Dos de lengua y una canción (de “Chente”) desesperada

Tras el halconazo de 1971, la industria del entretenimiento en México se encaminó a un ritmo vertiginoso por llevar a la pantalla grande a íconos y clichés nacionales para reforzar la idea de “lo mexicano”: el sombrero de charro, la buena estrella y el humor, como contrarreste de las carencias sociales, el albur, la fuerte carga sexual, entre muchos otros. La intención por “revivir” una identidad pueblerina e ignorante, pero noble, del mexicano.

Pero no todo ha sido tristeza en este país, y como bien reza el delicioso adagio: las penas, con pan son buenas… y con mantequilla han de ser deliciosas, dijera Pedro Infante. Ahora imaginen lo sublime y divertido de la vida: tacos.

Del director Alejandro Galindo, uno de los pilares más prolíficos de La época de oro del cine mexicano y referencia ineludible de buenas y malas películas (El supermacho, Doña Perfecta, Pepito y la lámpara maravillosa, Cuatro contra el mundo, La sombra de Chucho el Roto y un montón más) llega en 1972 Tacos al carbón, comedia romántica sabrosísima y barata como unos buenos de suadero con harta salsa roja.

Tras la decadencia de la época de oro en mención, Galindo no dejó nunca de hacer películas a lo bonzo, en donde retratara el ser, pensar y actuar del mexicano, a veces encasillándolo en una burda caricatura, y otras, logrando una representación acercada a la realidad. Difícil hacer una selección con lo mejor de una filmografía de más de 80 películas, a lo largo de más de 50 años entre 1935 y 1985.

Desafortunadamente, Tacos al carbón no es una de esas películas memorables, pero tiene su encanto y sabor: la guapísima Lupita, interpretada por uno de los símbolos sexuales del México sesentero, Ana Martin (quien por cierto fuera la primera mexicana en participar en Miss Mundo en 1963, sin éxito), adolece de un karma fatal para las chicas bellas: el ser mamacita de barrio, la flor más bella de una vecindad miserable de la delegación Iztacalco (en la Pantitlán, específicamente), demarcación en donde Constancio, un taquero (pero de los de canasta) le tira la onda de la forma más directa y sufrida, y adolece del bateo constante y cada vez más grosero de Lupita. Hasta que un día la suerte cambia.

Constancio revela el mensaje moral de la película entera en su burdo nombre (como de comercial de alguna dependencia oficial); es interpretado por un actor peculiar, debutante en la pantalla grande: el mismísimo Charro de Huentitán, Vicente Fernández, “¡A ha-ja!”, quien evidentemente usa todos sus recursos como cantante de escenario para contrarrestar su falta de dotes actorales. Constancio vende con ahínco los de papa, frijol y chicharrón prensado con salsa verde de frasco de mayonesa, justo al lado de un concurrido frontón, frente al puesto de las aguas frescas, el cual es atendido por el comic relief y posterior némesis de la película, El Ciclamatos, interpretado por un jocosito Fernando Soto Mantequilla.

Mientras, Lupita, trabajadora en una zapatería, es constantemente asediada por el jefe de su trabajo, y llegando al barrio no se cansa de abrir de capa al buen Constancio. En la escena abridora, Chente le regala un jabón de olor a Lupita, quien se lo rechaza, condenando el porvenir de nuestro protagonista a ser a lo mucho El rey del taco. Tacos al carbón es el blues del perdedor con soundtrack bien macho mexicano de su protagonista, quien, para actuar por primera vez (ustedes disculpen), no canta mal las rancheras. En este primero de más de 30 filmes, Vicente Fernández logra expandir el éxito de su carrera con temas como Rey sin palacio, la contundente En defensa propia y uno de los grandes hits de toda su carrera: Hermoso cariño.

Tacos al carbón marcaría uno de los primeros refinamientos de lo que vendría posteriormente con el cine de ficheras, las sexycomedias y las películas sobre el valor y la grandeza de “ser mexicano”, bajo una sarta de caricaturas y lugares comunes del mismo: chupador, derrotista y alburero, pero luchador (constante, obvio) y noble. Muy noble; la recompensa y justicia del bueno de corazón, quien intenta entrarle a un negocio con mayor público en Naucalpan, “tierra de brillante porvenir, dijera el tuerto” y, a ver quien quite, y Lupita le hace caso. Pápalo p’al taco.

