Inmortales payasadas: ‘Herencia diabólica’

El Edipo de Felpa

El Edipo de Felpa

En el ámbito de la basura fílmica el reciclaje es un concepto cotidiano, tal ha sido su impacto que desde hace varios años la industria grande hace uso indiscriminado del mismo para obtener una cantidad obscena de ganancias. Pero en México hacemos las cosas diferentes, el reciclaje es el más creativo, el más chabacano y por mucho el más colorido. El horror mexicano a finales de los 80 e inicios de los 90 habla de esta noble tradición: el refrito.

El ‘Roy’ después de ver a su madrastra (Tsssssssss)

El ‘Roy’ después de ver a su madrastra (Tsssssssss)

Herencia diabólica (1994), del director Alfredo Salazar, finado maestro de joyas del género como La Momia Azteca contra el Robot Humano (1958) o algo incluso más espeluznante y que hace que los niños empapen sus calzoncitos, su versión de La Virgen de Guadalupe de 1976 con Fernando Allende como Juan Diego, nos regala una versión de Child´s Play (1988) o Chucky pa los cuates. La historia sobre un pequeño arlequín poseído por un ente maligno, probablemente la trova urbana de Margarito Esparza, comienza a hacer maldades (algunas de ellas, sexuales) a la madre de una familia y de una madrastra, conformada por Tony el papá (Roberto Guinar) y el pequeño Roy (Alan Fernando).

“Payasito, sí…pero con unos zapatotes….”

“Payasito, sí…pero con unos zapatotes….”

El payasito, interpretado con macabro picor por uno de los ídolos del pueblo, un pequeño gigante llamado Margarito, ataca cuando detecta crueldad hacia él, pegándose con el niño y deshaciéndose de la madre metiéndole un sustito sorpresa que la hizo rodar por las escaleras, haciendo que el pobre papá busque refugio en los ajustados vaqueros y chamarrita blanca a la Garibaldi de la gemela de Lorena Herrera (la que no posó para Playboy ¡ya déjenla en paz!). La historia toma a partir de este punto un extraño giro.

Escenas de una torpeza casi admirable, música anticlimática que haría a Pedrito Salinas Plascencia (en paz descanse) darse un tope en la frente así como actuaciones dignas del género. Herencia diabólica refritea sabrosa y descaradamente las convenciones del género del horror, uno de los preferidos y más representativos del botadero mexicano. La cinta se encuentra nutrida de imágenes que perturbaran por años las núbiles mentes que lleguen por equivocación: entre ellas, el socorrido encuentro erótico entre Margarito y Lorena Herrera. Dejad que el kinky fest inunde sus más tiernos juguetes.

Aquí, casual, echando algodón con mi pollo en Chapu…

Aquí, casual, echando algodón con mi pollo en Chapu…

En otra de las escenas memorables, Lorena Herrera cumple con su papel de madrastra buenona y lleva al tierno Roy al paseo de rigor a Chapultepec donde la Herrera acaricia de más a una llama, tienen un encuentro con un deficiente King Kong a escala que no hubiera llegado ni a la Feria de Texcoco y, por supuesto, no podía faltar el rico algodón de azúcar. Cantidades exageradas de rancia sacarina para compensar el horror venidero.

Una vez que la Herrera se da cuenta de que el payasito, además de calentar el comal y no ponerle tortillas, es un cruel asesino, decide deshacerse de él por todos los medios posibles, lo cual incluye aventárselo a los patos del Café del Lago en Chapultepec. Pero el payasito habría de volver cada vez ante las quejas del pequeño y sexualmente ambiguo Roy, quién prefería pasar tiempo con el payasito de manera febril y obsesiva a pasarlo con su madrastra. ¿A poco no se te antojo otro algodoncito, mi Roy?

La misma gata pero revolcada

La misma gata pero revolcada

Con solvencia, el maestro Margarito Esparza entrega una actuación que recae en el gesto socarrón y la pantomima para calarnos hasta los huesos con su tétrico y cachondo payasito. Los reto a no dormir con sus papis o con la luz apagada después de presenciar la creación del entrañable Margarito.

Un padre ausente, una madre asesinada y un niño con un apego objetal malsano a un muñeco poseído por un ente maligno. ¿Quién diría que la heroína sería una mujer que vio su rostro y cuerpazo impreso en infinidad de llaveros, postales, tamarindos, barajas y demás recuerdos de “mi visita a Acapulco”? En esta paupérrima fábula con un subrepticio y escoriado flujo psicoanalítico termina por convertirse en un clásico del botadero por sus sobrados valores camp, su torcido sentido del humor y la abstracta y pueril maldad de su personaje central. No hay mucho más allá de una velada misoginia, de una psicótica fijación infantil, de fugaces momentos que levantan el mello de la audiencia. Al final del día, esta herencia diabólica no es más tenebrosa que un algodón de azúcar en Chapultepec.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

“El Chory”.... arquitecto de nuestras pesadillas

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