Lucas (Salvador de la Garza) y Alex (Alexandra Victal) pasan sus días trabajando y consumiendo sustancias en la zona industrial del Estado de México, su relación es un ancla que les permite evadirse de su opresiva cotidianidad. Por eso cuando Alex desaparece en circunstancias poco claras, Lucas luchará por encontrarla mientras pierde poco a poco contacto con su realidad.
Esa es la historia que cuenta Mostro (2021), largometraje del Colectivo Colmena realizado bajo la dirección de José Pablo Escamilla que llegó a distintas pantallas de país durante el mes de abril.
A continuación compartimos una charla con el director sobre cómo se originó la historia de Mostro, sus acercamientos al cine experimental y el trabajo desde lo colectivo.
Butaca Ancha (BA): ¿Hubo alguna idea en particular que detonara este proyecto? Entiendo que inició como un cortometraje para Colectivo Colmena y se fue haciendo más y más grande con el tiempo.
José Pablo Escamilla (JPE): Realmente comenzó con una inquietud generalizada que teníamos sobre la normalización de ciertos eventos violentos en el país. Queríamos hacer una película que tuviera este tinte social, que pusiera el dedo en la llaga de temas que aquejan a la juventud mexicana. Muy rápidamente llegamos al tema de la desaparición forzada y decidimos hacer una película al respecto, porque nos parece que es abominable la manera en la que hemos normalizado este tipo de eventos en el país.
BA: Filmar en Toluca, me imagino, forma parte de esas inquietudes.
JPE: Al comenzar a hacer la investigación para la película, nos dimos cuenta que una zona donde sucede mucho la desaparición forzada es en el Estado de México, en la zona industrial más específicamente. Entonces habiendo crecido y orbitado esta zona durante toda mi vida –porque yo crecí en el Valle de Toluca–, me shockeó mucho al principio darme cuenta de que estamos más cerca de lo que creemos de la violencia. Más allá de que en mi vida específicamente, la violencia me ha tocado y de una manera trágica, aunque no es el de la desaparición forzada.
También queríamos hacer una película que expresara la pesadilla por la que tiene que pasar una persona que quiere buscar a su ser querido desaparecido.
BA: Justo sobre ese tema, la película se divide en dos partes. Primero hay mucha dulzura en la convivencia de los dos protagonistas; luego viene la pesadilla.
JPE: Es un poco tratar de retratar, mediante la forma cinematográfica, la situación mental de este personaje: se va como en una espiral descendente. Todo comienza como una historia de hadas, es muy lindo y la cámara va volando, siguiendo a los personajes y de repente se vuelve muy real, es una cosa muy agresiva hasta en lo cinematográfico.
En ese sentido es una película también muy física, mediante las convenciones cinematográficas queríamos expresar físicamente lo que siente, cierta ansiedad, cierto pánico que se está sintiendo, la incertidumbre y estas ideas encontradas. Todo va destruyéndose hacia una pesadilla, se convierte en la realidad de este país.
BA: Hay dos elementos que abonan de manera muy directa a esa parte: el plano que se cierra gradualmente a lo largo de la película y cierta intención psicodélica, que se convierte en un malviaje cercano al cine experimental.
JPE: Siempre me han gustado mucho las películas que te dan espacio para para que tú pienses y para que tú rellenes la información en tu cabeza. Queríamos hacer una película que jugara con esta dualidad que siempre tenemos en nuestras vidas, este aspecto más real y no tan consciente, el aspecto subconsciente.
Queríamos también retratar este otro mundo, y queríamos hacerlo a través de herramientas, como los microscopios y dispositivos que te revelan otras realidades. Lo trabajamos con una artista, Inés Gutiérrez – su proyecto se llama Sirena Lab–.
Un poco también fue tratar a través del personaje de Alexandra de reivindicar esta figura de chamana o curandera contemporánea, que cura a través del subconsciente y manejándolo con sustancias. Si bien esta vez son sustancias químicas que se pudieran encontrar estos personajes en una tienda de computación, no deja de haber este aspecto ritual estético que tiene que ver con el cine experimental y la sensación de éxtasis al mirar el subconsciente, a la memoria. Por eso al principio estos ‘viajes’ tienen un aspecto un poquito más introspectivo y poco a poco se van destruyendo, hasta generar este ruido y este malviaje de la pesadilla.
BA: Este es un proyecto del Colectivo Colmena, ¿cómo se trabaja un largometraje desde un colectivo? Generalmente hablamos de estructuras más verticales, con un director o productor que da órdenes.
JPE: Para crear en colectivo lo principal es bajar la guardia, aceptar la vulnerabilidad que tiene cada uno y las zonas donde puede haber interdependencia con los demás. Si bien todos los proyectos cinematográficos, guardan cierto aspecto jerárquico, donde cada quien tiene que que llevar ciertas responsabilidades y eso implica jerarquías, me parece que que la manera de crear en colectivo es renunciar un poco al poder de estas jerarquías y estar siempre muy abiertos al diálogo, a que alguien pueda dar una idea sobre el trabajo de alguien más y que esta otra persona no se sienta ofendida, porque eso es lo que pasa mucho en un set.
Si tú vas y le opinas algo al fotógrafo, es lo peor que le puedes hacer, ¿no? Por el ‘no te metas en mi chamba, yo sé lo que estoy haciendo’, la gente está tratando de cuidar mucho estos límites. Aquí se trata de disolver esos límites. Sí, esta es tu responsabilidad y esta es mi responsabilidad, pero ambos somos cinéfilos y confiamos en la opinión del otro, no de una manera jerárquica –como de que tal persona sabe más que yo–, los dos podemos dar una idea que es igual de válida.
Siempre me gusta empezar los proyectos que dirijo diciendo que por favor no esperen que yo tenga todas las respuestas, porque no, no las tengo y que las vamos a descubrir en el camino. Ha sido un proceso muy gratificante para mí como director, como cineasta, como guionista, como editor, como contador de historias. Muchas veces mi imaginación y mi capacidad mental es muy limitada, muchas cabezas piensan más que una. Eso es definitivo.
Por Rafael Paz (@pazespa)