DocsDF | ‘Los últimos hombres elefante’: la tradición se difumina

El mundo cambia constantemente, es una máxima tan lógica y común que suena pedestre. Olvidamos el pasado para intentar mantenerle el paso al presente. Otro lugar común. Los avances sociales se van comiendo los cimientos, la corrección política nos hace ver con desprecio antiguas costumbres. Arcaica ironía del desarrollo.

Los bunong son una tribu que vive en el este de Camboya, en Asia. Durante siglos vivieron de cazar y entrenar elefantes, nobles bestias que se reproducían al por mayor y, gracias a su capacidad física, podían sobrevivir durante años como animales de carga. Pero el tiempo es despiadado y la voracidad del hombre también. La explosión industrial ha hecho retroceder a la selva, leyes prohíben seguir apresando paquidermos y, como colofón, los secretos de su entrenamiento se han ido perdiendo entre generaciones. Antes había cientos con los conocimientos, hoy queda uno. Los últimos hombres elefante (Les derniers hommes-éléphants, 2014) es un fresco de la zona, de su historia.

La cinta firmada por Daniel Ferguson y Arnaud Bouquet se parte en tres para conformar su relato: primero tenemos a Mrey, único poseedor de la sabiduría de su pueblo, peleando con una enfermedad crónica y buscando reconciliarse con las ofensas hechas a los espíritus de los elefantes; Mané pertenece a un poblado donde, por error, se vendió a su amado elefante, ahora pasa sus días buscando a la criatura y desarrollando trabajo como activista en contra de las compañías depredadoras de la selva; para terminar, Doul tiene diecisiete años y, si fuera por él, no se pararía cerca de un elefante, pero la familia necesita dinero y debe aprender a transportar turistas en el lomo del animal.

Pasado, presente y futuro asfixiados. Lo más sencillo como espectadores (por extensión, también para los directores) sería juzgar a la tribu, tacharlos de asesinos de elefantes, abusadores de una especie en peligro de desaparecer, señalarlos como se hace con los amantes de los toros sin intentar comprender su contexto. Pero la mirada de los realizadores va más allá, es bondadosa al intentar conocerlos. La conexión va más allá de una simple transacción económica, cada uno de los paquidermos es parte central de su villa, aunque se le fatiga, se le quiere como a un miembro de la familia.

Cuando Mrey mira a la cámara y habla de su arrepentimiento por haber abusado del número de elefantes capturados a lo largo de vida, sabemos que el sentimiento es real. Hay en esos ojos un vacío, profundo y oscuro, el conocimiento de saberse a punto del final y sin posibilidad de redención. Como también lo entiende Mané mientras busca desesperada a su mascota perdida o Doul, quien no tiene más opción que entrarle al negocio.

La extinción está cerca, patalea, se mueve, pero eso sería ignorar el gigantesco respirador artificial en la esquina del cuarto. Los últimos hombres elefante es la fotografía de despedida. Un último intento por mostrarle al mundo que, alguna vez, estuvieron vivos.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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