‘Todos los caminos llevan a casa’: un luminoso sendero hacia la compasión

Un niño comparte con el anciano un estado de vulnerabilidad frente al adulto ensimismado. Uno por inexperiencia y el otro por imposibilidad física, ambos son seres aislados del agitado y conflictivo mundo adulto. Todos los caminos llevan a casa (Jibeuro, 2002), de la directora Lee Jeong-Hyang, es la historia de Sang Woo, su abuela y cómo encontraron en el reflejo de sus propias carencias un lugar para el amor, la compasión y la compañía.

Sang Woo es un niño de 7 años quejumbroso, violento, intolerante y solitario –profundamente solitario– que vive con su madre en Seúl, Corea del Sur. Empujada por las carencias económicas y la monstruosa rapiña laboral de la ciudad, la madre de Sang Woo decide enviar a su hijo a la casa de la abuela, en una pequeña comunidad agrícola, ‘mientras las cosas se estabilizan’. Por primera vez, la abuela y su nieto tendrán la oportunidad de compartir tiempo y reencontrarse cuando sus mundos ajenos son forzados a la convivencia.

Sang Woo es sobreviviente de las invasiones en Corea del Sur: desde la cultura del consumismo estadounidense, hasta las imposibilidades de trabajo, la ruptura familiar, el abandono y la educación programada, síntomas de la posmodernidad. Como crítica a la disolución de los valores tradicionales, la directora Lee Jeong-Hyang retrata al pequeño Sang en su desesperado estado de abandono, lo delinea caprichoso, como un enfant terrible que se rebela contra la apatía de sus padres a través de la violenta manifestación de sus deseos: cariño y atención.

La descripción de un escenario campestre desde la perspectiva del sueño bucólico se completa con la imagen de la abuela. Una mujer de edad muy avanzada que a pesar de sus imposibilidades –es sordomuda– logra comunicar paciencia, compasión, solidaridad y amor. La vejez de la abuela, su lento caminar, su calma oceánica ante las groserías de su nieto, el amor sin dobleces que ofrece a la vida son sólo comparables con la belleza del pueblo inocente y sus habitantes que no profesan el desinterés y la apatía, porque simplemente no la conocen.

Un niño aprende de todo, principalmente de lo que observa. Así Sang Woo aprendió que las coca-colas, los pastelillos de chocolate y la comida enlatada son ‘comida rica’ –y decir comida es exagerado–, también observó de su madre el desinterés por las palabras y domó la convivencia con ella a través del intercambio de juguetes comprados y caprichos concedidos. Con la abuela, Sang Woo aprendió que el amor supera el cansancio, que la comida existe para mitigar el hambre y que basta voluntad para comunicarse con alguien que no habla de la misma manera.

Decía T.S. Eliot que “no podemos explicar la pasión a una persona que jamás la ha experimentado, tanto como no le podemos explicar la luz a un ciego” y la abuela logró explicar el amor a su nieto a través de sus acciones. Con amor desmedido, la abuela sembró un camino luminoso en cuyas cosechas Sang Woo encontró compasión, cariño, atención y compañía de aquella mujer frágil, pero paciente y amorosa.

Todos los caminos llevan a casa es una crítica al mundo al que la abuela y su nieto no pertenecen: el de la prisa, las invasiones, la apatía, el desinterés y la soledad del adulto. Pero el filme critica ese mundo a través de su ausencia y resarce sus brechas a través de Sang Woo, quien lejos de sus padres encuentra en compañía y cariño en su abuela.

El mayor acierto de esta película es su forma de resolver la transición de Sang Woo de la rebeldía, la ira y el desasosiego al camino de la compasión que las acciones de su abuela le enseñan. El manejo narrativo de la historia, la omisión explícita del mundo posmoderno y una serie de metáforas sobre la vida real y las ideas permite que los espectadores se vuelvan parte de esa experiencia que retrata un fotograma de bellísimos mensajes de lo que el amor, la paciencia y la solidaridad logran.

Por Alejandra Arteaga (@Adelesnails)

    Leave a Reply