‘Carol’: El precio de la nieve

¿Cuánto se puede decir en el silencio, en un gesto o a través de objetos? Y cuánto se puede entender incluso con ver el clima? Solemos pensar que lo más comprensible yace en lo que podemos escuchar o en lo que podemos leer, cuando se despliega ante nosotros un mundo pleno de códigos visuales, muchos de los cuales pasan desapercibidos, como la silueta de un copo de nieve en copiosa tormenta. En el más reciente filme del semiólogo amateur Todd Haynes, Carol, la atracción es la clave y un tórrido amor el mensaje.

Basado en la novela The Price of Salt de la enorme escritora estadunidense Patricia Haighsmith, Carol presenta la historia de Therese Belivet (Rooney Mara), una sencilla y complaciente joven que un día, mientras cumple con otro día atendiendo un mostrador de una lustrosa tienda departamental en la Nueva York de los años 50, cruza miradas con un abrumador dechado de seductora clase, Carol Aird (Cate Blanchett), una adinerada madre que esta tratando de separarse de su posesivo marido Harge (Kyle Chandler). Es a partir de este momento, en medio de una colección de bellas muñecas, en el que Haynes permitirá que sean los detalles más simples los que borden el lentamente abrasivo romance.

El mundo de Carol se encuentra construido con impecable atención y cuidado, Haynes se consuma como un delicado artesano, después de haber bordado con similar plasticidad las coloridas vistas suburbanas de ese fenomenal homenaje al maestro alemán Douglas Sirk en Lejos del Cielo (Far from Heaven, 2002) o la melancolía caoba que transpira la miniserie para HBO Mildred Pierce (2009).

Tomando como inspiración al maestro estadunidense Edward Hopper, el fotorrrealismo de Ralph Goings y las posturas del escultor George Segal, Haynes y su equipo de colaboradores habituales- como Ed Lachmann en la fotografía y Sandy Powell en el vestuario-, Haynes, distante de Sirk y más cercano a Mikio Naruse o Kenji Mizoguchi, maestros del melodrama japonés, crea una maqueta de colores tan vivos como deslavados, tan vulgar como sofisticada, tan plástica como genuina que no requiere de ningún motor o batería para moverse, como los opulentos trenes de juguete que decoran la juguetería de una tienda departamental.

Si estos elegantes juguetes se mueven sin batería alguna, es indudablemente por el brillante desempeño de su ensamble actoral. Al centro, la pulcra Cate Blanchett, tan estudiada y natural como una cotizada muñeca en temporada navideña, de esas que se mojan, a la que la joven y cándida Rooney Mara aspira a emular y poseer, pero se verán estropeadas por un egoísta niño modelo, un estupendamente furico Kyle Chandler. Mención aparte merece la encomiable generosidad de Abby, mejor amiga de Carol y ex amante, interpretada por la gran actriz de carácter Sarah Paulson.

La relación de Carol y Therese trasciende las cajas y etiquetas de su microcontrolada sociedad, que a la larga interpondrá clausulas de moralidad para que su inocente juego de seducción no rebase el límite de lo lúdico. El mensaje de amor, escrito en sofisticada letra cursiva por Phyllis Nagy, sufre la interferencia de la nieve, catártico y frío medio, que obliga a las niñas a jugar con sus muñecas en los lugares más recónditos de su condescendiente hogar.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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