Croissants desde Cannes 2024 — Parte 2

Han sido pocos los eventos y noticias surgidas dentro del Festival de Cannes con una resonancia importante durante los últimos días. Como suele suceder, a estas alturas se comienza a sentir que el apogeo del festival se apaga y que únicamente quedan, como siempre, las películas, muchas de ellas ignoradas o simplemente evaluadas con sistemas de calificación de criterios cuestionables, por decir lo menos, quedando resumidas en tablas que podrían funcionar como guías de referencia pero corren el riesgo de banalizar aún más un ejercicio que de por sí ya es banal, aunque disfrutable a su muy peculiar manera, como es la cobertura de festivales de cine.

The Substance
Dir. Coralie Fargeat
Competencia Oficial

El hecho de que una película sea dirigida por una mujer no la hace feminista, ni tampoco tendría por que serlo. Asimismo, quizá, una película no debería encontrar su valor a través de sus referencias sino de las diferencias que mantiene respecto a las mismas. Es fácil ver en The Substance un trabajo hiper estimulante a nivel visual y aural, que de la mano de la cineasta Coralie Fargeat se inserta agresivamente en los sentido, como si fuese una especie de droga o “sustancia” que busca saturarlos al tiempo que nos induce en un mundo de reglas rígidas y precisas, las cuales, en caso de no ser respetadas, crean un auténtico caos.

El proyecto parte de simbolismos muy evidentes y aprovecha el valor iconográfico de la actriz Demi Moore, quien fue en los años 90 una de las más claras representantes de la explotación sexual a la que Hollywood somete a sus estrellas en turno, gracias a filmes como Striptease (Andrew Bergman, 1996) o Disclosure (Barry Levinson, 1994), ambos ejemplos claros también del inminente declive de las actrices, que desaparecen de la memoria colectiva de manera repentina. The Substance traza en una primera escena esa trayectoria con la instalación de una estrella en el paseo de la fama con el nombre de Elisabeth Sparkle (Moore), quien varios años después es finalmente despedida de su programa matutino de ejercicios aeróbicos —a la Jane Fonda— por su repulsivo jefe (Dennis Quaid).

Desesperada ante el olvido, Sparkle recibe la misteriosa oferta de una asociación desconocida: generar un nuevo cuerpo a partir de sus propias células y el cuál debe respetar un delicado balance de intercambio corporal cada siete días. Es una especie de simbiosis física y psíquica que conforme avanza la película se va deteriorando tanto como los cuerpos que vemos a cuadro. La versión joven de Elisabeth Sparkle se llama “Sue” (Margaret Qualley) y es dueña de una belleza irreal a la que ambas mujeres se vuelven adictas, sin embargo en cuanto Sue comienza a romper el equilibrio debido, Elisabeth sufre terribles consecuencias físicas.

A la manera de un cuento de los Hermanos Grimm y cargado de referentes fílmicos, que pasan por The Elephant Man (David Lynch, 1980), Showgirls ( Paul Verhoeven, 1995) o The Thing (John Carpenter, 1982), el trabajo de Fargeat se maneja con la misma superficialidad e innegable atractivo de sus personajes protagónicos, quienes comparten una adicción por la juventud y la capacidad de generar deseo detrás de una naturaleza monstruosa.

El mensaje es claro y contundente, tal vez demasiado simple y contundente para ser genuinamente innovador o estimulante, como lo son las películas de David Cronenberg, cuyo nombre siempre es invocado cuando se menciona el sobadísimo término body horror, no obstante parece que los cineastas solamente han tomado el efectismo como lección, evadiendo el trasfondo más oscuro y complejo detrás de ese tipo de horror: la imposibilidad de evadir la muerte. A una película como The Substance no le preocupa la muerte física, sino la mediática, ni busca reflexión más que pura estimulación.

Horizon: An American Saga
Dir. Kevin Costner
Fuera de Competencia

Al igual que Francis Ford Coppola con Megalópolis (2024), el actor y cineasta Kevin Costner ha tenido que reunir y poner dinero de su propia bolsa para poder llevar a las pantallas Horizon: An American Saga, una visión pretendidamente épica del western, género que a pesar del paso de los años y haber tenido ya varias elegías en las últimas décadas, sigue vigente en el imaginario colectivo. Costner tiene amplia experiencia en el género gracias a títulos como Danza con lobos (Dance with Wolves, 1990) bajo el brazo, y en su nuevo proyecto hay ciertamente una visión clara del género, pero la idea de lo épico escapa a cada una de sus escenas.

