Daimon | Una entrevista con Richard Shpuntoff

Una de las películas incluidas en la programación de la 2da edición de Daimon: Muestra Internacional de Cine en Streaming es la argentina Todo lo que se olvida en un instante, de Richard Shpuntoff, un ejercicio cinematográfico sobre la memoria, los límites del lenguaje y las imposibilidades de comprendernos a totalidad entre culturas.

El largometraje estará disponible del 1 al 4 de julio en la plataforma FilminLatino, antes del inicio de sus “proyecciones” tuvimos oportunidad de platicar hasta Buenos Aires con su autor sobre algunos de los procesos de creación detrás de Todo lo que se olvida en un instante.

Butaca Ancha (BA): Entiendo que el proyecto de la película inició con tu mudanza a Argentina y que te convertiste en padre, ¿cómo evolucionó desde ahí?

Richard Shpuntoff (RS): Empecé escribiendo a una de mis hijas, cuando nació. Era la idea de ser papá y la conciencia. Empecé en ese momento a darme cuenta cuanto mi identidad estaba vinculada no sólo con Nueva York, sino con el Nueva York de mi papá, un hijo de inmigrantes. Pensé: “wow, mucho de quién soy está formado por esto”. Llevo esa identidad.

Escribí un poco alrededor de esa idea, al mismo tiempo, porque antes de ser cineasta era fotógrafo de foto fija y documentalista, entonces mucha de mi forma de hacer cortometrajes en ese momento estaba muy vinculada con mi forma de hacer fotografía, porque evolucioné desde la foto fija. Tengo una cámara de cuerda de los 50, muy sencilla, con ella puedes filmar como si fuera una cámara fotográfica a la manera de Robert Frank, Garry Winogrand, Diane Arbus, etcétera, trasladé un poco de eso a la cinematografía.

Escribía y filmaba acá (Buenos Aires) pero muy poco a poco, sin un proyecto. Sólo porque es lo que hago, filmar cosas que me importan como antes tomaba fotos de las cosas importantes para mí. Muchos años después tenía 4, 5 horas de material, cada año filmé una media hora, cuarenta minutos. Al mirar el material y ver vínculos, pensar en términos de lo que escribía a mis hijas se formó sólo. Nunca tomé una decisión consciente de quiero hacer esto, mucho de mi trabajo es así. Sale de mis experiencias, no voy buscando cosas.

BA: En algún punto del documental dices que te sientes un poco extranjero viviendo en Argentina, pero ahora te asumes como cineasta argentino. ¿Todavía te sientes fuera de lugar?

RS: Una cosa linda, hace poco hablaba con un amigo, Guillermo Saavedra, asesor del guión al español y también hace algunas de las voces, es un poeta muy reconocido acá, al hablar con él de la película después de que terminamos me dijo: “la película es muy argentina” (risas). Me sentí rebien con eso, era como “wow, qué bien” pero al mismo tiempo hay una diferencia: cuando uno se forma dentro de su propia cultura vas rechazando, a lo mejor en la niñez o adolescencia, lo que no te gusta o la gente cheta, no quieres estar con los chetos. Vas formando una identidad sin darte cuenta.

Cuando sos un adulto y vas a otra cultura te puedes poner bastante más consciente. Primero todo es porque eres extranjero, pero después me fui dando cuenta que si yo fuera de acá tampoco me gustaría esa forma de hablar, tampoco iría a ese lugar porque en Nueva York rechazaba al equivalente de todo esto. Dentro de ser un extranjero tengo vínculos fuertes acá (Buenos Aires), cosas que tienen sentido y a las que soy afín. Otras las rechazo, pero haría lo mismo en mi ciudad natal (Nueva York).

BA: La película juega con la memoria y nuestra percepción de ciertos lugares que vivimos. ¿Se radicalizó ese sentimiento para ti en los dos últimos años con este “encierro” pandémico?

