The Riot Act y el peso del remordimiento

A lo largo de nuestra vida vamos acumulando momentos, recuerdos, fragmentos de lo que vivimos. La naturaleza de estos varía, aunque, sin duda, los remordimientos pesan más que las sonrisas, acosándonos, regresando a nuestro presente –así sea sólo en nuestra mente– para recordarnos lo que fue, las alternativas y la imposibilidad de cambiar lo sucedido. Para los protagonistas de The Riot Act (2018), estos sentimientos los llevan a intentar hacer justicia o a vivir llenos de agobio por el arrepentimiento, no parece haber puntos medios.

En un pueblo norteamericano de finales del Siglo XIX, un actor se alista para salir al escenario, es la última función antes de poder huir con su amada, Allye (Lauren Sweetser), quien es hija del Dr. Willard Pearrow (el villanazo actor de cuadro Brett Cullen), el respetado cacique de la localidad. El doctor advierte al actor en su camerino que de continuar con sus planes de llevarse a Allye no dudará en quitarle la vida. Los amantes se atreven a seguir sus deseos e intentar huir en un tren con funestas consecuencias.

Dos años después, el teatro se alista para recibir a una nueva compañía teatral que promete sacudir a los lugareños con su show. Una misteriosa figura de rubios cabellos los acompaña, así como un ente sigue cada paso del doctor imposibilitando que éste olvide los hechos acontecidos en el andén del ferrocarril. El remordimiento ronda por el lugar.

La estructura y los temas de The Riot Act se asemejan a los de El ilusionista (The Illusionist , 2006), donde Edward Norton interpretó a un mago que buscaba hacer justicia, mediante una elaborada puesta teatral, a un amor fallido. Tema que también la conecta de manera periférica con cintas como La Horca (The Gallows, 2015) o Stage Fright (1950).

The Riot Act se desarrolla como un thriller sobre el remordimiento, donde los personajes cuestionan si sus acciones del pasado fueron las adecuadas y si las próximas podrán, verdaderamente, arreglar sus pesares.

El director Devon Parks se da tiempo de abordar, además, cómo las figuras de poder crean “verdades oficiales” gracias a su prestigio y estima pública. El pueblo no objeta el comportamiento del Dr. Pearrow, ni duda de sus dichos, mientras él y sus allegados sacan provecho financiero de su posición.

Los fantasmas no son reales. Sin embargo, el significado de su “existencia” incide en nuestro comportamiento. Vivir revisando el pasado es una condena para nuestro presente, un obstáculo para disfrutar del futuro. No hay escape porque los demonios propios de los días pasados viajan en nuestra maleta.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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