El vampiro parece no tener lugar a donde moverse, su presencia ha recorrido todo el espectro: de dar miedo y ser una figura de atractiva sensualidad pasó a ser el ajonjolí de todos los moles. Los directores Jemaine Clement y Taika Waititi –también protagonistas y escritores de la película– proponen llevarlo al absurdo cómico con un falso documental, Entrevista con unos vampiros (What We Do in the Shadows, 2014). Aquí el mito se convierte en risa y los afilados colmillos en una colorida nariz de payaso.
Tomando como pretexto a tres antiguos vampiros que intentan sobrevivir a la vida moderna en Nueva Zelanda, los realizadores reflexionan sobre el verdadero peso del personaje en la cultura popular, inspirándose en trabajos como Drácula: muerto pero feliz (Dracula: Dead and Loving It, Mel Brooks, 1995) o La sombra del vampiro (Shadow of the Vampire, E. Elias Merhige, 2000).
Cada uno de los protagonistas del falso documental responde a un arquetipo que la literatura, y sobre todo el cine, han difundido. Así tenemos al muerde yugulares con gusto por torturar y empalar gente al mismo tiempo que es dueño de cierto magnetismo sexual –y que además se llama Vlad–, otro es un sucio y vil pervertido, uno más vive en el sótano y guarda un tremendo parecido con el Nosferatu (1922) de Murnau y el grupo lo cierra un dandy hecho a la imagen de Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, Neil Jordan, 1994).
Son figuras llevadas a la exageración, vistas con excentricidad por sus costumbres arcaicas. Como si le dieran a un niño nacido en los años 2000 un radio de bulbos. Además los directores logran dotarlos de inocencia, a pesar de los años vividos, haciéndolos empáticos, sus torpezas son vistas casi con ternura. Basta recordar esa escena en que Viago, el dandy, cubre con una sábana su sillón favorito para evitar mancharlo cuando asesine a su víctima, sólo para terminar haciendo un desastre con la hemoglobina en todo el cuarto.
Es notorio el esfuerzo de los directores por hacer reír porque los chistes caen en ráfaga, Lo que hacemos entre las sombras es una cinta cuya trama vive del gag, por eso el ritmo no termina por encontrar un tono consistente. Este falso documental encuentra sus mejores momentos cuando el amor que profesan sus autores por el vampiro es puesto a un lado para dar paso al ridículo –sin caer en la sátira absurda de Leslie Nielsen o en la caricaturización grotesca de Scary Movie (Keenen Ivory Wayans, 2000)– ¿Una manada de hombres lobo que no puede evitar ir por la varita en medio de una riña? O elementos mundanos son usados como contrapunto a la dispersa existencia del clan, hacerse amigos de un técnico en computación que les enseña a ver atardeceres en YouTube.
¿El humor es bobo? Claro, también es efectivo.
Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en Revista Cinefagía.