‘El Dictador’: La soez dictadura

Las grandes dictaduras se han forjado en una sobreexplotación de la masculinidad. Fenómenos como el machismo se convierten en la única moneda cultural de un sistema regido por ideologías fascistas con sensibilidad kitsch, como John Waters en esteroides.

Siendo las dictaduras eminentemente militares que mezclan un sistema de poder muy similar a la monarquía, el exceso no es extraño a historias de famosos hijos del autoritarismo como Díaz, Gadafi o Hussein. Se evita la normalidad, lo corriente y hay una excesiva búsqueda del poder y la intimidación, sea en la más vulgar ostentación o en los caprichos más crueles o burdos. En El Dictador, Larry Charles y Sascha Baron Cohen encontraron el exceso deseado pero fuera de la crítica política para caer en los dominios de una anarquía escatológica.

Baron Cohen es un gran creativo en el panorama cinematográfico moderno, con creaciones tan queridas como el chovinista reportero kazajo Borat o el fashionista austríaco Brüno, ambos con cintas realmente entrañables en su haber.

¿Dónde se sitúa el General Aladeen? Ciertamente en el área pero con un rumbo pobremente definido. El problema radica en que Aladeen desarrolla su acción en la ficción, mientras que Borat y Brüno irritaban el conservadurismo gringo en el ‘mundo real’. Algunas de las escatológicas proezas de Aladeen se quedan en un chiste de la película, perdiendo parte del impacto y atractivo de las cintas anteriores de Baron Cohen, en la que podíamos ver a Paula Abdul sentada en un mexicano o dos hombres desnudos peleando y  correteándose en una conferencia en un hotel neoyorquino.

La cinta inicia con una dulce dedicatoria a Kim Jong Il, estableciendo el tono provocador desde el póstumo cuadro inicial. El General Aladeen, dictador de la ficticia República de Wadiya, cumple a cabalidad con el perfil que su rol le impone: misógino, paranoico, violento, un perfecto imbécil que no conoce el oscuro mundo de la masturbación.

El general es traicionado por su asesor principal (Ben Kingsley) que encuentra un doble perfecto para suplantar a Aladeen, un campesino que se da gusto con cabras (en otras palabras, tu campesino promedio). Ya estando en Nueva York para dirigirse a la ONU, Aladeen es secuestrado, logra escapar y se encuentra enredado con  una chica vegetariana (Anna Faris) que tiene una tienda de… adivinaron, de alimentos vegetarianos, además de ser adepta a todo tipo de activismo social (sí, también el 132).

Aun se conserva algo de ese brío inteligentemente subversivo que llego a una cúspide que ahora parece inalcanzable en Borat y que fue cediendo de manera gradual a limitarse a hacer malabares con popó y pitos para buscar la risa incontrolable de la audiencia más vilmente estupificada por Jersey Shore o Laura en América.

Larry Charles y Sascha baron Cohen son muy capaces de crear obras con mucho más contenido en el marco de un humor extremadamente vulgar y no es que me escandalicen escenas de parto en la que dos personas meten la mano en la vagina de una mujer o cuando el doble de Aladeen ordeña a una mujer, el problema viene cuando esta vulgaridad no existe para reforzar un pretendido comentario ácidamente crítico, sino simplemente como escandalo gratuito.

Con piezas de iconografía realmente notables, algunos chistes en verdad hilarantes, El Dictador no termina por convencer a una gran audiencia que puede mirar con asombro algunos de sus  excesos, envidiar algunos de sus pasados compañeros sexuales (Schwarzenegger, Oprah, Lindsay Lohan), compartir su pasión por los misiles fálicamente puntiagudos, su misógino chovinismo, su grandilocuente idiotez y sus adorablemente fascistas puntos de vista, pero el libre y soberano pueblo de la cineaudiencia no sucumbirá a sus encantos por muchos tanques o armas que nos obliguen a hacer lo contrario y en el proceso percatarnos de que la democracia que tanto pregonan los gringos no es más que el despampanante disfraz de la represión misma.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)