The Penny Black y la verdad sospechosa

Como espectadores pretendemos que el documental es verdad, que aquello frente a la cámara es lo más apegado a lo verdadero y su lente es una herramienta para descubrirlo o interpretarlo, a la manera que un arqueólogo usaría sus instrumentos para desenterrar el pasado buscando entenderlo. Es una noción que a lo largo de la historia del cine se ha puesto a prueba en más de una ocasión, porque la objetividad es imposible de capturar a través de las limitaciones de una mente o de sus protagonistas que activamente la distorsionan. ¿Dónde termina el artilugio y dónde empiezan las certezas de algo como F for Fake (1973), por ejemplo? La verdad es tan grande que no hay manera de contenerla en una imagen, siempre habrá detalles fuera del margen, intenciones detrás de cada encuadre o sentencia. El espectador da un salto de fe al mirar un documental, esperando que el contrato con lo auténtico sea respetado por todos los involucrados.

Esa es la duda constante que aparece en las imágenes de The Penny Black (2020), Joe Saunders (Coach Snoop), donde el director sigue a un joven –Will– que apareció en su vida con una historia extraordinaria: una noche uno de sus vecinos, un ruso cuarentón amante de los cigarrillos, le pidió guardar una extensa colección de estampillas y nunca regresó por ellas. El hecho no tendría mucho de atípico sino fuera porque la colección podría valer unos cuantos millones de dólares, así que director y protagonista deciden buscar al filatelista desaparecido con la esperanza de encontrar la verdad detrás de lo sucedido.

Pronto Saunders y su equipo nos informan que Will tiene un pasado igualmente atípico: su padre falsificaba documentos cuando el protagonista era un niño y, tras ser deportado a Inglaterra por sus delitos, el contacto entre ambos ha sido prácticamente nulo. Desde entonces Will lucha con el legado de su padre intentando llevar una vida honesta, ¿es genética la capacidad de mentir?

Conforme los intentos por encontrar al ruso avanzan con poco éxito –la filmación abarca un par de años– y el valor de las estampillas se hace cada vez más evidente –entre la colección hay una Penny Black, la primera estampilla el mundo–, la cámara de Saunders comienza a notar ciertas tendencias paranoicas y contradicciones en el comportamiento de Will. Nunca parece faltarle dinero, aunque no sabemos en qué trabaja. Su novia lo abandona, él encuentra un mejor departamento. Will cambia constantemente de look. Además, entre tomas, una de las valiosas carpetas desaparece sin que nadie tenga idea de su paradero.

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Es así que The Penny Black comienza a adoptar la naturaleza paranoica de su protagonista, cada nuevo descubrimiento no esclarece los hechos sino que los empantana. ¿Quién está mintiendo? Si D.A. Pennebaker y el grupo del Cinema Verité pretendían encontrar la verdad sin intervenir en los hechos frente a la cámara, Saunders nos lleva a cuestionarnos si es posible dicho distanciamiento, provocando que dudemos no sólo de su protagonista sino de la producción misma. Quizá se necesita de un estafador para identificar a otro, tal vez deseamos/tememos descubrir qué haríamos si nos ponemos en los zapatos de Will.

La cámara carece de las capacidades de un detector de mentiras, su mirada como la nuestra es falible a los caprichos de la mente, como nosotros está dispuesta a creer, a dejarse engañar porque hemos aceptado de antemano que el código de honor del documental impide que nos expongamos a una mentira. Si la memoria de Will funciona a conveniencia, las imágenes del documental también. Ambas están a merced de los caprichos de sujetos falibles. El documental se pretende verídico, certero, pero como espectadores también estamos a merced del director y su protagonista.

La popularización del internet en las últimas dos décadas sólo ha agudizado esta crisis de “verdad”, aumentando exponencialmente nuestra paranoia con la información que consumimos. En el mundo virtual, estamos a un par de clicks de participar en la desinformación y nunca había sido tan fácil para líderes de opinión con intereses nebulosos poner al mismo nivel de los datos duros, información falsa u opiniones sesgadas. Discernir lo cierto en nuestras vidas es una tarea cada vez más complicada.

Hacia el final del documental Will comenta que odia a su padre no porque sea un criminal, sino porque lo atraparon, estas declaraciones se intercalan con imágenes de Will disfrutando de su reluciente lancha nueva, otro regalo de su madre… ¿verdad?

Por Rafael Paz (@pazespa)