33 Foro | ‘La esposa prometida’: Los pecados de la tradición

No comas cerdo,
Porque nunca serás cuerdo
¡NO TOQUES EL CERDO!
Los Rabinos del Rap

Un sistema de tradiciones es necesario para el funcionamiento de una religión. La religión se nutre de una institución social primaria como lo es la noción de “familia”, como fue evaluada y desmentida por el eminente antropólogo francés Claude Levi Strauss, quien reveló que todo el sistema familiar se basa en la prohibición o el tabú del incesto. Esta vulgar conclusión del vasto cuerpo teórico del señor Levi Strauss (no confundir con el de la mezclilla) proscribe pero al mismo tiempo prescribe que una esposa debe buscarse fuera de la familia nuclear, intercambio de mujeres para la perpetuación de la sociedad. Pero, ¿qué sucede cuando se sigue la prescripción pero existe una sombra del temido tabú?

La estupenda cinta israelí, La esposa prometida (Lemale et ha’halal), presenta la historia de una ortodoxa familia israelí de Tel Aviv (la nave nodriza de la religión judía) en la que los matrimonios representan, como siempre lo han sido, la consolidación de estrechos lazos sociales en una sociedad patriarcal que se apoya solidariamente entre sí. En este ambiente de asfixiante amabilidad, Shira (Hadas Yaron, ganadora de la prestigiosa Copa Volpi en el pasado Festival de Venecia), una joven israelí de 18 años espera ansiosa conocer a su futuro marido, aun anónimo, en un supermercado sin sección de embutidos.

Con el prospecto de casarse, la familia de Shira se encuentra no menos entusiasmada por el nacimiento del hijo de Esther, la hermana mayor se Shira, casada con Yorchay, un respetado joven en la comunidad. Cuando Esther muere al dar a luz al pequeño Mordecai (el nombre de uno de los personajes centrales del Libro de Esther en la Toráh). La tragedia lleva a la familia a sopesar los límites de las prescripciones dadas a la familia: el matrimonio entre sus miembros unidos por filiación o alianza. Todo sea para evitar que Yorchay se lleve al preciado nieto lejos de la familia.

Lo que se le propone a Shira es una especie de sororato (cuando un hombre viudo se casa con la hermana o hermanas de su esposa difunta) en el que se ve lanzada a un abismo de confusión emocional que por momentos evoca a las heroínas literarias de Jane Austen o Emily Brönte, su dilema moral y personal viene de un lugar prohibido que curiosamente ahora se encuentra avalado e incluso presionado por su conservadora comunidad de madres enlutadas y padres que negocian e intercambian a sus mujeres de la manera que fue planteada por Levi Strauss.

La ópera prima de la directora israelí, Rahma Burshtein genera una empatía inmediata y dichosa complicidad con sus figuras femeninas, figuras románticamente trágicas subyugadas a la acentuada falocracia judía, que elabora su comentario con un fondo naturalista con forma ligeramente preciosista.

Aunque la crítica a la institución judía ortodoxa no se encuentra explícita en la cinta, sino en el subtexto del lenguaje corporal de Shira (Hadas Yaron), quien, sumida en un fastuoso vestido de novia hace tangible su confusión, su perplejidad ante los pecados que hasta la más dura ortodoxia es capaz de hacer para mantener a esa institución terrible y bella, denominada “familia”, jugando con las fronteras del tabú.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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