DocsDF | ¿Sabes cuánto duele (matar a alguien)?

Es algo infernal, matar a un hombre.
Es quitarle todo lo que tiene y todo lo que tendrá.
Los imperdonables, Clint Eastwood.

¿Por qué matan las personas? En el Génesis de la Biblia, Caín, primogénito de Adán, levanta una quijada de burro contra su hermano Abel por envidia. Dios prefirió la ofrenda del otro y provocó indirectamente el asesinato. Hoy día, ¿cuál es el motivo? La divinidad dejó hace muchos años de marcar nuestro destino. Quizá sea el instinto, una necesidad primitiva de defensa o una pulsación irrefrenable por extinguir al prójimo. Ese es el tema explorado por el documentalista Marcell Gerő en Los hijos de Caín (Káin gyermekei, 2014).

La cinta, ambientada en Hungría, repasa lo sucedido con tres jóvenes —menores de edad— que asesinaron en los inhóspitos años del comunismo. Intercalando material de archivo —de los juicios, del reformatorio, etcétera— con el presente, el director busca entenderlos, comprender las razones de su crimen. Uno de ellos, con la mirada en el vacío, falla en encontrar las palabras para expresarse. No hay razones, sólo pasó, su mente parece congelada, lejos de su realidad. Otro ríe en el metraje viejo cuando narra su fatídica noche, pero cuando la cámara regresa a nuestros días, llora, balbucea entre lágrimas: «¿Qué hice?». Ni siquiera él tiene un veredicto claro. Quién podría tenerlo.

Los ecos de las palabras de Dios en el texto sagrado al condenar a Caín aún se escuchan y sus efectos se mantienen. «¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano clama desde el suelo. Ahora estás maldito y la tierra, que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano, rechazará tu mano. Cuando trabajes la tierra, no te dará fruto. Vagarás eternamente sobre la tierra».

Los personajes del documental vagan, lucen perdidos, son parias. Su transgresión, a pesar de haber pagado su condena, nunca los abandonará. Su castigo no es la cárcel sino errar eternamente, señalados por un lunar imaginario en la frente como el protagonista homónimo de la novela de José Saramago. La marca es indeleble.

Al mismo tiempo Gerő cuestiona la validez de los reformatorios, lugares encargados de corregir y regresar al camino a estos delincuentes. Su día a día es una demostración de la nula mejora que esos centros de rehabilitación hicieron en sus vidas. «¿Sabes cuánto duele (matar a alguien)?», increpa uno de ellos a cuadro. El fenómeno no es exclusivo de Hungría, se repite en todos los rincones del globo. En algún momento tiramos la llave y no nos molestamos en regresar a buscarlos.

No hay espacio para ellos con nosotros. Tal vez nunca lo hubo.

Por Rafael Paz (@pazespa)
Texto publicado en la 2° gaceta del DocsDF

Aquí pueden revisar toda nuestra cobertura del 10° DocsDF.

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