‘Bumblebee’ y la afinación mecánica

La posibilidad de la existencia de robots gigantes manipulables con maquinaria humana o con la capacidad de contar con vida propia es una vertiente popular en el terreno de la ciencia ficción. Desde que el realizador Michael Bay pusiera sus ojos en la línea de juguetes Transformers para una franquicia cinematográfica ha gozado de una gran popularidad comercial incapaz de ocultar la deficiencia argumental del espectáculo desplegado por las batallas entre los Autobots y los Decepticons.

Como integrante de la saga, pero en forma de spin-off, Bumblebee (2018) retoma la sencilla fórmula pirotécnica, y de simpleza en la narración, para otorgar un poco de coherencia al relato. Tras escapar de la guerra en Cybertron, el Autobot B-127 encuentra refugio en la Tierra en el año 1987 en Estados Unidos. Charlie (Hailee Steinfeld) halla al dañado robot transformado en un Beetle 1967 para repararlo, renombrarlo y provocando de manera inadvertida el acercamiento de los Decepticons a California, lugar donde vive la joven con su familia.

Bay se aparta de la dirección para cederla al realizador Travis Knight, quien al estar familiarizado con la sensibilidad del retrato de la fuerza de vínculos familiares en la notable Kubo y la búsqueda del samurai (Kubo and the Two Strings, 2016), añade a la parafernalia visual de explosiones, peleas, individuos que busca beneficiarse de los robots para estudios tecnológicos y militares obstinados como el agente Burns (John Cena) una sensibilidad ausente en otras cintas de Transformers.

El guion de Christina Hodson reafirma empatía en la recreación del vínculo de amistad. Tanto Charlie como Bumblebee alcanzan una resolución personal. Mientras que la joven se reconcilia con su entorno familiar y halla su propia voz tras el fallecimiento de su padre, el Autobot reaprende sobre confianza, adaptación y el restablecimiento del sentido del deber en su rol como protector, guardando el relato similitudes con el periplo emotivo de El Gigante de Hierro (The Iron Giant, 1999) de Brad Bird, reforzado por la ambientación en los ochenta que resalta nostalgia al origen y a la edificación de la conocida personalidad del famoso Autobot amarillo disfrazado de un Camaro 1977.

Sin olvidar su fórmula o su acostumbrado despliegue de efectos especiales, Transformers logró hallar en Bumblebee cierta afinación narrativa que tanto necesitaba para convencer a propios y extraños. La franquicia y su spin-off aún tienen un largo camino por recorrer en cuanto a profundización en historia y personajes se refiere.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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