‘El río solía ser hombre’: Ahogados en poesía

Al principio, la película del director Jan Zabeil, El río solía ser hombre promete mucho, pero muy pronto cae en el tedio de tener a su personaje principal deambulando sin un rumbo claro por una hora, momento en el que uno como público comienza a caer en la desesperación. Aunque al final el filme levanta un poco, no logra ser suficiente para dejar atrás esa sensación que se ha perdido el tiempo esperando algo que nunca llega.

El protagonista viaja por una región de África y, tras un accidente con un ciervo, se junta con un nativo anciano para viajar en un pantanoso río. Después de una conversación casual, en la que el nativo le revela lo peligrosa que es esta región específica, pues lo mismo te puede comer un león que un hipopótamo, ambos van a dormir. Al despertar, el protagonista se encuentra con que el anciano ha fallecido, dejándolo perdido en un lugar donde el peligro lo rodea.

La premisa de la cinta resulta excelente y da lugar a que la imaginación del público comience a volar con todas las situaciones que se pueden dar en este escenario. Pero hasta ahí queda, lo que sigue es un desarrollo perezoso en el que el personaje lo mismo hace berrinche, tropieza con obstáculos y toma decisiones exageradas que se achacan a la desesperación que se esperaría de la situación, pero que no se pueden ver como otra cosa más que la ayuda del guionista para avanzar la historia.

Alexander Fehling, en el papel protagónico, hace un gran trabajo de cargar el peso de la película, pero simplemente no puede hacer mucho debido al guión. El actor se nota desperdiciado debido a las constricciones que le impone la trama. El cine de sobrevivencia, donde el tema central es la lucha del hombre contra la naturaleza, su entorno y él mismo, nunca es fácil de llevar a cabo. La trama debe contar con giros narrativos para que el protagonista y la historia no caigan en el tedio. Una buena dirección no es el único elemento a tomar en cuenta en este tipo de cintas, aunque sí es una de las piezas clave para sumergirnos en la situación que se nos plantea.

Y ése es el gran problema con El río que solía ser hombre: la dirección. Después de poner todas las piezas en su lugar, y crear expectativa, el director no sabe qué hacer con el personaje, lo cual resulta en momentos aburridos. Las decisiones del personaje son irracionales y se tratan de achacar a la situación que está viviendo, cuando en realidad sólo son pretextos, o muletas, para manipular la situación de tal forma que se pueda llegar a la conclusión. Esto no resultaría para nada molesto si existieran razones válidas que lo justifiquen.

Después de una serie de estas malas decisiones por parte del protagonista, entre la que se cuenta regresar por el cuerpo muerto del nativo cuando tiene problemas para navegar, es difícil mantener el interés por la cinta. Y es aquí que el filme toma un rumbo diferente y se transforma en una narración más poética del autodescubrimiento con los escenarios de la sábana africana como fondo.

Así, al final, la película recupera el interés debido a su excelente fotografía, resaltando la belleza del río. La narración no ofrece nada, la trama no ofrece señales de vida y la cinta se va hundiendo en la poesía fotográfica. El río que solía ser hombre fue filmada con una calidad impecable, pero la dirección no le permite alcanzar el nivel de la fotografía. En cambio nos tenemos que conformar con una narrativa aburrida, mientras nos concentramos en las imágenes llenas de poesía que nos presenta, dónde cielo y río se vuelven uno. Lo único que realmente logra, mientras falla en todo lo demás.

Por Xavier R. Vera (@SoyXavito)

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