‘Michael: Crónica de una obsesión’: Un tipo cualquiera

Michael es un treintañero soltero, labora como oficinista tramitando hipotecas en un banco, en vacaciones sale con sus amigos a esquiar, es atento con sus vecinos, rara vez visita a su madre y a sus familiares. Es, podríamos decir, un yuppie normal de treinta años. Quizá un poco huraño, pero no más que la media generacional. Es lo que Michael guarda en su sótano bajo llave lo que lo hace diferente.

Exhibida como parte del 32 Foro Internacional de la Cineteca Nacional, Michael: Crónica de una obsesión cuenta la historia de un pedófilo y su anónima víctima, mientras su director, Markus Schleinzer, intenta borrar cualquier rastro de tremendismo inherente a tan delicado tema.

En su búsqueda de mostrar el crimen de la manera más impersonal posible, Schleinzer, que también escribió el guión, muestra un claro desdén por el desarrollo de personajes. Además, de que entramos directamente en el acto intermedio, nos es negado saber que pasó antes y que sucederá después.

Hay algo en el estilo del director que hace recordar a uno de los grandes del cine alemán: Michael Haneke –como bien apuntó JJ Negrete–. Hay que decir que Schleinzer ha colaborado en varias cintas de Haneke como Director de Casting y quizás de ahí surge el estilo similar, cuya gran diferencia es el uso de la violencia gráfica.

En Michael la violencia gráfica está en off, es decir, no se muestra en pantalla. Lo que no significa que la violencia psicológica esté ausente. Pocas cosas más transgresoras que un pedófilo sosteniendo su miembro frente a un niño mientras dice: “éste es mi cuchillo y éste es mi pene, ¿cuál debería meterte?”.

Haneke juega con su audiencia en Juegos Sádicos (Funny Games, 1997 y 2007), busca que los espectadores se adelanten a lo que sucede en pantalla y deduzca que sucederá con los personajes, sólo para minutos después mostrar que estaban en un error. Crónica de una obsesión despliega una dinámica similar, en múltiples ocasiones proyectamos que el criminal ha muerto y después constatar que se ha escapado de la huesuda nuevamente.

Parece ser que la intención de Markus Schleinzer con su ópera prima es decirnos que los monstruos no sólo son reales, sino que podría ser cualquiera. Hasta la persona más libre de sospechas podría tener un secreto en el sótano. Basta recordar el caso de Josef Fritzl, mejor conocido en el mundo de la nota roja como “El Monstruo de Viena”. Fritzl encerró a su hija durante 24 años en un calabozo donde la violó e incluso procreó con ella. Todo mientras su comunidad pensaba que era una persona como las demás.

El monstruo podría ser cualquiera.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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