Naucalpan no es fácil, y otro taquero de mayor antigüedad puede ser una calamidad. ¿Te cantan un tiro? Que el comensal decida: a vender tacos y los más sabrosos se quedan el territorio. “Este tiene puros gorgojos, ¿cuál frijol?”. La adjudicación de un taco malo es peor que mentarse la madre y el camino directo a un cerrón de fuerzas. La vida de taquero es un mundo de esfuerzos por lograr el mejor sabor en un mundo más que competido y regido por un buen pastor y una salsa de altos vuelos. Pero a sus 26 años, a Constancio, oriundo de la Jardín Balbuena, le cambia el panorama cuando en un concurso de un detergente la madre de nuestro protagonista (La ya no tan joven pero aún reconocida Lina Marín) es premiada con un auto último modelo, el cual cede al hombre que la mantiene, al dueño de todo, al que decide: su hijo.

Parte de los inseparables de Constancio, El Comanche (el 780) y Resortes (el chidas), se dedican a ensalzar y apoyar la figura de triunfador de nuestro protagonista, quien con el dinero del auto pone una taquería en forma, pero ahora en modalidad “de carnitas”: El Taco Loco, ubicado en la Valle Gómez, en donde a Constancio se le van un par de deslices con una de las empleadas, Leonorcita (una cachonda Sonia Amelio, de la línea y estilo de Meche Carreño o una temprana Leticia Perdigón).

En tanto, Lupita le pone alto al jefe para darle entrada a Constancio, quien ya se viste más acá y ahora sí es merecedor de un par de salidas y besos en el cine. Sin embargo, mientras su camino al altar no se detiene, él no deja de darle alas a Leonorcita, hermana de El Ciclamatos, quien conoce todas las movidas de su cuate-jefe y planea la venganza por no haber recibido una lana-chantaje.

La buena suerte trae una sangradera de lana por todos los frentes de Constancio, a quien no se le quita lo débil de carne y mentiroso (pero cumplidor). Lo que sube tiene que bajar, y al final del drama sólo queda un papel húmedo de grasa y salsa borracha con restos de cilantro: que te caiga salubridad siempre es una patada en la espinilla, sobre todo cuando una bacteria albergada en los de maciza con cuerito vuelve a la gente idiota por tiempo indefinido. ¿La solución? Amparos, mordidas, extorsiones y más desavenencias legales y financieras por querer ser El Rey del Taco. No hay mentira que dure 100 años ni juzgado que no te impute más cargos: infidelidad, poligamia, peligro a la salud pública. El borlote irremediable de las películas mexicanas, el zafarrancho mexa que fue el absurdo “clímax” de cientos de películas de medio pelo como ésta.

A Constancio Rojas, El Champi, no le queda más que repartir su patrimonio taqueril entre sus mujeres, quienes contrademandan al “pobre” Chente, por querer quedarse con todo el emporio del buche y la nana, y no sólo con una simple sucursal. A la mera hora, el arrepentimiento del Ciclamatos convierte al Champi en hombre libre, pero totalmente pobre y solo. De vuelta a vender de a 4X10 en el frontón. La vida da tantas vueltas. El taco compartido no paga.

Por Ricardo Pineda (@Raika83)

Cómo preparar…. Tacos de bistec

Ingredientes

  • 500 gramos de bistec
  • 1 cebolla
  • 500 gramos de tortillas
  • Sal y pimienta al gusto
  • Limones al gusto
  • Salsa verde y/o roja al gusto

Procedimiento

Filetear finamente la cebolla y dorarla un poco en la plancha caliente. Salpimentar la carne y poner en la plancha muy caliente a cocer, una vez cocida poner en la tortilla bien caliente.
Servir con las salsas y limones al gusto.

Receta por Haute Cuisine Cooking School

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