Con la intención de ser estrenada en cines en dos partes, Horizon: An American Saga cubre un lapso de 15 años de expansión y asentamiento del Oeste estadounidense antes y después de la Guerra Civil, a través de una serie de personajes interpretados por el propio Costner, Sienna Miller, Sam Worthington, Jena Malone, Jaimie Campbell entre muchos otros, incluyendo varios valiosos actores de cuadro estadunidenses, como la estupenda Dale Dickey.

Costner construye escenas eficaces, aunque no tan pulcras como las de Clint Eastwood, ni con el mismo sentido de composición fílmica de los grandes instituciones del western como lo son John Ford o Anthony Mann, dos referentes más familiares. A pesar de que ciertamente es una película larga y rica en construcción de personajes, es muy difícil sacudir la sensación de que se está viendo una de las caras producciones televisivas de HBO y no una película épica del género.

La visión épica de Costner se cierra en planos y composiciones meramente funcionales y mecánicas, las cuales avanzan la historia con el mismo sentido automático con el que se cambian las páginas de un denso libro, entretenido aunque sin dejar ningún recuerdo. Una vez cerrado, será olvidado. Afortunadamente, la imaginería del género aún conserva el suficiente poder para mantenerse viva en todas las películas que se han hecho hasta ahora y en las harán después.

The Shrouds
Dir. David Cronenberg
Competencia Oficial

Probablemente el mayor fracaso de los pseudo herederos del cine de David Cronenberg es que el cineasta canadiense sigue encontrando formas audaces e innovadoras de abordar preocupaciones más allá de los límites del cuerpo, cruzando y uniendo los linderos de la muerte, el arte y, ahora, de forma mucho más concisa, las manifestaciones somáticas y psicológicas del duelo.

En The Shrouds, Vincent Cassel —quien ya había trabajado con Cronenberg en Un método peligroso (A Dangerous Method, 2010) interpretando al feral psicoanalista y psiquiatra Otto Gross— encuentra un registro diferente, mucho más contenido pero no menos audaz, al interpretar a un empresario y visionario que ha ideado un sistema para poder monitorear de forma continua e instantánea, el proceso de decaimiento de los cadáveres de los seres queridos, motivado principalmente por la pérdida de su esposa (Diane Kruger), y con la ayuda de su ex cuñado (Guy Pearce), un introvertido programador, y un sistema de inteligencia artificial llamado “Hunny”, que funge como su asistente personal. La película abre con una pesadilla en la que el cuerpo de Kruger flota mutilado mientras una especie de mariposa o libélula vuela alrededor de ella, su esposo la mira atento y explota en un grito que inmediatamente nos lleva a un consultorio dental, donde el dentista a cargo de la salud bucal del personaje de Cassell afirma que éste está perdiendo los dientes por el duelo no resuelto.

El detalle podría parecer irrelevante considerando el resto de la película, pero es ahí donde se ancla el concepto de la historia: el duelo es somatizable y, más que eso, se convierte en un agente capaz de erosionar con agresividad el cuerpo y la psique. En The Shrouds, el acercamiento de Cronenberg es decididamente menos frío y clínico, con momentos que tienen una ternura inusitada en la filmografía del cineasta.

Después de un acto de vandalismo en su panteón tecnológico, el personaje de Cassell se enfrasca en una obsesión por descubrir quién y qué motivó esa destrucción, llevándolo a una espiral de recuerdos, inacabables teorías de conspiración que involucran a los gobiernos chinos y rusos y pacientes secuencias que hablan más de lo que se muestra, esto no actúa como una deficiencia de la película, sino que potencia sus momentos más potentes. Como esa secuencia en la que el personaje de Diane Kruger, mutilado por el cáncer, se acuesta desnuda junto a Cassell, quien al tocarla le rompe la cadera.

Ese momento condensa un nuevo sentido erótico y emocional en la obra de Cronenberg, quien después de explorar los límites del arte y el cuerpo en Crímenes del futuro (Crimes of the Future, 2022), busca encontrar en The Shrouds los alcances del futuro que imaginó desde hace más de treinta años. Afortunadamente, Cronenberg sigue encontrando vitalidad en la muerte y no le interesa tanto filmarla como pensarla y sentirla, usando el cine como una prótesis que reemplaza el alma, la cual a pesar de su sofisticación y magra eficacia, no es capaz de aliviar el dolor.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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