‘Juegos de muerte’: El obvio horror

¿Cuánto se puede esperar de una película que se anuncia orgullosamente como un proyecto de los retorcidos escritores de El juego del miedo IV, V, VI y VII (Saw)? Ésa es la carta que pone sobre la mesa Juegos de muerte (The Collection, 2012).

La historia es sencilla porque básicamente no la hay. El Coleccionista, un temible asesino serial, anda suelto. A lo largo de su “carrera” ha eliminado más personas que Luis Miguel vendido discos de boleros.

Nuestra protagonista es Elena (Emma Fitzpatrick), quien decide darse una escapada con sus amigos a un antro solo para terminar siendo secuestrada por el macabro villano. Al mismo tiempo que Elena desaparece, Arkin (Josh Stewart) logra escapar del morboso juego del asesino y es rescatado por la policía. Un grupo paramilitar contratado por el padre de Elena, convence a Arkin de guiarlos hasta la guarida del asesino con funestas consecuencias para todos.

Juegos de muerte es la secuela de The Collector (2009), de ahí que el director, Marcus Dunstan, y su coguionista, Patrick Melton, decidan prescindir de los cartabones clásicos del desarrollo dramático. Saben que el público objetivo de la película vio la primera parte -o la va a buscar después de esto- y pasan directo a la sanguinolenta acción.

The Collector y su segunda parte se insertan en la corriente del cine de horror llamada torture porn, en la que un asesino o varios someten a un grupo de personas a torturas inimaginables que se muestran de la manera más gráfica en pantalla.

El sub-género tuvo un pequeño boom en Estados Unidos hace algunos años gracias a películas como Saw (2004) u Hostel (2005), que generaron una serie de imitaciones, incluso podríamos ir más atrás y marcar como referencia obligada a Guinea Pig de 1985, que comparte con Juegos de muerte la falta de desarrollo en los personajes.

Así, Dunstan y Melton buscan presentarse como un par de retorcidos que han ideado escenas de tortura impactantes. Objetivo que probablemente se cumpla en aquellos espectadores que en su vida han visto una película gore o un torture porn. Comparar su trabajo con cintas como La frontera del miedo (Frontière, 2007) de Xavier Gens, o Martirés (Martyrs, 2008) de Pascal Laugier, hace notar al director y a su guionista como un par de ingenuos y predecibles.

Para ellos el horror debe de ser algo burdo y obvio, no hay intención de crear una atmósfera más allá de brindar una estética parecida a un videoclip de Marilyn Manson o de Nine Inch Nails.

Claro que en ningún momento buscan presentarse como algo más que mucho gore y litros de sangre en pantalla, pero una vez que los instintos más primarios quedan satisfechos se echa en falta un contexto más amplio para los personajes o al menos el ingenio para mostrar de forma novedosa las mismas mutilaciones que hemos visto anteriormente.

En ese mix de obviedades, podemos insertar al villano. El Coleccionista (Randall Archer) tiene la imagen necesaria para fijarse en la retina, lo que en la primera parte lograba de manera efectiva. Su búsqueda infatigable por infringir dolor es casi nihilista, nada más importa que sus intrincados juegos de tortura. No hay matices, no hay profundidad, sólo el deseo de causar daño. Cuando el contexto en que el villano se mueve es rico en detalles, su simplonería se perdona o juega en favor del argumento, no es el caso.

Quizá Juegos de muerte deje satisfecho a los ultras del gore, sin embargo es este tipo de productos los que han conducido al cine de terror actual al callejón sin salida en que se encuentra: donde no asusta ni impacta por lo predecible y uniforme de su puesta en escena. Eso era lo que motivaba a Roger Ebert a decir que este tipo de películas sólo son vistas por gente enferma… ¿quién podrá demostrar que hay algo más que morbo?

Por Rafael Paz (@pazespa)

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