que Altamira es un lugar casi cosmopolita, extrañamente inhóspito.

Para conseguir dinero, Lorde Cigano pone toda la responsabilidad en la fuerza de Andorinha y una apuesta en otra lucha de pulso. Al perder la apuesta, inicia la degradación de la Caravana. Las lágrimas recorren el duro semblante del abatido titán, reminiscente al del bruto Zampano (Anthony Quinn) en La Strada (1954). La despedida de toda una nación que saluda a su futuro terriblemente abatida pero no destruida. Adiós a un Brasil.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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