‘La horca’: Los reyes del drama

El primer gran miedo del hombre fue la oscuridad: ese espacio sin luz fue nuestra primera frontera. Vencerlo significó un avance social; el fuego, un pedazo de tecnología que esparciría sus beneficios en varias facetas de nuestras vidas. Hoy día, pocos le temen a las tinieblas; nuestras historias dejaron de ser sobre los seres que emergen de ellas. Si el cine es un reflejo de nuestros deseos, fobias y fascinaciones, podemos decir que el terror se trasladó a nuestras cámaras. Esos dispositivos de video que en todo momento nos acompañan, no importa el tamaño o el formato, son permanentes testigos de lo cotidiano.

Es ahí donde se inserta el found footage. Los nuevos miedos se detonan cuando ese ojo vigilante nota algo que el protagonista ignora. No hay otra forma de explicar el gusto del público por el sub-género si no es por la identificación con sus víctimas. No quisiéramos estar en su lugar, porque tampoco soltamos nuestro artilugio electrónico. Pasamos tanto tiempo con ellos que si se volvieran en nuestra contra sería el fin. Sin embargo, las sensaciones se han ido agotando con el tiempo. Las olas causadas por El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999) y su hijo más popular, Actividad paranormal (Paranormal Activity, 2007), se ha diluido con el paso de los años gracias a sus imitadores. El found footage dejó de ser un motivo de experimentación formal para convertirse en norma. No se filman películas con dicha estética buscando nuevos horizontes fílmicos, sino porque es barato y accesible para cualquiera con la capacidad de sostener una cámara. El talento sobra.

El ejemplo más reciente de este cansancio estilístico es La horca (The Gallows, 2015), donde un grupo de teatro preparatoriano intenta montar una obra —la que da nombre a la cinta— que 20 años antes causó una tragedia en la escuela: un desperfecto en la escenografía provocó la muerte de un estudiante. A días del estreno, el protagonista tiene dudas de su aparición sobre la tarima, sabe que es mal actor pero no quiere defraudar a nadie. Es un buen muchacho. Su amigo lo convence de sabotear la representación durante la noche y él acepta. Ya lo deben sospechar, en realidad no están solos.

Como decenas de slashers genéricos antes del boom del found footage —todo subgénero del terror ha pasado por algo similar—, el esquema sobre el que se desarrolla La horca es básico. Cuatro adolescentes son atacados y cercados por una presencia/ente/fantasma/demonio/psicópata hasta terminar lamentando sus actos previos o lo idiota de meterse a un lugar abandonado donde pasan cosas “sospechosas”.

La película tiene como idea detrás de sus sustos el temor de un adolescente por ser como su padre, de repetir los errores que marcaron su vida, y la forma en que esa especie de “destino manifiesto” es ineludible. Hijos cargando el peso de sus progenitores. Sin embargo, el fondo nunca toma la pista central. Esa cámara que nunca deja de moverse es el verdadero protagonista, aquel que provoca las preguntas. ¿Alguna vez se quedará en paz el lente? ¿Cuánto dura la pila de un celular grabando en HD? ¿Si capturo un video y nunca lo veo, en realidad lo capturé?

En un momento, más de suerte que de habilidad cinematográfica, la toma se llena de luz roja mientras una chica llora al centro del cuadro. Su temor se ve reflejado en ese tono que lo inunda todo, poco a poco una figura la acecha. Aparece y desaparece provocando la duda de que sea producto de nuestra imaginación. Esa loza de nuestros padres podría ser imaginaria. Minutos de celuloide incapaces de justificar hora y media de correteadas fuera de foco.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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