Broker – Intercambiando vidas y la familia del camino

Es ineludible que uno de los temas más cercanos para Kore-eda Hirokazu es la familia y sus dinámicas, sea las que nacen a través de la sangre o aquellas derivadas del simple contacto humano. En Un día en familia (Aruitemo aruitemo, 2008), por ejemplo, el cineasta japonés ponía la mirada en una familia resquebrajada –especialmente un padre y su hijo– por la muerte de uno de sus miembros y cómo su sombra se extiende sobre cada uno de los integrantes, evitándoles seguir adelante –en ese sentido, el título anglosajón (Still Walking) era más elocuente–.

Otro ángulo del tema de la familia lo podemos encontrar en Nuestra pequeña hermana (Umimachi Diary, 2015), donde un trío de hermanas veía sacudida su existencia con la llegada de una media hermana, situación que las obligaba a enfrentar los sentimientos generados ante el abandono de sus padres. O en De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013), aquí Kore-eda reflexionaba como lo hicieron alguna vez Los Tigres del Norte sobre la importancia de la sangre y la crianza –además de cuál era más importante para entender la naturaleza de una persona–, ya que una pareja de clase alta era informada de un error hospitalario que los había dejado criando a lo largo de los años a un niño ajeno a sus genes.

Una y otra vez, el director japonés ha subrayado la importancia del núcleo familiar para entender quiénes somos, resaltando en los últimos años la manera en que esa red puede extenderse para beneficio de alguien aun si el parentesco es por conveniencia. Después de todo, los ladrones de Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018) no estaban unidos por un lazo sanguíneo, sino por los beneficios nacidos de la compañía. Algo similar sucede en uno de sus trabajos recientes, Broker – Intercambiando vidas (Beurokeo, 2022), en el que un par de traficantes de menores, una joven prostituta, un huérfano y un par de policías cruzan caminos con motivo del abandono de un pequeño infante.

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El punto de partida de la trama es una caja para huérfanos en la pared de una iglesia, donde Moon So-young (Ji-eun Lee) decide abandonar a su hijo Woo-sung, para sorpresa de las detectives Lee (Lee Joo-young) y Su-jin (Bae Doona) –quienes no sólo la juzgan por su acto sin conocer sus razones, sino que deciden intervenir para corregir el hecho de que Moon no puso al niño en el lugar correcto para poder seguir con las pesquisas–. Al interior del edificio, Ha Sang-hyun (el gran actor coreano Song Kang-ho) y Dong-soo (Gang Dong-won) ven en el recién llegado la oportunidad de seguir su negocio de acomodar bebés con parejas imposibilitadas de gestar a cambio de significativas sumas de dinero.

Cuando Moon regresa para recuperar lo abandonado, Ha y Dong-soo le proponen acompañarlos para así beneficiarse todos del intercambio monetario. A partir de este punto y apoyándose en un viaje de carretera, Kore-eda –quien también se encargó de escribir el guión– cuestiona las razones de cada uno de los personajes y obliga a su público a preguntarse si lo moral, lo legal y lo correcto –cualquier cosa que se cruce en el espectro– quizá no coincidan del todo cuando se trata de la crianza ideal para un niño.

Esto se ejemplifica de mejor manera cuando descubrimos poco a poco la historia de Ha y Dong-soo; el primero vive lejos de su hija y ve en el negocio de acomodar niños no sólo una forma de ganar dinero fácil, sino de redimirse un poco; mientras que su compañero de fechorías creció en un orfanato y ha experimentado de cerca los significados de la distante y fría pero correcta burocracia. Kore-eda pone el foco una y otra vez en cómo el encuentro de estas personas rotas emocionalmente tiende un puente entre ellos, subsanando lentamente ese hoyo creado por el abandono familiar. Y, por si no fueran suficientes las imágenes, Moon So-young lo deja claro a cuadro: “si los hubiera conocido antes, tal vez no tendría que hacerlo (abandonar al niño)”.

Si bien cierta postura provida recorre la película –esperado, teniendo en cuenta que el aborto sigue siendo un tema tabú en Japón, país de origen de Kore-eda, aunque la trama suceda en Corea del Sur–, el alegato del director resuena emocionalmente: no hay vida que resista sin comunidad. Sea de sangre o no, es lo menos importante.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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