El otro mar del poeta: Theo Angelopoulos

El primer aniversario luctuoso del cineasta griego Theo Angelopoulos (quien murió lamentablemente, a sus 76 años de edad, el 24 de enero de 2012, a las afueras de Atenas), me hizo recordar palabras que dijo a propósito de su filme La eternidad y un día (Grecia-Francia-Alemania-Italia, 1998) con la que ganó la Palma de Oro, en el Festival de Cannes. El veterano del perpetum movile —reconocido así por sus películas contemplativas con largos planos-secuencia—, dijo enfundado en vestimentas de color gris, que una de las razones por las que sus películas están en griego se debe a que no cree que exista un “idioma universal” y que aunque el esperanto moderno es el inglés, “nuestra única casa es nuestro idioma materno. El de la primera palabra que decimos cuando somos niños y la última que pronunciamos al morir”, así lo explicó retomando las ideas del filósofo Heidegger.

Pensando en ello (en el hogar, la muerte, la memoria y las palabras), hay una historia conmovedora, en la cual se inspiró Angelopoulos para filmar La eternidad y un día, y que tiene que ver precisamente con el poeta Dionisios Solomos (1798-1857), quien no concluyó un poema llamado “Los libres sitiados”. Dionisios fue uno de los poetas más importantes del siglo XIX en Grecia. De padre aristócrata y plebeyo por parte de la madre, Dionisios se fue a los diez años de edad, tras la muerte de su progenitor, de su tierra natal, Zante, en Grecia, para radicar en Italia donde finalizó sus estudios, además de escribir ahí su primer poema.

En 1818, cuando estalló la guerra de liberación contra el Imperio Otomano, Dionisios tomó las armas y volvió a su patria. Un día antes de partir de Italia a Grecia escribió: “¿Qué puede hacer un poeta? / Celebrar la revolución con cantos, / llorar a los muertos, / invocar la cara pérdida de la libertad…” Al llegar a su país, se percató que no podía celebrar la revolución, porque había olvidado su lengua materna y se propuso aprender el habla del pueblo, el idioma de su madre. Fue el primer gran poeta que se expresó en lengua popular. Dionisios ofrecía, entonces, una moneda a los campesinos a cambio de que le compartieran una nueva palabra para integrarla a sus poemas. Después de tiempo se corrió la voz que Dionisios era el poeta compra palabras, —un halago, evidentemente—.

Recuerdo que en el largometraje de La eternidad y un día, se cuenta parte de la historia de ese poeta, porque a Alexander (Bruno Ganz), al saber que la enfermedad que lo aqueja ya no tiene marcha atrás, determina que debe emprender un viaje hacia la muerte para reencontrase con su amada Anna (Isabelle Renauld), a quien la reconoce a través de cartas donde ella le expresaba cuánto lo amaba, aunque él sólo lo perturbaba la poesía y los versos truncos de Dionisios Solomos. Fue así que ese viaje le regaló a Alexander las palabras de un niño inmigrante ilegal albanés que como hogar tenía sólo las calles del puerto de Tesalónica. El poeta, a pesar de sus dolores, logra zafar de las manos de un grupo de mafiosos al pequeño de cabellos rubios (Achilleas Skevis). A partir de ahí, Alexander lleva de la mano al niño que viajará a Italia, como tratando de saciar su necesidad existencial de amarrarse a otro origen en sus últimas horas de vida: el poema. Así que el escritor le cuenta al niño la historia del poeta que compra palabras. El niño al fin debe separarse, como también las letras se van dejando en párrafos promiscuos para habitar nuevos textos, pero no sin antes llevarle palabras al poeta que agoniza.

En Grecia ha habido, hasta hace pocos años, dos lenguas: el ‘kathareusa’ (que significa pura), hablada por las clases altas, es decir los intelectuales y escritores, y la lengua popular, hablada por el pueblo. La contribución de Dionisios Solomos a la evolución de la lengua griega ha sido fundamental porque es el primer poeta, en su tierra, que logra unirla en una sola.

En el umbral del siglo —con el que iniciamos—, Theo Angelopoulos advierte algo que puede parecer contundente sobre Dionisios en Grecia y hasta para Dante, en Italia: “Son siempre los poetas los que están a la vanguardia de la unificación de la lengua”. Yo pienso que por fortuna, aquellos poetas absolutos, también tienen poemas inconclusos y —por qué no— películas no terminadas.

Así, como la mayor parte de sus poemas, Dionisios los dejó inacabados. Angelopoulos no concluyó —entre algunos otros—, la tercera parte de una trilogía dedicada a la Grecia del siglo XX, ya que fue durante su filmación de El otro mar que una motocicleta lo embistió. Alguna vez el cineasta griego también se llegó a preguntar: “¿Escribir o vivir?” Esa es la cuestión. Como dijera el poeta de cabecera de Angelopoulos, el italiano Tonino Guerra a Juan Vicente Piqueras: “Todo lo humano decae. En cambio, la nieve no envejece, el olor de la lluvia no miente, los olivos no se van. Son cosas que están ahí, dispuestas siempre a iluminar la niebla que somos”, pero éste es —yo diría—, otro mar aparte.

Por José Antonio Monterrosas Figueiras (@jamonterrosas)

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