¿Tú crees que subiré, crees que la haga?

En el botadero la encuentras como: El Noa Noa (1981)

Pregunta por ella así: “Todo mundo me dice que Juan Gabriel rifaba pero sólo había escuchado la rola esa que tiene con Lafourcade. No me quiero quedar atrás en el tren, ¿qué me recomienda para ponerme al corriente?”

Valor agregado: La escena más icónica en la cinematografía de Juan Gabriel. El divo está en un hotel de mala muerte. Guitarra en mano le canta a Meche Carreño Yo no nací para amar en una habitación sucia y accede a invitarle a la dama una caguama. Meche empieza a llorar. Nosotros también. “Me diste en la madre con esa canción.” Cierren la cortina. No hay más.

La carrera cinematográfica de Juan Gabriel brinda pocos momentos brillantes. A diferencia de su quehacer musical, el cine y la actuación no eran en realidad el fuerte del compositor. Él ya tenía un personaje perfecto sobre el escenario, interpretar a alguien más en pantalla era innecesario. Sin embargo, el dinero manda, como cuando a alguien se le ocurrió hacer un musical con sus canciones.

El cuerpo fílmico de Juan Gabriel está lleno de buenas intenciones: ese faldón amarillo de En esta primavera, unos besos arrebatados con la Vero Castro en Nobleza Ranchera y esa coreografía a la Fiebre de sábado por la noche en Del otro lado del puente. Los involucrados en las películas se esfuerzan por mostrarlo como un muchacho de origen humilde (que lo era), que luchó y sufrió para triunfar (lo hizo), y cuyo talento para componer era difícil de negar (más que evidente). Sin vicios de ningún tipo (una noche de borrachera casi lo mata).

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Siempre bien portado.

Por eso su trabajo más completo en pantalla es El Noa Noa, la primera parte de un díptico (completado por Es mi vida, sobre su época en Lecumberri) donde se narran los primeros años de su vida en la frontera del país. Aquí, aunque ya no tiene edad para hacerlo, encarna a un muchacho menor de edad que la quiere hacer en grande y tiene como objetivo cantar en el famoso bar de Ciudad Juárez.

Los números musicales abundan (incluyendo una divertida versión de En la frontera en los pasillos de un hotel barato), sus otras películas también abusan de ese patrón. No obstante, es ese fragmento en que le canta a Meche Carreño, una prostituta que se vuelve su mejor amiga, Yo no nací para amar que el mito de Juan Gabriel toma sentido.

Si el concierto magno en Bellas Artes es la expresión máxima de su figura, en todos sentidos, esa pequeña secuencia lo pone a ras de suelo. Lo captura como el ídolo de las multitudes que siempre fue. Juan Gabriel era grande porque su música llegaba a todos, no importaba el estrato social.

Meche comienza a llorar cuando destapa su caguama y escucha la canción porque comprende (como nosotros) que el amor se siente de verdad hasta que te duele como a Juan Gabriel. Amas hasta que amas con la intensidad de Juanga. La escena retumba. El cine ha logrado capturar un pedazo de nuestras vidas. En ese breve momento todos somos Meche, quebrándose por el caudal de sentimientos que la abruman. Empinarse una caguama se vuelve una necesidad.

“Escucha esta canción que escribí para ti, mi amor…”

Por Rafael Paz (@pazespa)