Semana Cine Alemán | ‘Hannah Arendt’: La necesaria crueldad de la razón

Existen consecuencias terribles al hacer evidente una verdad oculta, como sacar a la luz una cruda realidad subrepticia que es incapaz de revelarse por el dolor que puede traer a un gran número de gente. Hannah Arendt es una eminente filósofa política que dominaba la escena intelectual neoyorquina cuando se ofreció a cubrir el controversial juicio de Eichmann, burócrata nazi que ordenaba los envíos de prisioneros a los campos de concentración. La verdad que Arendt encontró fue tan terrible y presentada con “perversa brillantez” que la polémica de sus conclusiones sigue causando un sensible ardor en la comunidad judía que sobrevivió al holocausto.

Continuando con su tradición de un cine eminentemente feminista, de transiciones clásicas, elegancia formal y consumado refinamiento cinematográfico que a algunos podría llegar a parecer estéril o distante, Margarethe Von Trotta, cineasta alemana que ha forjado su carrera con títulos como Die Geduld der Rosa Luxemburg, de 1986 o Die Bleierne Zeit, de 1981. Ahora Von Trotta toma un enfoque clásico al género biopic con Hannah Arendt (2012), una recreación eficiente de los años que rodearon de polémica, miedo e ignorancia la vida de Arendt, con pequeñas digresiones a su racionalmente pasional romance con el filósofo Martin Heidegger.

La actriz alemana Barbara Sukowa, a quien la Cineteca Nacional le esta haciendo una retrospectiva en el marco de la Semana de Cine Alemán, interpreta con convicción y aplomo moral la elegante sobriedad de Arendt. Sukowa es una actriz de impresionantes matices, innegable presencia física y un bien dosificado registro actoral. A lo largo de la cinta, la intérprete alemana entrega sutiles cambios, apoyándose en el detalle, cosa sumamente complicada tomando en cuenta que se hace una interpretación de un ícono, uno que piensa con elocuencia y defiende sus argumentos con apasionante convicción.

A pesar de también contar con un sólido ensamble en el que destacan la titánica Janet McTeer (Albert Nobbs) como Mary McCarthy y Axel Milberg como Heinrich Blücher, fotografía estéticamente solvente y un preciso diseño de producción, Hannah Arendt no es un filme que destaque por su forma sino por su extraordinario contenido. Las cuestiones levantadas por la autora siguen fungiendo como una extraordinaria fuente de discusión.

El filme gira sobre varios ejes de discusión  pertenecientes a diferentes momentos: primero y después de Los Origenes del Totalitarismo, Arendt concibe la noción de la banalidad del mal, la dicotomía entre razón y pasión aprendida de su decepcionante romance con Heidegger, los problemas levantados por señalar el papel de los judíos en el holocausto y finalmente sobre la cuestión del entendimiento de los actos humanos.

Arendt llega a concebir en el filme la noción de banalidad del mal, al observar con detenimiento en la imagen monocromática de Eichmann (cuya imagen, como la del Senador McCarthy en Good Night and Good Luck de Clooney, no es interpretada por un actor), una figura mediocre y despersonalizada. Al esperar una mente diabólica de macabra superioridad intelectual, Arendt se halla ante un hombrecillo patético que se limita a seguir órdenes, un burócrata más, demostrando al mundo que el enemigo más grande no es el mal, el mal siempre coexiste en nuestra naturaleza, pero la ignorancia puede ser erradicada.

Por otro lado, el dramatizado romance de Heidegger (interpretado por Klaus Pohl) con Hannah en tiempos de la Alemania Nazi, despierta toda una reflexión sobre la razón y la pasión. Heidegger decía que el pensar únicamente nos lleva a actuar, pero lo que pasa cuando ese actuar nos lleva a un acto de irredimible pasión, pasión que se convierte en repudio cuando Hannah se percata del apoyo de Heidegger a los nazis. ¿Donde cabe la razón en tal pasión?

La cinta cierra con una reflexión del más alto orden, una que se vincula profundamente con esa dicotomía entre la razón y la pasión: la relación existente entre entender y justificar. Cuando Hannah explicó los motivos detrás del monstruoso acto, un acto de razón pura, casi tan cruel como el desengaño de su amante, cimbró las pasiones de una comunidad judía que hasta ese momento había aprendido a sentir, pero incapaz de discernir. ¿Se podrá algún día entender el acto sin el dejo de justificación? La única tesis de Arendt que parece ser probada permanentemente es que la ignorancia es la semilla del mal.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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