Árbol Rojo | Nevrland: Ansiedad en el cosmos

La ansiedad es un tema universal, un sufrimiento constante que pesa sobre el alma del ser humano. Es dolor, un pensamiento en forma de escorpión o un agujero negro dentro del cuerpo humano, tal como lo siente Jakob (Simon Frühwirth), un chico de 17 años que busca sentir emociones en su turbulenta vida, aunque su propia ansiedad no le permite disfrutarlas. Cuando conoce Kristjan (Paul Forman) su vida tendra un inesperado giro sicodélico.

Más que una historia de amor sobre dos hombres, Nevrland (2019) es una exploración de la incomodidad del alma dentro del cuerpo físico, un terror existencial que vivimos todos los días. Esa batalla que tenemos con la dichosa ansiedad, cuando se nos dificulta controlarla, interfiere con en nuestra experiencia en este plano llamado vida.

El guión se vuelve atractivo cuando se adentra a los temas de salud mental, la sexualidad, la búsqueda de uno mismo, acompañados de secuencias que nos recuerdan a El Imperio (Inland Empire, 2006), de David Lynch, por sus recreaciones oníricas y al cine alucinógeno de Gaspar Noé como Clímax (2018) o Enter the Void (2009). Las referencias están presentes en el caleidoscopio de imágenes que sutilmente desarrollan la confusión del protagonista y su conflicto interno relacionado con la vida adolescente. Especialmente se toma el punto de vista de aquellos que exploran su sexualidad e identidad en círculos sociales limitados como sitios web, aplicaciones de citas y otros elementos modernos.

Jakob, interpretado por Simon Frühwirth –brillante joven promesa del cine austriaco cuya carrera debemos seguir en los próximos años–, revela unas fascinantes facetas físicas y emocionales en escenas donde debe gritar y enfurecerse, que podrían resultar inverosímiles si estuvieran en otras manos… las equivocadas.

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Jakob quiere estudiar cosmología, se cuestiona si hay un alma dentro de nosotros, qué pasará después de la muerte, pensamientos que enfatizan el entusiasmo del director por hablar del existencialismo, a través de sus personajes nos proyecta imágenes de un universo caótico que transita sin una lógica comprensible para el ser humano, proyectando lo vacío que es el significado de nuestras vidas.

La fotografía (Jo Molitoris) y la banda sonora (Gerarld Vdh) crean un estilo “estratizado” por lo cambiante que resultan que colores, que pasan de claroscuros a la iluminación estroboscópica de un antro con música electrónica. La película brilla en estos momentos claustrofóbicos, donde nuestro protagonista se sumerge en el subterráneo de su ciudad para bailar y explorar esa oscuridad que habita en cada uno de nosotros. Es una belleza audiovisual que busca retratar nuestras más oscuras pesadillas personales, el miedo a la muerte y a vivir.

Sin embargo, la película se descarrila en su tercer acto, donde todo lo que vemos en pantalla se vuelve tan saturado, abstracto y simulado que se siente la desesperación del director por sorprender al espectador, crear un impacto más visual que emocional. El atmosférico efecto estroboscópico se desgasta, el exceso visual daña las emociones que había provocado la película hasta ese momento. Al tratar de ser más profunda de lo que es, se enreda y pierde por completo lo construido.

Schmidinger sabe jugar con el miedo y el deseo sexual que surge en los sueños, pero también refleja la necesidad inconsciente de enfrentar al terror. Más que una narrativa estructurada, Nevrland es una experiencia audiovisual similar a un ataque de ansiedad, tan intensa que aterroriza e inmoviliza nuestro cuerpo.

Por Alex Guax (@Alex_Guax)