La despedida sin regreso: un adiós a George A. Romero

Mis primeros recuerdos de George A. Romero tienen que ver con zombies y fotogramas en blanco y negro. Como los otros tantos millones alrededor del planeta, mi primer contacto con su trabajo fue gracias a los zombies, no inventados por él pero popularizados por su cámara. Hombres y mujeres de caminar lento, hipnóticos en sus fallas motrices y oportunistas cuando se trataba de coger a un desprevenido sobreviviente.

Sin embargo, las escenas de Romero que más resonaron en mi cerebro no se encuentran en la seminal Noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968), sino en secuencias de sus trabajos posteriores donde su trabajo detrás de la cámara creció y encontró la madurez a la que pocos directores acceden, además de dejar escuela en decenas de directores que siguieron sus pasos.

Romero, como persona y cineasta, nunca fue un hombre escandaloso o llamativo, su cine es un reflejo de su personalidad. Sus películas descansan en ideas más que en artificio, cuando el presupuesto es limitado sólo queda el ingenio para salir avante. Salidas lógicas a problemas complicados. ¿Cómo hablar de una sociedad autodestructiva? Fácil: se comen unos a los otros. Las cintas de Romero están salpicadas de detalles así. Piensen cómo en La tierra de los muertos (Land of the Dead, 2005) –probablemente su última gran película– los zombies toman picos y palas –armas del proletariado– para atacar la gran torre que los amenaza en el horizonte, donde los ricos resguardan su grosera opulencia. Hasta se antoja echar un par de vivas a favor de los cadáveres andantes.

Esa habilidad para expresarse con sencillez y solvencia detrás de la cámara encuentra su mejor salida en tres trabajos: Martín: el regreso de los vampiros vivientes (Martin, 1978); Los Crazies (The Crazies, 1973); y Monkey Shines (1988).

La primera es un retrato realista sobre un muchacho en Pittsburgh que asegura tener 84 años y bebe sangre humana. Su entorno resulta tan desolador y deprimente, que la filiación a la sangre parece una salida lógica. Martin es un joven, como muchos otros de su generación, sumergido en la miseria de los corredores industriales norteamericanos, condenado a vagar a la espera de un futuro poco promisorio.

Los Crazies, de entrada, parece una derivación que hizo famoso al Romero, no obstante, aquí los pobladores enloquecen, no se levantan de sus tumbas. El virus que los apresa llena su mente de un deseo irrefrenable de violencia, se convierten en máquinas de destrucción. Si un zombie se detenía al ver saciado su deseo de sangre, un crazie va más allá. No hay retorno para esta civilización.

Si las primeras dos tienen que ver con dinámicas sociales y la pesimista manera en que el cineasta veía nuestro futuro. Monkey Shines resulta un divertimento muy diferente. Este es un thriller psicológico lleno de una sexualidad muy animal que, injustamente, ha sido poco visto. Estamos antes la historia de un joven con un gran futuro por delante (Jason Beghe), quien sufre un accidente mientras realiza sus ejercicios matutinos. El percance lo deja paralítico y a merced de una silla de ruedas. Su mejor amigo (un científico que experimenta con primates), decide donar uno de sus sujetos de estudio y así convertirlo en mono ayudante del desdichado protagonista. Ése es el punto de partida en este retrato de los celos obsesivos, piensen que si cambiaran a Glenn Close por una mona en Atracción fatal (Fatal Attraction, 1987) y subieran el volumen a 11 éste sería el resultado.

Tal vez, vaya ironía, la mejor confirmación del talento de George A. Romero son esas cintas que decidieron tomar sus ideas y actualizarlas a públicos actuales. Esos remakes con caras nuevas y directores “frescos” que no supieron mejorar el material a la mano o entendieron muy poco del mismo. El amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004) no necesitaba más sangre, pero, para sorpresa de nadie, ésa fue la mejor idea que tuvo Zack Snyder. Ni hablar de las rehechuras dedicas a Los Crazies, titulada aquí El día del apocalipsis (2010), o la misma Noche de los muertos vivientes. El cine de Romero tenía pulso, aun cuando las películas se trataban de muertos y personajes condenados.

Las últimas décadas de su vida recorrió el mundo visitando convenciones y siendo adorado por miles de fanáticos, a pesar de que sus trabajos más recientes no estaban a la altura de los clásicos. El cáncer terminó por consumirlo y enviarlo a un lugar donde no hay más aliento. A diferencia de sus queridas criaturas, él no tendrá oportunidad de levantarse.

Descanse en paz George A. Romero.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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