RS: Te cuento en diez años (risas). Soy muy lento con las perspectivas. Una cosa es que, en algunos momentos de la pandemia, empecé a pensar por primera vez en mi vida si volvería a Nueva York un día. Pensé que podría morir acá (Buenos Aires) y nunca regresar, quiero ir para ver a mis amigos de antes, la familia, pero no sé si es lo mismo para mí. Otros días tengo ganas de estar allá, alguien dice “ese lugar todavía existe”.

Se vincula con que todo va cambiando más allá de la pandemia. Nueva York ahora no es el Nueva York que dejé hace 20 años, que tampoco es el Nueva York de mi niñez o el Nueva York de mi padre. En ese sentido, un lugar es como una persona, tenés el vínculo o la relación y va cambiando, tomas la decisión de vivir ese lugar con la nostalgia, el pasado o hacer el esfuerzo de estar actualizado. Tal vez decís “no me gusta como es ahora”. No es lo que quiero tanto, como un ex.

BA: Va un poco con el título: Todo lo que se olvida en un instante. A lo largo de nuestra historia hemos diseñado artilugios para conversar la memoria, pero no hay manera de recordarlo todo. Algo siempre se olvida.

RS: Justo un amigo de México me prestó la biografía de Luis Buñuel (Mi último suspiro) y en la introducción él habla de la memoria y la ficción de la memoria. Es cierto, inventamos siempre un poco. Un autor que me fascina mucho que es más conocido por hacer ciencia ficción, Samuel Delany, tiene sus memorias. Es un libro de sus últimos años en la secundaria hasta su primer éxito como escritor. Empieza el texto hablando de la muerte de su papá y dice que alguien lo entrevistó para la introducción de una antología de sus cuentos, él hablo de tener 17 años, pasar un verano, toda una historia. El chico de la editorial le dijo “disculpe, señor Delany, pero no es posible, tiene mal las fechas”. El chico había estudiado su vida y le dio los años, Delaney le dio la razón pero aunque tenía razón le parecía más verdad su mentira y su memoria fallida.

Muchas veces la memoria está vinculada con algo mucho más emocional y la cronología de las cosas se modifica en nuestras cabezas. Otra persona puede mostrarnos la verdad, pero es muy difícil cambiar porque nuestra perspectiva está vinculada con lo que nos pasó o cómo recordamos lo que pasó. Nuestra perspectiva cambia el pasado.

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BA: En México, muchos cineastas piensan sus películas proyectando que sean exportadas. El juego en los subtítulos y en los diálogos de Todo lo que se olvida en un instante impide que sea más accesible para espectadores monolingües de Estados Unidos o Europa. ¿Pensaste en eso durante el proceso de creación?

RS: Hablamos de la memoria y aquí tendré que inventar, hacer ficción de cómo llegué a este punto. Hay muchas líneas que me llevaron a esto, es verdad lo que digo en la película: soy traductor, justo estoy empezando un trabajo de subtítulos y tengo aquí un guión en español que necesita partes en inglés. Eso hago.

El desafío de pensar que hay muchas cosas que se pueden traducir fácilmente, pero llegás a frases dichas que tienen su historia, juegos de palabra que no funcionan en otro lenguaje. Podrás transmitir la idea, pero pierde la gracia. Soy muy consciente de todo eso. Además, después de casi 20 años acá (Buenos Aires), soy consciente en la vida, en conversaciones que hay cosas que digo imposibles de decir en inglés. No tienen sentido en mi cultura norteamericana, no tienen sentido en quién soy en ese mundo.

Si quiero usarlo tengo que traducir la parte de mi que es argentina cuando hablo allá. Ese cómo va a ser. Cuando empecé a escribir lo que iba a ser la voz en off para la película, decidí, lo sabía, que hablaría en inglés y español porque así es mi vida.

BA: Así te funciona el cerebro…

RS: Sí, hay cosas que no hago en inglés, otras en español. Decidí que quería arrancar en español, esta película es acá, empiezo acá (Buenos Aires). Escribí la voz en off más o menos cómo es cuando empieza la película, se modificó algo pero el texto me gustaba.

