‘El papalote azul’: Compartir el llanto

Con una mirada somera pero inquieta, Tian Zhuangzhuang dirige El papalote azul (Lan feng zheng, 1993), un hermoso lamento sobre los abusos del régimen maoísta que nos hace un invitación no tanto a comprender el sistema y a los personajes bajo su yugo, sino a compartir el llanto de las víctimas.

La historia de la abnegada Chen Shujuan (Liping Lü) y su hijo Tietou (Tian Yi, Wenyao Zhang, Xiaoman Chen), quienes sobreviven a tres matrimonios desde la muerte de Iosif Stalin en 1953 hasta el auge de la Revolución Cultural china en 1968, es un documento de los pesares que trajo el comunismo a quienes vivieron bajo él.

La cinta, sin embargo, no es un trabajo abiertamente político; definitivamente hay una línea de denuncia, que es la principal, pero se encuentra balanceada por la cualidad documental con la que Zhuangzhuang nos muestra los rituales de la cotidianidad, desde las varias escenas de comidas y almuerzos, hasta los juegos de los niños y las peleas con sus padres.

Vemos mucho del mundo infantil gracias al rol protagónico de Tietou, un niño rebelde y caprichoso cuyo primer y constante recuerdo de estos años es un papalote azul; su vuelo se convierte en un símbolo de esperanza y libertad, pero lo interrumpe un ominoso árbol deshojado que lo captura entre sus ramas.

El padre de Tietou, Lin Shaolong (Cunxin Pu) promete hacerle otro con la calma de quien sabe que no pasa nada. Sin embargo, conforme el partido comunista incrementa su interferencia en la vida cotidiana, los habitantes de Beijing comienzan a sentirse más inquietos, más perseguidos y las desgracias incrementan su ritmo y su intensidad.

Shaolong, considerado un reaccionario, es enviado a un campamento para ser reeducado y muere en él; su cuñado, Shusheng, comienza a perder la vista y tiene que dejar el ejército, al igual que su novia, Zhuying, a quien le piden “bailar” con los miembros del partido, pero se rehúsa a creer que, como le dice un oficial superior, “la política está en primer lugar”.

Zhuangzhuang comparte la visión de su personaje y se esfuerza por no convertir su cinta en una propuesta política; la base del filme es la denuncia mediante la concentración de la trama, si es que hay una, en viñetas donde se nos comparte una visión parcial, pues no conocemos responsabilidades ni caracteres trágicos, sino abusos de poder en contra de la familia de Tietou.

Es una lástima no poder conocer bien a los personajes, pero es un punto esencial porque, como melodrama de denuncia, El papalote azul busca conmover, no analizar. Debido a esta limitación sólo vemos por breves momentos a los siguientes dos esposos de Shujuan, Li Guodong (Xuejian Li) y Lao Wu (Baochang Guo), mientras los conflictos de Tietou, que lo llevan a la agresión constante, son vagamente explorados.

A pesar de este vacío en la explicación de los personajes, Zhuangzhuang no falla al representar los años en que se sitúa la cinta, con una sublime fotografía, ágil y dramática, y los magníficos escenarios, desde las calles hasta los talleres, todos sumergidos en una atmósfera grisácea y opresiva.

Los colores de la cinta se van degradando conforme la situación empeora: Guodong muere por desnutrición, y mientras Shujuan y Tietou viven con Lao Wu, la infelicidad se hace una constante y las calles abrigan la violencia del partido. Al final, Shujuan y Lao Wu se tienen que divorciar para que un juicio contra él no le afecte a su familia.

Es en este punto que Tietou vuelve a jugar con el papalote azul. Cuando se atora en un árbol, como hace muchos años, le promete a su hermanastra que le hará otro, pero la próxima vez que aparece está roto y Tietou ha sido golpeado por defender a su padrastro. La desesperanza triunfa en un mundo en el cual el sometimiento y la obediencia son los únicos valores.

Aunque dolorosa, El papalote azul es una bella experiencia por la mirada fotográfica que comparte de la China de los años 50-60 y por su balanceada denuncia. Sus imágenes claman por ayuda para un pueblo torturado por la inmovilidad y castigado por criticar, esperanzado en que la próxima generación cambiará las cosas.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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