Fuego, tierra y agua: Deepa Mehta y la trilogía de los elementos

La naturaleza y sus elementos no sólo coexisten con el ser humano, sino que también guardan simbolismos que se les representa en rituales, animales y estados de ánimo.

Deepa Mehta, nacida en la India en 1950, radicada en Canadá desde 1973, critica no sólo a la discriminación de género, sino a las aspiraciones de la mujer en diferentes circunstancias y problemáticas, séase política, social o emocional. Todo esto en una cultura hindú en la que al género femenino se le condena muchas veces a matrimonios arreglados desde la infancia por el dote y, en casos más serios, a la violación, a los feticidios, a la prostitución o al acoso sexual, por mencionar algunos.

Desde el maltrato en la relación de pareja en Heaven on Earth (2008) y la adaptación de una generación de jóvenes a la India recién independizada en Midnight´s Children (2012), Mehta consolida su retrato femenino en la que es su obra más reconocida: La trilogía de Los elementos.

La cineasta entremezcla el pasado y el presente en la tradición. En el caso de Fuego (Fire, 1996), en la urbe de Nueva Delhi, Radha está casada desde hace muchos años con Ashok. A causa de una situación económica estrecha, el negocio de la familia (una modesta fonda y un videoclub) está estancado, por lo que la mujer está obligada a vivir no sólo con su esposo, sino también con Jatin, hermano de su marido, recién casado con la joven Sita, acompañados por la madre de los dos hombres, incapaz de valerse por sí misma por su precaria condición física.

Las esposas están sujetas a una anodina vida. Jatin ignora a Sita, al mantener un affaire con otra mujer. Radha padece una incurable enfermedad que le impide tener hijos y le es negado el contacto sexual por su marido (quien considera el deseo como el camino del sufrimiento). La tradicionalidad en el matrimonio hindú se rompe por el amor que nace entre Radha y Sita, originado por su respectiva soledad y la indiferencia de sus respectivas parejas.

En la India, el romance entre mujeres es un tabú por los estigmas sociales y culturales, donde incluso se le considera delito. Para Deepa Mehta, la mujer, sin importar la adversidad, debe decidir por ella misma su destino y a romper las ataduras sociales que le impiden vivirlo a plenitud. El fuego evoca a la pasión, el consumo de éste alcanzando su punto más alto por la decisión de Radha en buscar su añorada libertad.

A su vez, el choque de la modernidad y la antigüedad prevalece en Tierra (Earth, 1998), en este caso trasladado a la política y la diferencia de religión. En la segunda parte de la trilogía, la partición de la India en 1947, surgida por su independización de Inglaterra, es observada desde el punto de vista de Lenny, una niña con polio proveniente de una acomodada familia parsi que está bajo los cuidados de la joven hindú Shanta. Será testigo de cómo la amistad en el grupo de amigos de Shanta, todos ellos pertenecientes a diversas doctrinas religiosas, se rompe por las revueltas en el país provocadas por pakistaníes e hindués, además de constatar el triángulo amoroso que su niñera vive con Hassan y Dil Navaz, ambos de origen musulmán.

Una adulta Lenny reflexiona lo acontecido, asumiendo las consecuencias de sus decisiones desde temprana edad con respecto a su lealtad con Shanta y a su entorno. La división de un territorio (la referida tierra del título) es el vehículo de desarrollo de los personajes. El odio y la violencia son el motivo por el que se destruye un amor sincero y por el que la inocencia en la niñez puede resquebrajarse a pesar de la protección de los padres. Las diferencias de las facciones políticas que rodean a una sociedad influencian en numerosas ocasiones a los individuos que la integran, manifestándose en ellos la intolerancia y la violencia hacia cualquier opositor, sin importar el círculo social más cercano al que éste pertenezca.

Para Agua (Water, 2005), Deepa Mehta afronta una problemática social, una vez más, poco convencional en el asomo a la sociedad hindú y, a su vez, precaria para la mujer en su país: la marginación de las viudas, muchas de ellas obligadas a vivir en un ashram, convento de retiro en el que su sari blanco y cabeza a rape son los vestigios del olvido al que están obligadas a vivir, ganándose unas míseras rupias por mendigar en las calles.

Chuyia, una niña de ocho años, es mandada a un ashram tras la muerte de su marido y convive con otras viudas de mayor edad, entre ellas Kalyani (una joven que destaca por su belleza), Shakuntala (en conflicto sobre los paradigmas de su condición de vida) y Madhumati (la líder del lugar, con tratos ilícitos para subsistir). Además, al surgir un romance entre Kalyani y Narayan, joven médico idealista que apoya la doctrina de Gandhi, la situación para las habitantes del recinto estará en conflicto con respecto a la renegación que sufren por su condición, además de las tradiciones antiguas con la modernidad, invitando a la reflexión del cambio iniciado por la búsqueda de independencia que realizaba la India a fines de los años treinta.

Incluso, entre mujeres, la crueldad se ve reflejada también en la prostitución a la que está obligada a realizar Kalyani bajo órdenes de Madhumati, ésta última no sólo ordenándola para mantener el ashram, sino también con la que se adjudica dinero extra para su adicción a la marihuana. Chuyia atestigua todo ello, su inocencia sucumbiendo poco a poco a la realidad, rodeada por el agua que no sólo purifica, sino también ahoga, aunque un caudal predispone en numerosas ocasiones a la adaptabilidad y a la esperanza.

En Sam and Me (1991), Camilla (1994), Bollywood/Hollywood (2002) y The Republic of Love (2004) Deepa Mehta se aleja del retrato oscuro de la India. Pero ante la desigualdad de género y en su reconocida trilogía, ofrece a sus heroínas la oportunidad de decidir con el peso de las consecuencias que conlleve dicha decisión, ante una sociedad en la que el abuso contra la mujer, lamentablemente, es un pecado de cada día en cualquier rincón del mundo.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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