Cuando muere un perverso: Jesús Franco

Uno de los directores españoles más prolíficos de la historia del cine contemporáneo con un currículum que haría a René Cardona comerse sus propios calzones sucios y hacer ver a otros directores “constantes” como auténticos haraganes. El español Jesús Franco ha fallecido. Conocido en el mundo underground por una filmografía centrada en voyeristas, pervertidos, vampirismo, ocultismo, sexo con marcianos, fetichistas, rapaces violaciones de los dogmas literarios así como de unas buenas nalgadas a la sociedad que tanto ironizo, destazo y ridiculizo en cada uno de sus casi 200 trabajos como director.

El director español comenzó a escribir su propia música desde los 6 años, creció en los años más turbulentos de la Guerra Franquista, con estudios de cine en La Sorbona, comenzó su trabajo como compositor en filmes como Cómicos de Juan Antonio Bardem hasta que llegaría su primer filme “importante”, Necronomicón (1968), la historia de una estríper de un cabaret nocturno (ni modo que del Vaticano, aunque las tienen) que convive en bizarra armonía con figuras horriblemente oníricas, enanos danzantes envuelto en un marco de descabellados juegos de sadomasoquismo. Desde luego que el filme le dio una reputación internacional.

Declarado, junto con Luis Buñuel, como uno de los “cineastas más peligrosos” por la Iglesia Católica en España, Jesús Franco le entro al quite en una diversidad avasallante de géneros y estilos, la gran mayoría de una baja producción, desde serie B hasta la más franca y honesta pornografía hardcore. Franco (homónimo del falangista dictador) lució sus peculiares talentos en cintas como La Sangre de Fu Manchu (1968) con Christopher Lee en la que el desmadroso chinito  inocula 10 mujeres con veneno para matar a 10 líderes mundiales, una lascerante adaptación de la novela Justine (1969) del Marques de Sade que no escatima en cerdadas, perversiones sexuales de todos los olores y una amplía galería de tortura física, psicológica y sexual.

También trabajó con actores de la talla de Klaus Kinski (El BFF de Herzog) en su adaptación de la controvertida Venus en Pieles de 1969 así como dirigir a Christopher Lee de nueva cuenta como el Conde Drácula en 1970, lejos de la “sobriedad” vinculada al personaje que el mismo Lee o Peter Cushing habían trabajado para los famosos estudios Hammer, del rodaje de esta cinta esta el estupendo documental experimental del catalán Pere Portabella, Cuadecuc Vampir de 1970.

Los años 70 vieron auténticos hits en la filmografía de Franco con cintas como Vampiros Lesbos (1972) que es sobre…adivinaron, vampiresas amantes del requesón en totopo. Los excesos le eran desocnocidos a este excomulgado señor que trabajo en Alemania, Reino Unido, Francia y que nos dio títulos  que se vendían solos como Drácula contra Frankenstein (1972), Los Ritos Eróticos de Frankenstein (1972), La Tierna y Perversa Emmanuelle (1973) con Normita Kastel. Las cintas de Franco eran sinónimo de escondida auscultación, de pisar con cuidado, de aceptar la violenta ruptura de tabúes, que llevaría a pornográfico paroxismo durante los años 80 con El Sexo esta loco (1981), Sadomania (1981), Las Inconfesables Orgías de Emmanuelle (1982), El Mirón y la Exhibicionista (1984) o ya de plano el infame Ojete de Lulú (1986) en el que el articulado ano de una mujer narra diversas aventuras del tipo mágico, cómico y musical.

A pesar de sus escatológicos excesos, Jesús Franco siempre mantuvo un balance entre sus trabajos hechos para ganar una poquita de morralla fácil y gamberra (Un Pito para tres de 1985 o Para Las Nenas, leche calientita de 1986) hasta trabajos inspirados en la obra de literatos como Edgar Allan Poe, Anne Desclos, El Marqués de Sade o Bram Stoker que lo emparentan con el maestro polaco del cine erótico con “carnita intelectual”, Walerian Borowczyk (Contes Immoraux, 1974)  e incluso trabajar en el inconcluso Quijote de Orson Welles como director. La obra de Jesús Franco es inabarcable y se presta a un sesudo análisis que poca gente estaría dispuesta a hacer, dado lo inaccesible de un gran porcentaje de sus filmes o de lo simplemente intolerables que representan incluso para el espectador más aventurado. No hay nada más exquisito para el perverso dionisiaco que la muerte, especialmente para uno que tanto exasperó las obsesiones y fetiches más profundos de los demonios del franquismo como el franquista radical, el rarito Jesús Franco.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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