‘Oblivion: El tiempo del olvido’: Trivial belleza

El trabajo del director Joseph Kosinski sin duda hipnotiza. Recuerdo que durante pasajes de Tron: El legado (Tron: Legacy, 2010) me preguntaba si estaba viendo una película o una moderna instalación artística llena de mucha retórica, la línea era tan delgada que por momentos era imposible distinguir una de otra.

Pero por momentos el encanto se perdía y una mirada más profunda revelaba la verdad… era hermosa, sí, pero sin fondo. La precuela de Tron era pura forma y el fenómeno se repite en la nueva película de Kosinki: Oblivion: El tiempo del olvido (Oblivion, 2013).

Es el año 2073, la Tierra es un páramo desolado. Jack (Tom Cruise negando al padre tiempo) y Victoria (Andrea Riseborough) son los últimos seres humanos sobre el planeta. Pronto, la voz de Jack nos informa que años atrás hubo una guerra con unos extraterrestres invasores –los Scavs– y la raza humana se vio en la necesidad de usar bombas atómicas para vencer, lo que dejó la superficie terrestre radioactiva e inservible.

Así, los humanos sobrevivientes esperan pacientes en una nave que orbita alrededor de la Tierra el momento la recolección de los recursos termine y todos puedan viajar a Titán, el satélite más grande de Saturno, para vivir ahí felices por siempre. Nuestra pareja protagonista es un equipo que se dedica a supervisar la recolección de recursos. Ella, vigilando todo desde una torre y él, encargándose de las reparaciones y de combatir a los scavs que tratan de impedirlo.

Durante el primer acto de la película, Kosinski nos sumerge en el día a día de Jack. Solo en ese vasto paraje, él hace su trabajo y gusta de recoger objetos de antes de la guerra –gorras de los Yankees, libros, ositos de peluche, etc.– como si se tratará del entrañable Wall-E (2008). Es en esos minutos en que, como lo decía líneas arriba, el director desarrolla su verdadera faceta: la de director artístico.

oblivion

Como bien apunta Wesley Morris, de Grantland, Oblivion es tan atractiva visualmente que “es algo en lo que quisieramos estar dentro. Al entrar, habrá suficiente espacio para notar lo vacío que es”. El realizador es, como muchos han señalado, profesor de arquitectura y su experiencia en el campo es notoria en la forma en que compone sus tomas.

El problema es que prolonga demasiado esa rutina de la que somos espectadores, el embeleso se rompe antes del predecible giro de tuerca –el trailer ya lo anunciaba– con el que Jack descubre que el mundo en que vive y sus patrones quizá no sean lo que él y su compañera/amante piensan.

La caída de la nave en que viaja Olga Kurylenko –parte del sueño en loop de Jack– detona el juego de referencias con el que busca avanzar el guión, de The Last Man on Earth/The Omega Man/ I am Legend a Star Wars, pasando por Blade Runner y el Vertigo hitchcockniano, sin dejar de lado la multicitada 2001: Space Odyssey y pasajes que recuerdan a Fundación y Tierra de Isaac Asimov –la aparición del perro y el planeta radioactivo son clave–. Pero se ha dilatado tanto el momento de quiebre que muchos espectadores no participarán en el juego referencial.

La carencia de un fondo abundante también afecta a los actores. Tom Cruise y todo su carisma, aunque aún sean efectivos, necesitan de un poco más de fibra para encarnar de manera atractiva un personaje. Morgan Freeman se convierte en el revulsivo del segundo acto poniendo su característica personalidad en juego, aunque sin llegar a impactar de manera significativa en el resultado final. Y para ver el lado exótico de Olga Kurylenko mejor utilizado es preferible que vean To The Wonder, de Terrence Malick.

En suma, Oblivion es un paso pequeño en la carrera de Joseph Kosinski. En dos películas ha dejado claro que tiene la habilidad necesaria para narrar visualmente una historia pero no la suficiente para convertir un guión limitado en algo interesante, después de todo él se encargó de adaptar su propia novela gráfica junto a Michael Arndt y Karl Gajdusek.

Las hermosas instalaciones de Kosinki necesitan un poco más de humanidad para generar empatía. Después de todo, “no hay arte sin emoción”.

Por Rafael Paz (@pazespa)

    Related Posts

    Cannes | Top Gun: Maverick: El dueño del aliento
    La maldición renace con los sustos habituales
    Mórbido | Cage y ‘Mandy’, una entrevista con Panos Cosmatos
    ‘MI 6: Repercusión’: La lógica de lo imposible
    Mandela vs el muro: 10 películas para entender el apartheid
    ‘Barry Seal: sólo en América’ y la realidad del sueño americano

    Leave a Reply