Luego pensé qué iba a poner en los subtítulos, porque si la película iba a estar en español e inglés, tengo que poner subtítulos en ambos idiomas. Comencé a pensar que lo que decía en español, no quería decirlo a la gente que no habla español. Tengo que decirles otra cosa.

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En ese momento pensaba en una crítica sobre la tendencia en los Estados Unidos de que la gente quiere las cosas más contextualizadas. Los europeos y los latinoamericanos, parece, están más capaces de estar en medio de una historia y ver a dónde va, qué sale, entienden el contexto. Los de Estados Unidos quieren saber quién ese tipo, en qué año está, qué lugar, por qué lo hace. Es la cultura.

BA: En su cine pasa mucho, intentan explicarlo todo y por eso fracasan.

RS: Sí, pensé que para esa audiencia necesitaba otra cosa. Ellos tienen que saber quién soy y dónde estoy. Así escribí algo sólo para ellos. Me pareció gracioso que estaba hablándole a dos grupos a la vez y con eso empecé a jugar un poco. No tenía que poner el subtítulo igual a lo que digo porque no es la misma cosa, no es una traducción. No importa. Me abrió un camino de mucha libertad, jugar y poder decir cosas a través de esta técnica sobre los límites del lenguaje, la cultura y la historia. Mostrar que hay un choque. La idea de que los subtítulos nos dan lo mismo. No, los subtítulos son problemáticos porque no podemos mirar la imagen, yo como traductor muchas veces corto el subtitulaje porque quiero que la gente tenga más tiempo. A veces se quejan de mis subtítulos, “no es lo que dijo”, sí pero yo quiero que vean la película, nunca va a ser exacto.

BA: Es un juego interesante, porque como espectadores asumimos que el subtítulo es verdad. Es un acto de fé.

RS: Es difícil para mí recordar las semillas o el cómo desarrollé la idea de la película, pero en cuanto empecé a plasmarlo tomó su propia vida, formó sus propias reglas y yo fui pensando en esas cosas. Me di cuenta después de hacer la primera parte que para alguien bilingüe es imposible hacer los dos a la misma vez. Eso, por un lado, puede molestar a la gente, para mí al tomar esa decisión y te das cuenta de lo imposible, te liberas.

Dejas ir la idea de tener que entender la película, como si fuera un cuento de detectives. No existe eso en la película. En muchos sentidos es extraño, es casi como un objeto. Puedes entrar o salir, pueden no importarte ciertas cosas. A mí, como autor, no me molesta abrir esa libertad a la audiencia.

BA: Se pueden tomar varios caminos, se descubren cosas en cada visionado. Enriquece la película.

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RS: Sé que soy el autor, pero para mí también es interesante. “¿Hice eso conscientemente?”

BA: Va con el tema de la memoria, nadie recuerda de manera lineal o fidedigna.

RS: Es curioso porque no la pensé como una película sobre la memoria, aunque claramente tiene eso. No era mi forma de entrar a ella, aunque es pura memoria.

BA: Hay un momento muy bello casi al final de la película donde tu papá habla, muchas de las conversaciones que tenemos con nuestros seres queridos se olvidan, se disipan y es quizás en esos momentos que más verdades se dicen. Lo trascendental se expone.

RS: Cuando estaba mirando las entrevistas con mi papá y vi esa cosa, cómo él fue por un lado y empezó a hacer una autocrítica de lo que estaba por hacer me encantó. Mi papá falleció en 2017, a los 88 años. Tenía 80, más o menos, cuando ese momento, era muy lúcido. Me entra mucha ternura al verlo en uno de esos monólogos históricos, políticos, esos 20 segundos. No sabía que pasaba en su cabeza, me encanta, mirando los ojos azules de mi papá pensaba “qué estaba pasando, qué cambió”. Eso me gustaba mucho, el misterio impenetrable del pensamiento ajeno. Sólo vemos los resultados.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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