‘Los niños nos miran’: la destrucción de la familia

I bambini ci guardano (1944) o Los niños nos miran abre con una mentira: la mamá de Pricò (Luciano De Ambrosis) no puede ir al cine con su vecina porque llevará a su niño al parque. Aunque Nina (Isa Pola) no engaña respecto de lo que hará con su hijo, su intención real se desvía mucho de sólo un paseo y la lleva más bien a una encrucijada: va a encontrarse con su amante, quien le pedirá que huya con él.

En el parque Pricò y su madre ven una función de teatro guignol, un grotesco aparentemente inocente que se convierte en una imagen fundamental en esta cinta de Vittorio De Sica porque el tema esencial es la escenificación y la construcción de imágenes en la vida cotidiana y su naturaleza frágil, agrietada por un chisme o una revelación hasta que se rompe.

Lo interesante de la cinta es cómo se maneja esta condición melodramática y relativa a las clases media y alta en un tiempo tan difícil cuando la guerra, aunque no se menciona en la cinta, continuaba devastando a Europa. De Sica y sus coguionistas, entre quienes se encuentra el teórico del neorrealismo italiano, Cesare Zavattini, rodean la historia de Pricò con imágenes de niños en peores condiciones que él para comparar y disminuir los pesares del protagonista y, a la vez, generalizar el sufrimiento de la niñez.

Mientras Pricò ve a su mundo derrumbarse cuando encuentra a su madre con su amante, otro niño le ruega jugar con su patín porque él no tiene acceso a uno; una niña pide dinero para los actores del guignol, y, más adelante, otra niña trabaja como costurera. La infancia es una edad dolorosa en esta sociedad que ve a los pequeños como un estorbo.

A la mañana siguiente de su visita al parque, Pricò descubre que su madre lo ha dejado y pasa por unas horas al cuidado de su tía y sus compañeras de trabajo, quienes hablan de sexo en voz baja para que él no las escuche. Andrea (Emilio Cigoli), el padre de Pricò, después lo lleva a la casa rural de su abuela, quien desprecia al niño y le exige quietud para “vivir tranquila”.

Una noche, Pricò, un niño mimoso y acostumbrado a cuidados continuos, deja caer accidentalmente una maceta sobre la chica encargada de cuidarlo mientras la busca porque ella ha salido al portón a ver a su novio. Pricò es expulsado y sufre de una fiebre que le induce un terrible sueño; las imágenes del fatídico guignol y de los rechazos de la abuela y de su madre sintetizan su inmensa soledad.

Cuando despierta, Pricò ve a Nina, quien busca reconciliarse con su marido. El proceso es difícil y se ve accidentado por una visita del amante de Nina, Roberto (Adriano Rimoldi), quien termina el encuentro al empujar a Pricò. Esta escena funciona como un portento de lo que está por venir: el niño será echado a un lado de nuevo.

Durante unas vacaciones que Andrea planea para acercar de nuevo a la familia, De Sica se distrae con conflictos de clases –la familia de Pricò es mal vista por acaudalados hedonistas– y entre regiones –los comensales de un restaurante se burlan de un provinciano–, pero pronto recupera la historia cuando Andrea deja a su esposa e hijo. Roberto ha seguido a la familia y planea aprovechar la ausencia del esposo.

Ante el descuido de su madre, Pricò vive un día traumático: tras descubrir a los amantes de nuevo, huye a la estación de trenes para ir a Roma; los adultos lo ignoran, así que decide caminar hasta allá en las vías, donde casi es atropellado y posteriormente ahuyentado como un perro; luego un borracho lo asusta y lo recogen dos fríos policías. A partir de ese momento el final está decidido.

Sólo Pricò regresa a casa y Andrea prepara la culminación de la historia: manda a su hijo a un internado y se suicida. Tras la noticia, Nina va a recoger a Pricò, pero éste se niega a siquiera tocarla. La cinta concluye con una imagen de un salón inmenso que representa el vacío en el espíritu del niño mientras él se aleja de su madre.

Los niños nos miran es una cinta conmovedora y dolorosa que narra la destrucción de Pricò a manos de la sociedad, que, con su egoísmo intenso, la prioridad que da a sus placeres  y su capacidad de juzgar, termina ahogando a su unidad mínima, la familia. Aunque su visión exagera y generaliza, la intención del filme es presentar una advertencia sobre la presión social y la falta de humanidad como enemigos de la inocencia, que atestigua los errores de los adultos mientras se amarga.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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