‘De qué color es el viento’: El color del drama mexicano

Una de las principales críticas que se le hace al cine mexicano es su especial énfasis en la tragedia; el drama irredento de una sociedad sumida en la miseria, cine triste, cine Ripstein. En la década de los 70, el cine mexicano estaba copado de ficheras y modernización, era la época de la tecnocracia.

En este contexto nace De qué color es el viento, cinta del director Servando González, que narra la historia de la amistad de dos niños invidentes de clases sociales opuestas, resultando en una obra hoy prácticamente en el olvido y que es un dramón loco para los que gustan del sufrimiento social interminable.

Eva y Sergio cotorrean a su manera en la mansión de ella. Eva le describe los colores a partir de sensaciones y explicaciones que tienen que ver con el mundo exclusivamente sensorial, a oscuras. La diferencia de clases sociales, la ignorancia que alberga la pobreza económica, el comenzar a aprender cosas nuevas en la escuela, despiertan en Sergio mil cuestionamientos que ponen en aprietos a su madre, mujer ruda y trabajadora que tiene que cargar de alguna manera con el padecimiento de su hijo.

Justamente entre todo este caos de vida, Sergio plantea a su amigo la pregunta del millón, la puerta que detona el armario de la película: ¿De qué color es el viento? Planteamiento sin respuesta, cuando Sergio recupera la vista gracias a los esfuerzos y ahorros de su maestra de escuela, Luz María. A su despertar al mundo visual, Sergio se percata de que el mundo es cruento y que las cosas no son como las imaginaba, prefiriendo regresar a su ceguera, como Clavillazo cuando recupera el oído intentando ayudar a su hijo en El Sordo (1958).

De qué color es el viento nos muestra la crueldad inherente y pobreza que mostraba con mayor nitidez el cine de esa época, y de paso queda una obra que rompe el corazón más a chicos que a grandes. Verla a los ocho años puede ser desastroso, pero también cotorro. El filme tiene esa impronta de escasez de recursos y acartonamiento en su producción, que le añade sin querer cierto aire de inocencia y frescura, haciéndolo ver a la distancia quizás un poco más fluido e incluso arriesgado.

El desenlace es totalmente desgarrador: Eva no puede recuperar la vista, y es ahora su madre quien no quiere la junta con Sergio, quien tiene que tomar una decisión extrema para volver al lado de su amiga. Una película para una tarde sin dinero y sí muchos pañuelos.

La falsa ilusión de un México inmerso en la sociedad del conocimiento y la modernidad. La ilusión de la bondad del ser humano y la culminación temprana de la inocencia, un peliculón de altos vuelos, que como dato curioso tiene que la niña que debuta aquí es nada menos que la afamada actriz invidente Crystal.

Esta película la anduvo pasando el canal 9 de Televisa por ahí de principios de los 90 para después enlatarla. Su bajo perfil la ha delegado al olvido del público pese a que es un trabajo notable de los directores de la generación del 68, y en lo personal creo que es uno de los filmes mexicanos que hay que ver.

Por Ricardo Pineda (@RAikA83)

 

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