‘Se levanta el viento’: El adiós de Miyazaki

La primera vez que vi una película de Hayao Miyazaki tenía 13 años. No entendía por qué iban a pasar “anime” en Disney Channel, pero decidí checarla por curiosidad. Nunca hubiera imaginado que terminaría con la cara chorreada de tanto llorar, ni que iba a encontrar una joya. A partir de ese momento, la animación ganó un espacio importante en mis gustos, rompí prejuicios establecidos; también entendí que el cine carece de fronteras y etiquetas, pero nada de eso importaba: lo único era que El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) me había dado las dos horas más mágicas de mi vida y que quería repetirlas tanto como fuera posible.

Quien me conoce, sabe que adoro los filmes de Miyazaki por la forma en que trata las historias y cómo las conjunta con la animación. No es una cosa de niños; es la creación de una experiencia artística que no puede compararse con nada. Cuando se dio el anuncio de que el realizador se retiraría con Se levanta el viento (Kaze tachinu, 2013) fue inevitable sentir que un pedacito de mi corazón se apagaba. ¿Es que acaso hasta ahí iba a llegar? Sin embargo, los trailers, la espera, la incertidumbre, todo se conjuntó para crear una expectativa nunca antes vista en Monterrey. Cientos de personas compartían en las redes sociales los pósters y se preguntaban cuándo llegaría de la Cineteca Nacional a la local. Finalmente, el primer fin de semana de junio fue la fecha prometida. Nueve funciones agotadas –algo sin precedentes en la Cineteca Nuevo León, sobre todo si consideramos que se trata de una película animada japonesa– fueron el resultado de un fuerte bombardeo en internet, intensificado por la famosa selfie de Joseph Gordon-Levitt en el estudio de doblaje. En cuanto las luces se apagaron y apareció la figura de Totoro frente al característico fondo celeste de Ghibli, comenzó la magia.

Se levanta el viento nos cuenta la vida de Jiro Horikoshi, cuyo sueño es pilotear aviones. En cuanto se da cuenta de que su vista no da para mucho, deja esta ilusión de lado y comienza a prepararse para ser un gran ingeniero aeronáutico. La historia se mueve entre la realidad y la fantasía, como nos tiene bien acostumbrados el director, pues mezcla la vida que lleva Jiro con sus sueños; éstos son la clave del guión, pues nos permiten reflexionar acerca de la guerra, de los problemas de la vida adulta y de las dificultades que tenemos para dejarnos llevar sin quitar los pies del piso.

Por otro lado, la cronología del protagonista –leer una revista de aviones por primera vez, ir a la universidad, un terrible accidente, reencontrarse con el amor de su vida, etcétera– es la parte sentimental que desata los conductos lagrimales de los espectadores. Estos movimientos en la trama no son novedad para quienes seguimos la filmografía del nipón, pero debemos dejar en claro que esta es su cinta más apegada a la realidad. Si bien existen las secuencias ensoñadas, los eventos “reales” (por supuesto que hay partes teñidas de rosa, pero básicamente es la vida de Horikoshi tal cual) son los que sustentan la historia y los que seguimos sin pierde.

Contrario a sus trabajos anteriores, no existe un solo momento en que los dos universos se fundan, sino que la línea divisoria entre ambos es clara. Algo diferente, pero sin duda refrescante. En cuanto termina la película, entendemos por qué Hayao Miyazaki decidió que era su último trabajo. Se levanta el viento es la explicación de su carrera, de su forma de pensar. Él nunca estuvo en un mundo alejado del aquí y el ahora, sino que combinaba los dos, y lo mejor: enseñó a millones de personas alrededor del mundo a soñar sin despegarse de la tierra. Esta película es la tesis de su vida, la que lo define sin importar que los premios la hayan ignorado –a pesar de ser una producción que sobrepasa en todo sentido a la eterna ganadora, Frozen: una aventura congelada (Frozen, 2013). ¿Vale la pena una vida sin sueños? Paul Valéry nos lo explica con la cita que da título a este viaje: “Le vent se lève! Il faut tenter de vivre…” (“¡Se levanta el viento! Debemos intentar vivir…”). Gracias por tanto, Miyazaki. Por enseñarnos a volar, a soñar, por darle voz a toda una generación de niñas que pudimos ver más allá del príncipe azul. Tu grandeza se queda con nosotros para la posteridad. Ahora… nos toca vivir.

Por Daniela Saucedo Garza (@DanielaSaucedo)