Una canción de amor generalmente esconde una sensibilidad de víctima: “Siempre que te pregunto que cuándo, cómo y dónde, tú siempre me respondes: quizás, quizás, quizás”. Te amo porque te necesito; esclavízame con tus labios. La música popular es una atractiva oferta a un paraíso distorsionado, una ilusión de verdad basada en la necesidad, que se disfraza de amor.

Mona Lisa, el tema de Nat King Cole que recurre con sensibilidad de leitmotiv operático a lo largo de la cinta del mismo nombre, de 1986, del inglés Neil Jordan (Michael Collins), nos describe a una belleza inigualable, atractiva por su misterio y la ilusión que éste fabrica y nos atrapa con la miel de la fantasía: “Are you warm, are you real, Mona Lisa, or just a cold and lonely, lovely work of art?”. La coprotagonista del filme, Cathy Tyson, nos entrega un personaje que encarna esa imagen con Simone, una chica de compañía que escapó del lenocinio en las calles de Londres, a punto de embarcarse en una odisea de seducción y desaliento.

Como toda profesional de su ramo, Simone requiere de un chofer que la lleve a lechos desnudos a lo largo de toda la ciudad para ocuparlos con sus clientes. Bob Hoskins interpreta este papel de manera espectacular, por su capacidad de combinar una sincera ternura con la ira y la desilusión, una similar a la que causa el final relativamente débil en una cinta de premisa fuerte.

George (Hoskins) es un criminal de bajo perfil recién salido de prisión; el arquetipo del criminal reintegrado en búsqueda de un nuevo trabajo que bien puede ser el último, similar al que  interpretara el mismo actor en The Long Good Friday (1979). La nueva asignación lo acerca a esta mujer fantástica que encenderá en él la pasión destructiva de Otelo, sin embargo, no serán sus celos los que lo lleven a destruir a los captores de este bello demonio, sino la equivocada idea de poder salvarse al cambiarlo, para poder reiniciar sus vidas juntos.

Este interés de Jordan por el carácter humano y su imposibilidad de cambiar es consistente en su obra, como se exhibe en The Crying Game (1992), en la cual, un joven Forest Whitaker (Ghost Dog: The Way of the Samurai) narra la historia de un escorpión que promete no picar a una rana para animarla a llevarlo en su espalda al otro lado de un río, pero la promesa se ve traicionada cuando el anfibio siente una picadura y comienza a hundirse: “Es mi naturaleza”, dice el escorpión. En Mona Lisa vemos una preocupación idéntica, y Jordan adereza el tema con sus también típicos artefactos: el juego de apariencias y un exceso de conmiseración que, si bien no derrumba el fondo, sí le resta fuerza.

Dentro de las grandes potencialidades de la cinta se encuentran los símbolos de la mentira, que son vistos en todas partes, pero ignorados como tales por el protagonista: George confunde un espagueti artificial con uno real; Simone lo viste de seda, pero él, gánster barato se queda; él y su amigo Thomas (Robbie Coltrane, mucho antes de Rubeus Hagrid) hablan en código mediante una trama de novela negra; su hija desconoce el pasado y el presente de su padre. Jordan, coautor del guión con David Leland (Band of Brothers), es, a pesar de su inmensa piedad al resolver sus tragedias, un gran artesano en los detalles simbólicos y de construcción de sus personajes.

No sólo nos dan los habitantes del guión de Mona Lisa una sensación de que han vivido bastante más de lo que vemos, sino que existe una compasión genuina que nos lleva a comprender a buena parte de ellos, exceptuando a los villanos —en este caso, un perverso Michael Caine— que, aun  ante la falta de una historia que respalde sus comportamientos, no dejan de parecer auténticos, gracias a la formidable dirección actoral de Jordan, que los convierte en contrapesos dramáticos muy útiles para mantener la historia fluyendo.

Mona Lisa, es importante decirlo, no se basa realmente en la búsqueda de un escape y un renacer, sino en el hallazgo de una verdad que derrumba las ilusiones del héroe; la revelación es devastadora y combina bien lo anecdótico con lo temático, es decir, tiene peso en la historia, pero también en el interior de George, que reacciona apasionadamente y entra en un frenético estallido de violencia.

A pesar de ligeras fallas, Mona Lisa es un acto de desnudez en el que la piel revela imperfecciones otorgadas por un pasado que desgarra a los personajes y destroza su posibilidad de escape; que los captura en sus asaltos a la razón y les impide borrarlos. La canción ahoga a sus víctimas en la fantasía y sofoca en nosotros la idea de la felicidad eterna. La felicidad es una aspiración para los que cambian ante la verdad.

Por Alonso Díaz de la Vega Tinoco

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